A todos los que nos gusta el deporte deseamos que el club de nuestros amores gane siempre, y disfrutamos de lo lindo con la sensación que se tiene cuando se consigue, y creo que esto no admite discusión. Ganar es objeto de deseo de todos los deportistas, es más, es la esencia en la que se basa cualquier deporte: intentar superar al rival. Pero el deporte se realiza siempre en un contexto que nos debería indicar los caminos a seguir para conseguir dicha victoria. Me explicaré, no es lo mismo el deporte profesional que el de base o formativo, y ambos contextos contienen distintas formas de actuar para conseguir los objetivos fundamentales, que deben ser claramente distintos. Todos podemos entender y compartir que el deporte profesional busque la victoria sin más límites ni condiciones que las propias reglas del juego y que todo lo demás esté supeditado a la consecución de la victoria como única condición para tener éxito. Sin embargo, cuando nos situamos en un contexto formativo, en el deporte de base, quizás deberíamos aceptar que el camino para llegar a ganar no sólo debe tener en cuenta las reglas del juego, sino también la enseñanza de valores y principios que necesariamente se han de trasladar a los jóvenes deportistas. Es frecuente encontrarnos en este mundo del fútbol base comentarios del tipo “es un ganador nato, no le gusta perder nunca”, que he de reconocer provoca en mí una sensación desagradable: esa frase, en primer lugar, parece decir que al resto de mortales sí que les gusta perder, lo cual es simplemente absurdo. En segundo lugar, el comentario se suele hacer casi siempre estableciendo comparaciones entre el protagonista de la frasecita y otras personas que asumen decisiones en función de los objetivos básicos que se deben tener en esta etapa de formación y que posiblemente influyan en el puro rendimiento deportivo para obtener la victoria. Y hablando de formación, clubes como F.C. Barcelona o el Real Madrid serán grandes en dinero, pero muy pequeños en valores formativos.
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