Como resulta obvio por la firma, mi nombre es Pablo. Pero pertenezco a una generación en la que ese nombre, el del santo converso de Tarso, apenas tenia seguidores. Hasta el punto de que cuando en mi juventud buscaba tocayos ilustres o conocidos, el único que me venía a las mentes era Pablo Picasso; y si pasábamos al catalán, Pau Casals. Y punto pelota. Para encontrar otros Pablos había que cambiar de país. Ahí sí teníamos a Paul Simon, Paul Mc. Cartney o Pablo Neruda, hispano pero no español.
Si por la calle escuchaba a alguien decir “¡Pablo!” me volvía inmediatamente porque no podía dirigirse a nadie mas que a mi. Pero hete aquí que con el paso de los años, digamos que a partir de los 80, el nombre de Pablo se ha convertido en una pléyade, una fauna, una peste que me desconcierta y obnubila. Pablo Iglesias, Pablo Casado, Pablo Echenique, Pablo Montesinos, Pablo Motos, Pablo Alborán…es imposible hallar un segmento de la política, el periodismo o la cultura que no tengan su buen ramillete de Pablos. Voy por la calle y me vuelvo cada pocos metros, cuando una voz grita “¡Pablo!” y es una madre que llama a su mocoso…
Dejo para el final al Pablo objeto de este artículo, el flamante ministro de Derechos sociales, Consumo y Agenda 2030: Pablo Bustunduy. Este buen hombre, pata negra de Unidas Podemos, sigue como pocos los mejores hábitos comunistas, que ya Chaves Nogales (“ El maestro Juan Martínez, que estaba allí”) descubrió en los revolucionarios rusos de la primera etapa: nos discursea. Es propio del alma comunista discursear a diestro y siniestro, decir lo que ha de hacerse y lo que no, distinguir el trigo de la paja, buscando siempre “el lado bueno de la historia”, otra peste tras la que guarecerse.
Pues bien, este ministro nos discursea de continuo. Qué carne se ha comer y en qué proporción, cómo viajar de forma sostenible, cómo flagelar a las grandes distribuidoras y otros muchos temas, pues el afán discurseador de estos elementos es (como dijo Chaves) inextinguible.
Ahora bien, una cosa es predicar y otra dar trigo. Y trigo no han dado nunca. El ministro Bustunduy podrá aburrir a un cerdo con sus proclamas sobre el día de mañana, pero ¿podrá evitar que no te interrumpan la comida, la siesta o el descanso los miles de parásitos, defraudadores y mercachifles, que te llaman, al fijo o al móvil una, diez, mil veces, desde España o el extranjero, para venderte, pedirte, o (en mi caso) ya no se sabe qué porque les cuelgo sin dejarles ni hablar? Ese problema no va con él. De vez en cuando dice que ya ha tomado medidas para que no se moleste a los españoles con llamada no deseadas, pero es mentira. Es mentira porque cada vez hay más llamadas invasivas, cuyos números quedan colgados en la memoria del teléfono, desde Guipuzcoa, Barcelona, Málaga, Madrid…mi relación de llamadas en la última semana es desoladora: dos o tres llamadas de verdad (la mayor parte de las comunicaciones se sustancian hoy por Whatsapp) y siete u ocho de intrusos malnacidos que no se sabe qué pretenden, sino molestarte y perturbar tu vida cotidiana.
Eso es lo que tenía que evitar el Ministro Bustundey. No digo yo que disponga un sistema para que les explote el teléfono al marcar (en línea “israelitas con Hezbolá”) o que les persiga un cohete que les de por el culo (línea “Trumpo con las narcolanchas”) pero ¡que haga algo! ¿No es ministro de Consumo? Pues que actúe, que persiga, que sancione, que elimine…no se puede tener a toda la población de un país rehén de cuatro cabrones que han decidido hacernos la vida imposible.
Es un botón de muestra. Lo que tienen que hacer no lo hacen pero todas las chorradas que se les ocurren (con contundencia, of course) deben marcar nuestras agendas: la 2030, la 2027…y la 943933300, entre muchas.