Mi pasión

La grandeza del toreo

“La grandeza del toreo radica en su terrible autenticidad. En ella existe un tributo de sangre que todos los toreros están dispuestos a ofrecer, porque en cualquier plaza se muere de verdad”. Que palabras más profundas acabo de escribir, pero esa es la realidad.

La tragedia en un ruedo puede aparecer en cualquier momento. Aunque ello no sea un firme obstáculo para que los toreros dejen de soñar con un animal que tanto aman como es el toro bravo. Sueñan con una lucha de titanes que dura veinte minutos, ninguno de los dos quiere ser vencido en el combate, dejando aunado sus almas en un redondel para siempre.

Como es sabido, en nuestro país, la fiesta de los toros se generó allá por el periodo neolítico, debido a que los pobladores de entonces alababan con rituales la captura y muerte de la fiera brava, y mas posterior para conmemorar fiestas de culto, efemérides relevantes y solemnidades especiales.

En esto estamos de acuerdo, pero la principal materia prima se debe a que existía en nuestra Península grandes rebaños de bueyes engendrados a una raza especial agresiva, fieras que fueron introducidas por los Celtas procedentes de Polonia, donde allí eran abatidos a tiro limpio, después de recorrer Alemania y Francia, se cubijaron en España, lugar donde se encontraban a salvo del exterminio polaco, su mayor parte se establecieron por la zona norte y centro.

También los árabes en tiempos lejanos introdujeron otra clase de toro salvaje, originario del norte de África, acampando en las riberas del río Guadalquivir y llanuras de las provincias de Sevilla, Córdoba y Cádiz que, con el aparejamiento de unos y otros, la reproducción desembocó en el actual toro ibérico, raíz de encastes y ramificaciones de las reses bravas existentes hoy en nuestras dehesas. También este gene ha ido traspasando fronteras a otros lugares del mundo donde son cuidados con esmero, como es; Portugal, Francia y buena parte de países Centro-Sudamericanos, según circunstancia demostrativa que determina la historia.

Dicho toro ibérico, se sigue preservando por su condición de animal acometedor para que su destino sea celebrar fiestas taurinas que, con el transcurrir del tiempo, su ferocidad y prototipo se ha seleccionado progresivamente desde hace varios siglos para desembocar su utilización en corridas de toros ya reglamentadas. Pero nunca olvidar, que es una fiera muy contundente y peligrosa, pudiendo atacar a cualquier cosa, y en cualquier sitio, aún más, cuando es hostigada.

Por tales razones el toreo estriba y sigue su curso, porque siempre han existido y siguen existiendo personas capaces de enfrentarse a la realidad de su fiereza dentro de unos parámetros de valores éticos y estéticos, como son los toreros, quienes con su valor y arte lo han convertido todo ello en un ritual ceremonioso lleno de majestuosidad y belleza, sin descuidar el riesgo real que conlleva estos animales.

Según razonamientos de grandes científicos aluden que, los seres humanos están capacitados y sobrados de inteligencia para enfrentarse mutuamente con el toro, como así lo justifica la aceptación de miles de personas a lo largo de cientos de años.

Esta es la veracidad y el origen principal por lo que se inició este espectáculo fascinante, en el que se engrosa un compendio de sensaciones artísticas continuadas, que han aceptado y dignificado grandes intelectuales de todo género de culturas para que su defensa sea de forma libre y democrática, tanto españoles como extranjeros.

No cabe duda que el mundo taurino constituye un concepto de crisol cultural. Por eso, cuando se dirige una mirada al interior del toreo y a la autenticidad de su huella, se comprueba como rebasa artísticamente a la propia diversión publica, adentrándose en el alma de las costumbres ibéricas.

El toreo hay que catalogarlo como un arte sublime, impetuoso, con raíces españoles para todo el universo, características propias que les hacen muy diferente a las demás artes. Tiene tanta fuerza expresiva que se conjuga la del propio artista con la ferocidad del toro. Una artesanía sin límites que no se puede rectificar. En el toreo el error se paga con sangre, no vale equivocarse.

La tauromaquia continuará adelante, con sus males internos y externos. Verdaderamente los dos hacen daño, pero los que son atacados desde fuera, quizá sea el daño más grave, este mal último es solamente modas esporádicas, posiblemente con dudosas financiaciones, algún día perderán la batalla los encargados de destruir costumbres antiguas, como muchas ocasiones lo intentaron y no pudieron.

La Fiesta taurina tiene que seguir sus cauces por el camino de la verdad, a costa de triunfos o desgracias. Esta es la verdadera grandeza del toreo, no cabe otra respuesta.