Intento ponerme en la piel de esas cinco familias que, a consecuencia de la explosión de grisú en la mina asturiana, han perdido a sus hijos, maridos o padres, pero es imposible. Tanto dolor no es fácil de imaginar.
En una ocasión me dijo una madre que acababa de enterrar a su hija de 14 años a consecuencia de una malvada leucemia linfoblástica, que le dolía el corazón. Pero lo del dolor, no como frase o metáfora. Le dolía —de tanto que dolía— material y físicamente el corazón. ¡Y sí, es totalmente cierto, duele el corazón, cuando el dolor es tanto que hasta respirar se hace difícil y, a cada segundo que pasa, más y más se aprieta el alma!
Por eso, en esta semana de Pasión que ahora comienza y donde media España viaja para disfrutar, descansar y reir, me intento poner en la piel de esas cinco familias que no podrán hacer otra cosa que sufrir y llorar por los seres amados que ya no están. Porque murieron, reventados y sepultados, en un chamizo de Asturias sacando carbón. Y hoy, desde aquí, en su honor y recuerdo, no puedo hacer otra cosa que condolerme por ellos y, denunciando lo que se oculta, sincerarme con ustedes.
Y decir, con rabia, que si no están aquí ahora con los suyos no ha sido por designio divino. ¡No! No están porque algunas personas, con determinadas actitudes y desde diversos ámbitos, han posibilitado que se diera la circunstancia irreversible que permitió la catástrofe acontecida.
Los empresarios, por codicia y tratar de maximizar sus beneficios. Y los políticos, —esta es la parte más indignante, ya que cobran de nuestros impuestos para, supuestamente, protegernos—, por permitir el desarrollo de una actividad irregular en un lugar donde no se podía extraer carbón.
Pero, y esto es sobradamente conocido en las cuencas carboníferas de León y Asturias, el mundo minero, con sus muchos actores —repito, muchos—, siempre se ha movido en un ámbito de irregularidades, trampas, sobornos, coimas y complicidades a todos los niveles.
Miren, un simple ejemplo de un modus operandi habitual —ha habido más, pero les referiré solamente uno de ellos—, que se convirtió en práctica generalizada en la cosa del carbón y que, con impuestos de todos los ciudadanos, se enriquecieron unos cuantos empresarios y se beneficiaron bastantes. Esos «bastantes» —vamos a decir así— por ver, callar y ayudar a que el negocio se moviera de esa manera, si bien, claro, con dinero bajo cuerda también para ellos y sus respectivas organizaciones. Atiendan:
Por intereses políticos, fundamentalmente, se declaró la minería como sector estratégico nacional —no la agricultura, la construcción, los aceriales, las térmicas ni el sector naval, no, solo la minería—. Por ello, la tonelada métrica extraída en nuestras minas recibía importantes subvenciones del Estado dado que, la misma tonelada, importada de Rusia, Polonia, Hungría e incluso Sudáfrica, salía mucho más barata que la extraída en minas asturianas y leonesas. Bueno, si además esa tonelada provenía de HUNOSA, es decir, la minería asturiana nacionalizada —para entendernos, mineros-funcionarios—, pues mucho más cara aún. Y con esa declaración y reparto de prebendas, privilegios y canonjías, se compró el silencio de un sector laboral que a los políticos, por su combatividad histórica, les imponía respeto cuando no miedo. Y algunos —conocedores del paño y sin ningún escrúpulo—, bien que usaron y abusaron de esa circunstancia en provecho y beneficio exclusivo. Como subvenciones a troche y moche y prejubilaciones con poco más de 40 años y sobrepasando los tres mil euros al mes y que los beneficiados bautizaron como «derechos conquistados».
Pues bien, con el silencio ominoso de muchos, el empresariado minero —no fueron todos, pero sí casi todos— extraían unas pocas toneladas de los pozos; a continuación importaban muchas toneladas —pero muchas— del extranjero que, a bajo coste, les ponían directamente en el puerto del Musel en Gijón o en otros. Posteriormente, unos carbones y otros eran mezclados y llevados a la térmica donde era recibido como si fuera carbón propio, autóctono y, en consecuencia, subvencionable.
¿Se dan cuenta de la jugada y la millonada que se embolsaba ese empresario a base de producir poco, comprar carbón barato de fuera y vender caro a la térmica?. Bien, pues esto, tan novedoso posiblemente para usted, amigo lector, residente en esa España alejada del mundo del carbón, sepa que era sabido y requetesabido por todo el mundo, autoridades municipales en primer lugar, en las comarcas mineras de León, Palencia y Asturias.
Y claro, para esa operatividad, entre otras cosas, tenían que estar implicadas las administraciones puesto que, cuando ese carbón mezclado llegaba a la térmica, supuestamente de producción nacional, pasaba los controles y análisis necesarios para ser admitido. Porque sepan que el carbón tiene su propio ADN y el de cada lugar es identificable perfectamente. Pero allí, siempre, había un técnico a la entrada de la térmica que, previa una supuesta cata graduadora del tipo de carbón recibido, daba por bueno y como nacional ese carbón.
A poco que mediten, se darán cuenta que la mezcla de carbones, ya en sí misma, necesita de operarios para ello, es decir mineros; la labor del técnico de la térmica era absolutamente fraudulenta; el desembarco en puerto cantaba más que la Jurado y la Pantoja juntas y el transporte precisaba de colaboradores necesarios.
En definitiva, estamos hablando de pura mafia, trampa colectiva, silencio de los agentes sociales, complicidades en los políticos y dinero de los respectivos ministerios que facturaban por una realidad notoria y totalmente falsa. Y desde arriba, el empresario, pagando a unos y otros por hacer y dejar hacer. Conclusión, dinero a espuertas.
Pues bien, ese es el marco en el que, de forma generalizada, siempre se movió la minería del carbón.
¿Tiene, pues, algo de extraño que algunos quieran continuar con tapujos y chanchullos cuando toda su vida se movieron, ya no en el filo de la legalidad, sino que siempre estuvieron del otro lado de la misma?
¿No les recuerda esto a la mafia, a los Corleone, a la omertá y al mundo delincuencial en el que los poderosos compraban voluntades, acciones y silencios?
Pues lo acontecido en la mina de Cerredo, más o menos, se enmarca en este mundo, en una flagrante ilegalidad por parte de la empresa y en la cómplice actuación de una inoperante y silenciada administración —pregúntese por qué— que, ahora, trata de lavarse las manos echando la culpa al que sea. No sería de extrañar que también fuera cosa de Ayuso. Pero ya no sirve que el presidente Barbón salga por los cerros de Úbeda diciendo vaciedades simplonas dictadas desde Moncloa —en su estilo, claro—, puesto que ya en noviembre una denuncia avisó de lo que estaba pasando en la mina de Cerredo. Luego, que no vengan con cuentos por dos razones:
Una, porque ya está bien de falsedades y trampas.
Dos, porque hay cinco muertos y mentir en esto sería burlarse de ellos y humillar a sus familias.
Y a la vista de todo, me asalta una pregunta ¿queda algo de aquella Asturias que por dos veces se jugó la vida en una partida?
¿O será —como dice el poema de Pedro Garcías, cantado Victor Manuel—, que Asturias es ya un árbol sin ramaje?