El liberal anónimo

¡El siguiente puedes ser tú!

“No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas.” —Séneca, Carta 104 a Lucilio

¡El siguiente puedes ser tú! Sí, tú, lector que hojeas estas líneas con la esperanza de encontrar consuelo de tus actos o un refugio en la indignación. En este instante ya no importa estar aquí o allí, da lo mismo la punta septentrional o los confines del meridiano, es igual España, Francia, Inglaterra o Bélgica. La era del terror se ha apropiado de nuestras calles y la geografía ha dejado de ser frontera por causa de una maldad provocada por políticos y que se ha devenido universal.

Hace unos días nos estremecíamos con las imágenes de Iryna Zarutska, una joven refugiada ucraniana que viajaba en un vagón del metro urbano de Charlotte. Mientras veía las imágenes sentía que la paz se ha convertido en espejismo. Un sujeto del que algunos medios han señalado vínculos ideológicos con el movimiento Black Lives Matter —y la izquierda de nuevo se esfuerza por justificarlo y achacarle problemas mentales— la apuñaló sin mediar palabra, cortándole el cuello, degollándola y dejándola morir sola, desangrada en su asiento. El tren, entretanto, siguió su curso al igual que el asesino, indiferente e impasible.

Hace unos días, otro asesinado. En la Universidad de Utah cayó víctima de otro bárbaro el joven Charlie Kirk, fundador y presidente de Turning Point USA, azote de la izquierda woke. Asesinado de un disparo mientras pronunciaba una conferencia ante cientos de estudiantes que escuchaban aquella voz que despertaba conciencias, devolviendo a quienes buscaban saber, aquella dignidad que parecía perdida. Pero fue silenciado por la misma violencia que hoy se viste de victimismo, de justicia social y de progresismo.

Francia, vieja tierra de la ilustración, también se ha convertido en el país del horror. Sacerdotes degollados, mujeres violadas, robos y delitos que harían palidecer al mismísimo Gengis Kan. También el Reino Unido ha cedido su alma a una nueva cultura, la misma que desprecia sus antiguas tradiciones, odia sus costumbres y también los valores y el respeto tradicional, mientras tanto muchos políticos, juristas, famosos y empresarios permiten —por acción o por omisión— que leyes que dicen divinas impongan su yugo sobre las disposiciones humanas.

Pero España no se queda atrás. Cataluña registra, según parece, unas cinco violaciones con penetración cada día. Pero no es sólo aquí, también Madrid, Málaga, Bilbao, Canarias… todas ellas son escenario de una barbarie que se multiplica de forma imparable. Niñas que ni siquiera han alcanzado la pubertad son víctimas de jaurías enrabietadas que desconocen la corrección, la educación y los valores. Pero esos mismos que nada saben, en realidad conocen bien las leyes que les alimentan y dan cobijo, como también los subsidios que les visten, los móviles que les conectan y el confort de esta maltratada España. Muchos son detenidos y a las pocas son beneficiados por muchos que justifican sus actos con interpretaciones infames, por lo que de nuevo los malos vuelven a pasear por las ciudades buscando repetir.

Esta decadencia que hoy nos asfixia y que no había conocido nuestra sociedad desde tiempos del mismísimo Almanzor, tiene en realidad tres razones principales: el dinero, el poder y el miedo.

El dinero, que todo lo mueve, todo lo compra, todo lo gana, incluso las voluntades. Un dinero con el que subvencionar mesnadas ideológicas bajo el disfraz de la compasión. Desvíos de dinero para construir utopías que solamente benefician a unos pocos y, entretanto, el pueblo paga con sangre la factura de tanta ingenuidad.

El poder, la voz del imperio, la autoridad, el mando de la supremacía y la fuerza, sin duda sinónimos de un pecado capital. Estamos bajo un poder que impone su voluntad sin escrúpulo ni pudor. Los que lo detentan se rodean de cortesanos cobardes, de burócratas que añoran ascensos y gestionan los destinos del ciudadano sin más interés que el que marca su dueño.

Y el miedo, el más vil de los consejeros. Miedo a perder el dinero, miedo a perder la influencia, miedo a perder el cargo, miedo a ser señalado, miedo a que la verdad se imponga. Triste turbación debe de ser la de este miedoso, principalmente porque abusa constantemente del inocente cuando debería servir con entereza.

Muchos no comprenderán estas palabras. La izquierda se alborotará, como hace siempre, vociferando por doquier desde sus púlpitos mediáticos. Pero como refería Andrés Montero en su artículo sobre Chile, titulado “11 de septiembre de 1973” y publicado en este mismo diario: Explicarle a un europeo promedio, lo que pasó es perder el tiempo. Ya no nos cabe ninguna duda de que la prensa, los progresistas y muchos políticos han lavado cerebros con demasiada eficacia.

Pero llegará el día —y que sea pronto—en que el pueblo español, con su carácter indómito, se levantará y dirá basta. Y entonces los que no quisieron juzgar con honestidad serán juzgados; los que no dictaron con honradez serán castigados, y los dominantes e indisciplinados serán escarmentados.