Siempre he sido un entusiasta admirador de Miguel Delibes. Su dominio del castellano, sus relatos cinegéticos, la perfecta definición de sus personajes, le hicieron, a mi juicio, merecedor del Premio Nobel de Literatura. No fue el único. Lo merecieron también Benito Pérez Galdós y Pío Baroja. Pero en la concesión del Nobel influyen diversos factores de índole política y social.
Hay un relato de Delibes que, como muchos de los suyos, está acompañado de un mensaje cargado de sensibilidad. Me refiero a “La hoja roja”, que parece desfasado en el tiempo. Porque relata una época ya superada, en que buena parte de los fumadores alternaban el uso de cigarrillos emboquillados con los que tenían que liarse por el consumidor, utilizando el papel de fumar, que durante muchos años quedó en desuso, aunque ahora vuelve a utilizarse, especialmente por jóvenes de ambos sexos que compran el tabaco a granel para luego introducirlo en un papel que, por cierto es de peor calidad de los que existían en mi juventud.
Los librillos de entonces facilitaban que el papel de fumar saliera con facilidad del envoltorio. Las hojas iban saliendo, hasta que aparecía una de color rojo, destinada a avisar al consumidor que ya solo quedaban unas pocas hojas.
Delibes aprovechó este hecho para reflexionar que en el transcurso de la vida se encuentra una hoja roja que nos recuerda que estamos llegando al final de nuestra existencia. En ocasiones la hoja roja es sustituida por un informe médico, por la aparición de una enfermedad que se presenta como incurable. A veces, también, el aviso de la hoja roja se prolonga por un tiempo superior al esperado, pero el final es inevitable,
Nacemos para morir. Para los creyentes, la vida no es el final, como nos indica una canción que se canta por nuestra Fuerzas Armadas cuando se trata de rendir recuerdo y homenaje a los caídos por la Patria, La vida no es el final, sino el principio de una vida con sabor de eternidad. Somos conscientes de la fragilidad de nuestra existencia, y ese sentimiento nos persigue con mayor intensidad, dependiendo de nuestra edad y nuestro estado de salud . Me vienen a la memoria unos versos de Manuel Alcántara, mi amigo que ya no está entre nosotros. Manolo se expresó con claridad al escribir: “Y ver pasando las tardes, mirando como atardece. Y morirme de repente, el día menos pensado, ése en el que pienso siempre”.
La frase “muerte súbita” se emplea para comentar un lance tenístico, pero también indica una muerte inesperada. Los humanos no podemos saber cómo será nuestro tránsito, si en un plazo breve o en una lenta agonía. La muerte puede llegar súbitamente, o avisarnos de un final esperado o inesperado .
Mientras tanto, mientras nacemos, vivimos y morimos, en el firmamento el sol, la luna, las estrellas nos contemplan, majestuosos, José Hierro, en un hermoso poema a la luna, escribió:” Y cuando nos cansemos, por que hemos de cansarnos. Y cuando nos vayamos, porque te dejaremos. Cuando nadie recuerde que un día nos morimos, porque nos moriremos, Pandereta de siglos para dormir al hombre, media manzana de oro que mide nuestro tiempo, cuando ya no sintamos, cuando ya no seamos, tú seguirás viviendo.”
No sé ustedes, pero a mi me gustaría que una hoja roja me anunciase que mi fin está próximo, para tener tiempo de prepararme para una muerte digna.