La Receta

Reticencia frente a las vacunas: la sensatez de una Academia que levanta la voz

En un panorama cada vez más propenso a la duda y a la desinformación, es digno de elogio el reciente posicionamiento de la Real Academia de Farmacia de Cataluña (RAFC), que ha hecho pública su preocupación por el auge de la reticencia de algunos a vacunarse. No es común que una institución académica farmacéutica, tradicionalmente prudente en sus intervenciones públicas, adopte una postura tan clara y comprometida. Por ello, su declaración adquiere un valor doble: por su contenido, y por su excepcionalidad institucional.

El dictamen alerta sobre un fenómeno que, según datos de la OMS y de UNICEF, afecta ya al 20% de los padres con hijos menores de seis años en todo el mundo. Una preocupación creciente alimentada por desinformación, teorías conspirativas y una pérdida progresiva de confianza en los profesionales sanitarios. España no es ajena a este fenómeno: en lo que llevamos de 2025 se han notificado 321 casos de sarampión, la cifra más alta en quince años, y en Europa han fallecido cuatro personas por esta enfermedad prácticamente erradicada.

La RAFC no sólo diagnostica, también propone. Reforzar la formación de los profesionales sanitarios, combatir la desinformación, mantener una vigilancia epidemiológica activa y, sobre todo, no dar por sentada la confianza del ciudadano. Porque, como sabiamente recuerda el texto de su dictamen, “las vacunas por sí solas no salvan vidas; son las vacunaciones las que lo hacen posible”.

Ahora bien, apoyar la vacunación no debe significar negar que haya razones legítimas para la prudencia en ciertos casos. El doctor Juan Gervás, por ejemplo, ha analizado críticamente la utilidad y seguridad de algunas vacunas cuya inclusión sistemática en los calendarios ha suscitado más preguntas que respuestas. Su postura, lejos de alinearse con el negacionismo, representa la saludable exigencia científica de que toda intervención médica esté bien justificada y adecuadamente comunicada.

Esta reflexión no debilita, sino que fortalece, el argumento a favor de las vacunas que realmente salvan vidas y cuya efectividad está ampliamente demostrada. Y aquí surge una contradicción preocupante: mientras se exige confianza en las vacunas, se limita injustificadamente su acceso, ya que no todas las vacunas llegan y están disponibles en las farmacias. Un ejemplo ilustrativo del importante papel de las farmacias es la vacuna contra el meningococo B. No financiada inicialmente, se adquiría en las farmacias bajo prescripción médica, y ello no impidió que millares de niños fuesen vacunados. La conclusión lógica es que, si todas las vacunas estuviesen disponibles en las farmacias, el índice de vacunación aumentaría considerablemente.

Negar la presencia en las farmacias de las vacunas que se adquieren centralizadamente para campañas de salud pública, aparte de una peligrosa desviación ideológica, representa negar la vacunación a más de ocho millones de personas con una póliza de salud privada.

Permitir que todas las vacunas estén disponibles en farmacias no solo es una cuestión de equidad y eficiencia, sino también de confianza. El farmacéutico, figura sanitaria de cercanía por excelencia, es un actor fundamental en la promoción de la salud pública. 

Frente a la reticencia, necesitamos realismo. El realismo de quienes, como la RAFC, entienden que no hay salud pública sin confianza, y que esta se construye con verdad, con rigor, y con cercanía. Ya lo decía el clásico: «Nulla salus sine fide» —no hay salvación sin confianza -. Y en tiempos de incertidumbre, la sensatez se convierte en un acto de valentía.