Fronteras desdibujadas

Personás: estamos hechos de palabras

“Más vale pájaro en mano que cien volando.”

Solía decir mi padre. He tomado decisiones financieras sobre la base de este dicho.

Hay frases que nos habitan desde la infancia. Palabras que resuenan en las paredes de nuestra casa y en los pliegues de nuestra memoria.

“Dime con quién andas y te diré quién eres.”

“A palabras necias, oídos sordos.”

Nos enseñan con dichos. Nos moldean con refranes. Nos dan identidad con el lenguaje.

Porque en el principio era el Verbo.

O quizás, en el principio era el Sonido.

O aún más esencial:

En el principio era la Vibración.

Vibramos antes de hablar. Vibramos al llorar, al reír, al respirar. Antes de la palabra, somos sonido. Y cuando finalmente nombramos el mundo, lo creamos con nuestra voz.

Somos personás. (Aceptando ese acento agudo aunque no lo lleve)

Per: por

Sonás: sonido

Por sonido. Por vibración. Por la palabra que nos da forma.

«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.»

Así lo dice la Escritura. Pero también podríamos decir:

En el principio era el sonido , y el sonido era con Dios, y el sonido era Dios.

O aún más esencial:

En el principio era la vibración .

Nuestras historias y la historia universal producen un eco.

Hubo quienes moldearon imperios con su voz. Quienes, con apenas un puñado de palabras, encendieron fuegos que aún no se apagan.

Hitler puso en jaque al mundo con su verbo afilado.

Jesús transformó la historia con su palabra.

Buda enseñó el silencio entre las sílabas.

Sócrates murió por su palabra.

Mahatma Gandhi liberó a un pueblo con su voz pacífica.

Malcolm X y Martin Luther King Jr. pronunciaron discursos que siguen vibrando en las calles de la historia.

John F. Kennedy desafió a una generación con un llamado: No preguntes qué puede hacer tu país por ti…

Nelson Mandela tejió con sus palabras un puente entre el odio y la reconciliación.

Emmeline Pankhurst gritó por el derecho de las mujeres al voto.

Malala Yousafzai recibió un disparo por querer que las niñas fueran a la escuela y su voz se hizo aún más fuerte.

Y otros, con su silencio, también hablaron.

Porque su silencio contenía vibración.

Y la vibración también es eco. Y el eco también es sonido.

Las palabras resuenan. Unas en la mente, como las escritas. Otras en el cuerpo, como las habladas. Algunas son un susurro que se queda para siempre, otras un trueno que estremece la tierra.

“No sirves para nada.”

“Qué bien escribes.”

“Puedo, quiero y lo hago.”

El lenguaje nos habita. Somos lo que decimos y lo que nos dicen, para bien o para mal. Nos definen las palabras que escogemos y las que evitamos. El nombre que llevamos. La voz con la que nos llamaron por primera vez.

Por ejemplo, Nery (pon tu nombre aquí) es mi nombre, pero más allá de esas letras, soy lo que vibra al pronunciarlo.

Si la palabra tiene poder, entonces pensemos en este dicho: quien la domina, tiene el mundo en sus manos.

Hay quienes han usado el verbo para liberar, y quienes lo han usado para encadenar.

Y nosotros, personás, vibramos entre las letras.

Nacimos con un grito, pero nos definimos con palabras.

Somos sonido hecho carne.

Somos verbo en movimiento.

Somos eco y somos origen.

Somos personás: hechas de palabras resonando en el mundo.