En una sociedad donde estar perdido es algo peyorativo, donde todo el mundo tiene que saber exactamente a dónde va y qué hora es, conviene reparar en la siguiente sentencia de José Bergamín: “El hombre se encuentra naturalmente en aquello mismo en que se pierde y por aquello mismo que le pierde.” Esta sabiduría está expresando, entre otras cosas, la necesidad de perderse en la vida, andar descaminado para poder descubrir lo que no se ve. El poema busca perderse para encontrar el origen, y el poeta tiene que extraviarse en el camino para encontrar el poema. “Y es difícil perder; es difícil perderse -nos dice José Bergamín-. Pero es más difícil encontrarse sin haberse perdido.” Es decir que el poeta no busca la salida sino la entrada al laberinto, tiene que perderse ciegamente siguiendo el canto de las sirenas para poder encontrar lo que realmente buscaba, algo parecido a una flor y un atardecer.
Pero no solamente el poeta sino el hombre, no puede encontrar lo que verdaderamente busca sin haberse perdido, y -creemos- que muchas veces lo encuentra donde menos esperaba encontrarlo, fuera del discurso del poder, y de la sociedad competitiva. “Vivir, pensamos, es querer perderse uno en todo y por todo,” nos dice José Bergamín, reivindicando el derecho a la aventura, al riesgo, y a buscar quimeras sin saber por qué. Esta sabiduría también entraña la derrota, perderse en el sentido de perder. La imagen: beautiful loser surge en la sociedad más competitiva como un grito desesperado por devolverle a la derrota su profundo humanismo. León Felipe supo expresarlo con un solo trazo en su poema vencidos, donde el poeta zamorano quiere perderse con don Quijote, aunque sabe que el caballero andante va derrotado, “va vencido el Caballero de retorno a su lugar.”
Comprender la belleza de la derrota, en el tiempo de los ganadores, es advertir que lo que importa no es llegar donde queríamos, sino el camino recorrido. La belleza de don Quijote está en su camino de experiencia. Después de haber luchado por transformar al mundo en un poema, nos deja la belleza de su imagen profundamente humana, de un hombre que se perdió en el laberinto de caballerías, que descubrió otra manera de ver el mundo, que se levanto una y otra vez pese al embate de la realidad tratando de transformarla, defendiendo el espacio del delirio, de la fuga, del mundo de los sueños.
En un mundo de ganadores, de países que quieren ser grandes otra vez, reivindicamos la intimidad de la belleza en la libertad del mendigo; en la película que no ganó el Oscar; en el camino del músico ambulante; en los versos del poeta que recita en un vagón de metro; en el mimo, el malabarista y el actor callejero.
Quizás en la soledad más íntima, como sucede en el cuento de Borges, Paracelso consiga transformar lo que parecía ceniza en una flor. Es decir que, en medio del ruido, y del discurso del poder, tal vez los ojos heridos puedan vislumbrar la belleza de la derrota.