La Receta

El lado oculto de algunos antipsicóticos: adicción al juego, sexo o compras compulsivas

Los medicamentos llamados antipsicóticos atípicos son, desde hace años, una herramienta esencial en el tratamiento de enfermedades como la esquizofrenia o el trastorno bipolar. No curan estas patologías, pero ayudan a modificar sus síntomas y permiten a muchos pacientes llevar una vida más estable. Sin embargo, como escribió Cervantes, ‘No hay cosa tan mala que no tenga algo de buena’, ni cosa buena sin su reverso, y detrás de sus beneficios puede esconderse un riesgo, que no siempre se pone de manifiesto, o se transmite adecuadamente a los enfermos o sus cuidadores: la aparición de impulsos compulsivos y conductas adictivas.

Uno de los casos más conocidos es el del aripiprazol, un fármaco utilizado con frecuencia en psiquiatría. Tanto la información oficial para profesionales como diversos estudios médicos alertan de que puede provocar comportamientos inusuales, como juego patológico, aumento excesivo del deseo sexual, compras compulsivas o episodios de comer en exceso. Para muchas personas, estos impulsos aparecen de repente, en individuos que nunca antes habían mostrado esas tendencias, y pueden tener consecuencias devastadoras en la vida familiar, social y económica.

Aunque la ficha técnica de aripiprazol reconoce el riesgo de conductas adictivas como juego patológico, hipersexualidad, compras compulsivas o atracones, no se dispone de cifras oficiales sobre su incidencia, catalogándose como de frecuencia no conocida. Sin embargo, en estudios clínicos y series de casos, se han descrito tasas que oscilan aproximadamente entre el 0,2 % y el 3,4 % de pacientes tratados, especialmente en aquellos con antecedentes de trastornos del control de los impulsos o adicciones.

Pero no es el único. Otros antipsicóticos atípicos, como la risperidona o la quetiapina, también han sido relacionados, aunque con menor frecuencia, con comportamientos impulsivos o desinhibidos. Incluso la olanzapina, eficaz para controlar síntomas psicóticos, ha sido objeto de estudios que apuntan, en algunos casos, a cambios en el control de los impulsos. Aunque la magnitud del riesgo varía según el medicamento y la persona, el problema existe y merece atención.

Lo más preocupante es que estos efectos secundarios pueden tardar en detectarse, por lo que la aplicación en inyección para varios meses debería evitarse, - o indicarse solo tras un largo periodo de prueba por vía oral – ya que así existe la posibilidad de suspender el tratamiento, en caso de que aparezcan estos síntomas inesperados.

Ni el paciente ni su familia siempre relacionan estos nuevos impulsos con el tratamiento, lo que retrasa la consulta médica. Entretanto, pueden producirse pérdidas económicas, problemas de pareja o rupturas familiares, entre otras consecuencias.

En el caso de pacientes con adiciones, estos medicamentos están claramente contraindicados, por lo que los psiquiatras deberían investigar el historial previo del paciente, e imponerse el uso de otros recursos terapéuticos ante cualquier atisbo de ‘patología dual’, en la que no se puede delimitar bien si el trastorno psiquiátrico se debe a las drogas, o se recurre a las drogas por la propia patología.

Por eso es esencial que los médicos expliquen de forma clara y directa los posibles riesgos cuando prescriben estos fármacos. Las guías médicas recomiendan incluso preguntar específicamente por cambios en los impulsos relacionados con el juego, la sexualidad, las compras o la comida. La buena noticia es que, si se detecta a tiempo, ajustar la dosis o cambiar de medicamento suele ser suficiente para resolver el problema.

En medicina, no basta con aliviar los síntomas de una enfermedad. También es nuestro deber proteger la integridad personal, familiar y social del paciente. Y en el caso de los antipsicóticos atípicos, la información y la vigilancia son la mejor prevención para evitar que lo que empezó como un tratamiento esperanzador acabe convirtiéndose en una nueva forma de sufrimiento.