Siguiendo con este ejercicio casi catártico de escribir sobre los demonios políticos que nos acechan, me viene a la mente aquello de “mira lo que hacen los políticos, no lo que dicen”. Una frase vieja, casi de refranero, pero que se vuelve carne en los últimos movimientos de la Presidenta de México, cuyos actos recientes han dejado un mensaje tan claro como preocupante: “No importa lo que pase en el vecino del norte, aquí tienen una presidenta que los apoya”.
Y es que la Presidenta ha sido duramente criticada por mostrar su apoyo público al Gobernador Rocha Moya, quien, según investigaciones de la Fiscalía General de la República, estuvo presuntamente involucrado en el traslado de Ismael “El Mayo” Zambada a Estados Unidos. No solo lo visitó, sino que, en una coreografía política cargada de simbolismo, lo hizo el mismo día en que Joaquín “El Chapo” Guzmán estaba rindiendo declaración. Después, casi sin pausa, viajó para reunirse con su gobernadora, Marian del Pilar Ávila. Los tiempos y los gestos no son casualidad en la política. Aquí, menos que nunca.
Mientras tanto, Estados Unidos ha endurecido su postura hacia México de manera contundente. En lo que va de este año, el gobierno estadounidense ha retirado visas a funcionarios de alto rango mexicanos, ha catalogado a tres instituciones financieras mexicanas —Intercam, Vector y CI Banco— como facilitadoras para el lavado de dinero del narcotráfico, y ha degradado la clasificación de México en el rango de naciones, colocándola al mismo nivel que países como Irán, China y Rusia. Un golpe diplomático y económico, cuyo eco resuena en oficinas gubernamentales y salas de juntas corporativas.
Frente a este panorama, la base de Morena —el partido en el poder— necesitaba ser tranquilizada. Saber que, pese a los embates del vecino del norte, el respaldo institucional sigue firme. Porque la verdad, y aquí no hay que engañarse, es que al pueblo mexicano poco le importan estas señales sutiles. La aprobación de la Presidenta sigue por las nubes: muchas encuestas la colocan con índices superiores al 70 %. Esa cifra revela una verdad incómoda: en México, lo importante no siempre es la legalidad o la ética, sino mantener fuerte al partido. Y la Presidenta lo sabe.
No obstante, hay grietas que empiezan a abrirse. La falta de medicamentos es un clamor en hospitales y farmacias. La delincuencia actúa con descaro, sin temor ni respeto. Y la economía comienza a resentirse, en parte por las decisiones internas del propio gobierno y en parte por las políticas agresivas de Donald Trump.
Ella, astuta y pragmática, es consciente de que no puede controlar a su poderoso vecino del norte. Por eso, parece haberse convencido de que lo mejor es concentrar esfuerzos en mantener sólido su partido dentro de México. Es su escudo y su espada. Y es lo que, a mi parecer, está haciendo.
Además, no pasan desapercibidas sus confrontaciones con el abogado de Ovidio Guzmán —el hijo de El Chapo— y su rechazo público a las políticas de testigo protegido en torno a este caso. Me parece una estrategia deliberada para ir sembrando dudas, para desacreditar de antemano cualquier declaración que pudiera surgir y que la pusiera en entredicho. Como si estuviera levantando un muro preventivo ante futuras revelaciones que pudieran incomodarla o, peor aún, involucrarla.
Son tiempos difíciles para México. Tiempos de definiciones, de alianzas incómodas y de silencios cargados de significado. Pero, aunque pueda parecer cuestionable, la estrategia de la Presidenta no es irracional. Ella debe dejar en claro, ante su partido y ante el país, que apoya incondicionalmente a los suyos. Porque, si no lo hace ella, nadie más lo hará. Y eso no se lograría si no fuera ella misma quien ejecutara estos movimientos, tan calculados como polémicos.
Así, mientras Estados Unidos sube la presión y mientras en los pasillos del poder se filtran rumores y expedientes, la Presidenta sigue bailando sobre la cuerda floja, con una sonrisa firme y la mirada puesta en sostener el poder. Porque en política, como en la vida, toda acción lleva su reacción.