No sabía el bueno de don Hilarión cuánta razón tenía con aquello de «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad».
Pero es que el «hoy, de hoy» ha cambiado y nada tiene que ver con aquel otro del sainete lírico del maestro Bretón, de hace 131 años.
Pues bien, con esta idea de «adelantos bárbaros», intentemos desentrañar la realidad del momento actual en un mundo cambiante y en este país que nos ha tocado habitar.
Hasta hace poco, el fotograma sociológico de España era sencillo. Me explicaré:
Los considerados de derechas, los burgueses y aquellos conformes con la marcha de la sociedad (un abanico demasiado extenso, pero que por sintetizar lo dejaremos así), eran pro americanos, católicos, conservadores, apegados a las tradiciones y defensores de una economía de libre mercado. Y en esta idea descrita enmarcaríamos la Alianza Popular de Manuel Fraga, hoy Partido Popular.
En la contraparte estaban los de izquierdas —ocupando el ala más extremo los comunistas—, radicalmente opuestos al planteamiento anterior. Es decir, pro soviéticos, enemigos del capitalismo, del sistema y de todo lo proveniente del «imperio», que era como decían para referirse y denostar el orden social económico y político establecido por el liberalismo.
En nuestro país, en el medio de esta foto y desde un punto de vista sociológico, se ubicaba la clase media conformada por una incipiente burguesía (el gran temor de los comunistas, pues con ello pierden adeptos y nicho de votantes), proveniente de unas clases trabajadoras que abandonaron el concepto de «parias de la tierra» y que se fueron adaptando a unas comodidades que no eran, ni las de los ricos ricos, ni las del proletariado de la otrora «famélica legión» de principio de siglo. A ello contribuyó el despegue industrial de los últimos años del franquismo. De tal suerte que de la sociedad agrícola y atrasada de 1936, se pasó a otra donde la clase media era dominante y se convirtió en el motor del desarrollo económico y social. Ya en la década de los 80 era normal que el español medio tuviera trabajo, casa y el SEAT 600. Y, haciendo un poco de memoria, en ese marco es donde ubicaríamos políticamente la UCD de Suarez y al PSOE de Felipe González.
Tema aparte fueron y son los nacionalistas vascos y catalanes que, con sus monsergas, permanentes insatisfacciones y planteamientos xenófobos y supremacistas, hicieron mesa aparte y vendieron sus votos, como vulgares meretrices, al mejor postor que, a decir verdad, fueron todos los gobiernos. Aunque, a diferencia de ahora, con los límites marcados por la Constitución.
Y así, con esta especie de somero mapa y que admitiría infinidad de matices y concreciones, es como, más o menos, se ha repartido y establecido el juego político en nuestro país. Y, con ese cierto orden, a pesar de muchos vaivenes, las cosas han ido funcionando aceptablemente bien o, cuanto menos, con un moderado equilibrio.
Pero llegaron Putin y Trump. Y todo cambió.
Los difíciles y complejos equilibrios existentes se han volteado y este mundo, como diría Guerra, ya no lo conoce «ni la madre que lo parió».
Lo que es Pútin lo sabemos: un sátrapa, un dictador, un miembro del más inhumano espionaje soviético, íntimo amigo y sustentador de las más crueles dictaduras que masacran a sus respectivos países, y un asesino. Sí, un asesino despiadado o, si no, que pregunten —cosa imposible por haber sido ejecutados—, a Navalni, a su ex camarada Prigozhin (fundador del grupo paramilitar Wagner), al ex-KGB Alexander Litvinenko o a tantos opositores que han sufrido en sus carnes la tortura despiadada del gulag o directamente el polonio (incluido el condecorado como «Héroe de la Patria» y asesino de León Trotski, nuestro Ramón Mercader). Ahora bien, por estremecedor y brutal que resulte, en tales desmanes y crímenes ha contado con el apoyo, más o menos explícito, de los militantes de los partidos comunistas del mundo, españoles incluídos.
Y en todo este entramado y como justificación a sus perversas acciones, siempre la mención del eterno enemigo, la superpotencia USA.
Este emporio —da igual bajo la égida Reagan, Clinton, Busch padre-hijo, Obama o el demenciado Biden—, se ha caracterizado por el factor común de una idea imperial, intervencionista, liberalismo económico absoluto, una democracia más formal que real, con el dólar como dios principal y un poderío militar que le he permitido influir en casi todo el mundo. Y, al igual que su contraparte, con un enemigo declarado, primero la URSS, luego Rusia y ahora….. a saber.
Pues bien, es en este tablero donde tras la II Guerra Mundial se ha venido jugando la realidad sociopolítica del mundo y en el que la vieja Europa estaba alineada —estábamos, en consecuencia— con la democracia y las libertades. Con altibajos y enfrentamientos, sí, pero más o menos dentro de un orden, un cierto equilibrio y una relativa estabilidad.
Ahora bien, con la segunda llegada a la Casablanca del mercader y magnate Trump, de golpe y para sorpresa del mundo —o para nosotros al menos—, la cosa cambió y el mundo ha dado una especie de salto en el vacío.
Por lo pronto, la política USA ha cambiado de orientación y aquellos que eramos sus aliados en Europa hemos sido arrojados por la borda. Incluso la OTAN —organización auspiciada por ellos mismos para controlar al gigante soviético— hace aguas a consecuencia del abandono del principal mentor, ellos.
Los europeos hemos sufrido en nuestras carnes, primero —entre alucinados, indignados y acojonados—, la bronca monumental e inadmisible del vicepresidente J.D. Vance poniéndonos a «bajar de un burro» y llamándonos, entre otras cosas inadmisibles, «cobardes». Y presenciamos después, horrorizados, la paliza matonil por parte del clan —manada sería la expresión más apropiada— en el despacho Oval de la Casablanca y con el presidente Trump a la cabeza, contra el pobre Zelensky, incapaz de parar tantos golpes, altos, bajos y bajísimos. Algo escandaloso, nunca antes visto y que ha desbordado —para felicidad de Rusia—, todo lo imaginable dentro de lo que era, hasta ese momento, el concierto internacional, la diplomacia entre estados y el respeto entre sus dignatarios. Y además y supuestamente, amigos.
Sí; algo muy grave ha ocurrido. Algo —no sabemos desde cuando ni el por qué—, ha cambiado en la política internacional. Pero tiene un nombre, Donald Trump.
De alguna manera se ha tejido una estrecha alianza —personal y política, según parece— entre el mercader «apanochado» Trump y el sátrapa —también apanochado— Putin. Algo difícil de entender pues se escapa a toda lógica, dada la correlación de fuerzas y las supuestas diferencias ideológicas.
Se había dicho, cuando Trump ganó la primera vez la Presidencia en EE.UU., que Putin y la inteligencia rusa habían influido en el resultado. En su favor, claro; pero no lo creímos.
Sin embargo, con esta imposible y disparatada realidad que estamos presenciando y a la que nadie encuentra explicación lógica, cabe volver a aquella noticia y repensarla detenidamente.
Macron —el único líder europeo que está teniendo bemoles para decir las cosas por su nombre y plantar cara al expansionismo ruso— ha dicho recientemente que Putin ya hace años ha declarado la guerra a Europa. Una guerra asimétrica y que, como lluvia fina y sin usar cañones ni fusiles, está infiltrándose en las sociedades europeas a través de determinados partidos políticos, influencers, opinadores, asociaciones de diversos jaeces, medios de comunicación, periodistas de diferentes medios y un ejército de piratas informáticos, a niveles sofiticadisimos, interviniendo en dispositivos digitales, grandes empresas, instituciones y redes enteras.
Y se atrevió a decir Macron, abundando en los efectos de tales actuaciones ilegales, que hechos como el Brexit británico, el movimiento catalanista, el Véneto italiano, el independentismo escocés, la peculiaridad de Transnistria en Moldavia, el apoyo descarado a partidos radicales (tanto de ultraderecha —tipo Orban o VOX, por imposible que parezca—, como los comunistas de todos los colores), los descontrolados flujos migratorios que invaden Europa lentamente, más esos colectivos antisistema que funcionan como un reloj perfectamente engrasado, no son ajenos a esa nociva y dañina influencia rusa con el fin de debilitar Europa, primero; balcanizarla después; y, finalmente, expandirse y anexionarla militarmente.
Y somos muchos los que desde hace tiempo, en que venimos asistiendo a un debilitamiento de los estados europeos (España, trágicamente es un magnífico ejemplo de esto), decimos que en política las cosas nunca pasan por casualidad. Luego, una mano negra —rusa y putinesca con seguridad—, influye, mueve hilos y actúa.
Por eso, amigos, si todo esto les resulta conspiranoico y excesivo, no me crean pero, por favor, escuchen a Macron.