La mirada del centinela

Toni Kroos

Debutó con la camiseta del Real Madrid un 12 de agosto de 2014. Desde entonces, la precisión del jugador teutón se ha mantenido incorruptible durante casi una década. Toni Kroos es como ese reloj que nunca se retrasa, pero no es suizo, es alemán. En concreto, el noveno pelotero alemán que ficha por el club blanco. Kroos nació en la ciudad universitaria de Greifswald, en la Pomerania occidental. Allí también nació, dos siglos antes, el pintor romántico Caspar David Friedrich. En su pintura más reconocida “El caminante sobre el mar de nubes”, el hombre que, desde la cima de una montaña, otea un horizonte blanco que se agita a sus pies, bien pudiera ser un remedo de Toni Kroos. El caminante de Friedrich no tiene rostro, está de espaldas al espectador, simboliza quizá la disolución humana dentro del paisaje. Pero el futbolista no se disuelve en el campo; al contrario, lo hace suyo, conecta todas las fichas del tablero, saca el mejor partido posible a cada uno de sus compañeros, les asiste y escuda, dirige en la sombra cada uno de los triunfos del equipo. 

Porque Kroos ha llegado a la cima del fútbol. Y lo ha hecho desde la humildad, la discreción y el trabajo. Su eficacia en el pase supera el 90%, una cifra que ningún jugador en la historia ha alcanzado. Es un centrocampista impasible, certero, un tiralíneas que dibuja trazos perfectos en sus pases, una máquina rubia que nunca se despeina. Distribuye, organiza, se ofrece… es el asidero que buscan sus compañeros, el valor seguro, la brújula que marca el rumbo sobre el césped. El Bernabéu le echará mucho de menos. Podría continuar su carrera, apurar uno o dos años más, pero prefiere retirarse en la cima, como Zidane lo hiciera. Porque esa discreción que le caracteriza no le permite verse bajo el foco de la controversia. No desea ser objeto de críticas, prefiere pasar desapercibido. Kroos no cacarea, no llama la atención, como el león que no necesita rugir para saberse el rey de la selva. No se desmelena, su fútbol es artesanal, minucioso, es el ingeniero del balón, el instrumento que toda creación requiere para convertirse en realidad. 

No hará como esos ilustres compañeros que buscan fortuna en otras tierras, en otros clubes. Él opta por mantener su prestigio, por acabar su carrera en el club con mayor palmarés de la historia, no necesita exhibir su talento en ligas menores a cambio de dinero. Se va como el protagonista de la película, no quiere ser actor de reparto. Se va su fútbol elegante, su eficacia sin esfuerzo aparente, su brillantez opacada por las estrellas que él ilumina con sus pases. No desea ver su decadencia, por eso se despide en la cima, como el caminante de Friedrich. Toni Kroos nos deja un cuadro de fútbol impecable, un óleo de pinturas blancas y precisas sobre el verdor de la hierba, pases en corto y en largo, al espacio libre, donde no llega nadie más que su visión del juego. Vemos como otros marcan, cantan gol y, cuando repiten la jugada, el centrocampista invisible toma cuerpo. Allí está él, Toni Kroos, el último representante de los futbolistas que miman el esférico, y lo colocan donde no llega el músculo, en el punto exacto donde su mente desea que vaya. Gracias por regalarnos un lienzo de fútbol exquisito, tu obra casi perfecta, la mayor precisión posible sobre un terreno de juego.

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