Ahora, como toda línea quemante y náufraga del horizonte político, una ínclita y pertinente pregunta: ¿Quién…?
Suena o resuena como cascabel de venenosa serpiente, pero se desearía vuelo de campanas alfa, beta o cualquier melodía gratificante y mejor futurista.
¿Quién…?
Las frentes se arrugan –como acordeones interpretando vallenatos contadores de viejas y memorables historias— y los puños se cierran para golpear pechos de culpabilidad…
Otro / otros nombres, y el mismo cuento, en giro de eterno retorno (disculpa, viejo Nietzsche), para escuchar la azorada cantinela de la corrupción; la falta de políticas de Estado para la salud, hoy a la deriva, politizada y centralista; el quebrantado orden público, y la guerra durante décadas contra el narco tráfico; la mediocridad, desde el pedestal presidencial, los temblorosos ministerios, los achicados directores de institutos descentralizados… hasta el mensajero de palacio que desconoce horarios y direcciones; la educación, que nunca fue para formar ciudadanos en valores y profesionales en saberes interdisciplinarios, desde los próceres Miranda y Bolívar, y la investigación futurista que nunca será, para producir conocimiento y cancelar modelos cognitivos prestados a otras geografías; las obras publicas deficientes, como el ferrocarril nacional que perdió líneas, traviesas y estaciones, amén de todas sus locomotoras, presente y futuro; o bien, las vías 4 G o 5 G para construir una sólida infraestructura de costa a costa en un país de cordilleras, abismos y volcanes; o también el agua pura que querrás beber y no puedes tener en todos los municipios del país…
…Y una justicia respetada y actuante para todos, sin cielos ni infiernos, sólo independiente.
Y un Congreso –todavía bicameral, burocrático, politizado, impopular, dependiente del poder ejecutivo, más allá y más acá de leyes y normas que sean <<medida común>> para la sociedad civil y el país político y cultural.
Y el ejecutivo, desplegado pero retorcido en liderazgo inalcanzado y acciones en las que el sentido ideológico (de izquierdas y derechas) pretende pasar camellos por el ojo de la aguja del progreso; ello, sin políticas consensuales sobre equidad y justicia; producción, riqueza y distribución de los beneficios para los habitantes todos de esta antigua geografía neogranadina…
Etc., etc., etc.
Y ¿quién?
Sin adelantar nombres ni clasificaciones borgeanas fantásticas, sólo algunos enunciados deseables y esperados por su obviedad o sentido común:
- Un estadista formado y estructurado de manera interdisciplinaria, hombre o mujer de conceptos y racionalizaciones (más que de pasiones y opiniones), sapiente, conocedor de Historia, Economías, Culturas, Políticas, Sociedades… líder indiscutible y administrador insuperable.
- Un estadista equilibrado mental, física y psicológicamente: fiel de la balanza.
- Un estadista impecable, ética, verbal, procedimental, de naturales inteligencias (emocional, argumentativa, matemática, cultural…).
- Un estadista justo del bien común (aristotélico del siglo XXI), que conjugue al estratega, al pensador, al hacedor y aún al poeta y quizás al músico.
- Un estadista ejecutor (no de cuerpos ni de guerras ni de incendios) y mejor, realizador: <<Hoy es mañana y pasado mañana>>. Y también: <<Dime qué haces, cómo, con quiénes, cuándo y dónde, y te diré quién eres>>.
- Un estadista que sepa responder al interrogante contante y sonante, ¿el poder para qué? Y sus actos y obras --significativas, perdurables e incuestionables—responderán por él.
- Un estadista sapiente en conformar su gabinete, sus colaboradores cercanos y lejanos. Con un horizonte planificado (su Plan de desarrollo incontrovertible, sólido como las esculturas de Fernando Botero), línea directriz para todos y cada uno de los programas gubernamentales.
- Un estadista generoso en su hacer y decir, afable, comunicativo (sin populismos de luces insensatas como luciérnagas silvestres), y por demás, amable y respetuoso.
- Un estadista de dos por dos son cinco o diez, realizador de los deseos de la colectividad –aquellos aplazados desde la Independencia y todas las guerras civiles contadas en Cien años de soledad.
- Un estadista sin culto a la personalidad, quien termine su mandato y se disuelva en el aíre como todos los sólidos (porque aquí y allá, los expresidentes son viudos del poder).
- Un estadista en fin para estrecharle la mano respetuosa y admirativamente. Es decir, para acompañarlo y acompañarnos en el Arte colectivo, plural, abierto e inteligente de gobernar.