Leopoldo Lugones dice en su libro Piedras liminares que: La otra forma que se conoce, y que forma con la arquitectura las dos superiores, consiste en escribir un poema […] (Lugones, 1910, p. 613) desde la antigüedad los pueblos inventaron himnos heroicos para difundir a través de la oralidad la valentía de aquellos pueblos y de sus héroes. Pero estos cantos orales no solo se caracterizaban por contar historias de heroísmo, sino que también tenía dentro de su universo la presencia de dioses y diosas dotados de cualidades humanas. Recurren al engaño, algo tan humano, para conseguir un objetivo. Por ejemplo, cuando Atenea se presenta como un joven pastor ante Ulises o cuando Poseidón toma la forma del adivino Calcas.
Los himnos se hicieron populares gracias a los rapsodas y aedos quienes llevaron de pueblo en pueblo las gestas heroicas, las costumbres y tradiciones preservando así, a través de la oralidad, las culturas de los pueblos. Así pues, los himnos y los edificios (Lugones, 1910, p. 613) configuraron la imagen de nación y lograron unir al pueblo: los edificios porque se convirtieron en lugares de congregación no solo de la familia, sino de grupos que discutían las problemáticas de la polis, y los himnos porque unieron al ejército en torno de los ideales de grandeza de la nación. Sin embargo, la humanidad tuvo que recurrir a la escritura para que esas historias orales no quedaran en el olvido. Ese fue el gran premio para los poetas, filósofos y escritores de la antigüedad: la escritura como resistencia frente a la fragilidad de la memoria.
Elías Canetti dice en su discurso pronunciado en Múnich lo siguiente: Entre las palabras que durante un tiempo han languidecido bajo la extenuación y el desamparo, que la gente evitaba y encubría, quedando en ridículo al utilizarlas, que fue vaciando y vaciando hasta que, deformes y atrofiadas, se convirtieron en una amonestación, figura la palabra “escritor”. (Canetti, 1981, p. 349). En la actualidad el término “escritor” es objeto de burla sordina porque la oficialidad se ha encargado de que así sea: bien porque las administraciones quieran controlar un atisbo de pensamiento independiente o bien porque ignoran la importancia de la labor que desempeña el escritor. Ahora bien, hay que denunciar que los mismos escritores contribuyen a que la palabra “escritor” se devalúe. Existe una diferencia categórica entre los escritores de la antigüedad y los escritores de la actualidad. Esto se debe a que: […]en vez de enmudecer, escribían de nuevo el mismo libro […], (Canetti, 1981, p. 350) y encuentran un comité de aplausos que legitiman, a través del elogio, todo tipo de obras literarias que no ofrecen novedad literaria ni autenticidad en los temas.
Se confunde demasiado “premio de literatura” con “calidad literaria” y son dos ideas distantes entre sí. Los premios de literatura no siempre seleccionan las obras por su valor puramente literario, sino que seleccionan obras que sean fácilmente comercializables. Ante esta criba laxa y amañada a los intereses del mercado se pueden quedar obras de calidad literaria por fuera. Ahora bien, con esto no estoy afirmando que todos los “premios” estén amañados o sesgados; incluso algunos son una buena brújula literaria para los lectores. Sin embargo, hay que mirar a los escritores premiados con “sospecha” de buen lector con el fin de no caer en el pandemónium de libros que la sociedad de consumo y los premios quieren imponer al lector.
Los autores de la actualidad han cambiado el esfuerzo y la calidad literaria por la moneda de la fama. Dice Elías Canetti: […]el éxito en sí mismo tiene un efecto restrictivo (Canetti, 1981, p. 359) porque la pasarela de la fama condiciona el trabajo intelectual del escritor volviéndolo (no en todos los casos porque ha habido escritores que sobre la fama han mantenido su espíritu independiente) en una pieza más del mercado y el escritor debe adaptarse a las condiciones del mercado que, como bien se sabe, de literatura no entiende.
Una de las características que ennoblece y engrandece “La profesión de escritor” (Canetti, 1981, p. 349) es la palabra “proceso”. Esta palabra es la unión de dos términos latinos: pro que significa “hacia adelante” o “en dirección a” y cedere que significa “moverse” o “avanzar”. El trabajo que existe detrás de un libro es casi un ritual que invita al escritor a estar en constante movimiento; el acto creativo necesita del movimiento para llegar a otras personas y también para que otras personas lleguen a la obra del escritor: es un círculo de interpretación donde existe un baile armónico entre el lector y el libro.
En la antigüedad los rapsodas y aedos caminaron grandes distancias de pueblo en pueblo, de tribu en tribu…, llevando el movimiento de su palabra dulce sin más pretensión que encontrar un público a quien contar sus historias heroicas. Luego de contar las historias volvían a su camino, iban errantes con el único instrumento que poseían: la voz. Algunos siglos después aparecerá el objeto libro, cuya palabra proviene del latín “liber” raíz de la cual también se desprende la palabra libertad: un libro es un espacio donde lector y escritor pueden encontrarse para ser libres.