Los ríos son ejes vertebradores de las civilizaciones, facilitando el comercio, la expansión territorial y el intercambio cultural. Del Nilo al Amazonas, estas arterias naturales han impulsado el desarrollo humano, pero también han servido de vía para actividades ilícitas. El Guadalquivir, el río más importante de Andalucía, no es la excepción. Lo que en su momento fue una vía de comercio y navegación crucial, hoy se ha convertido en un corredor estratégico para el narcotráfico. En México, la historia es similar, pero el Río Bravo (como se le llama en México o Río Grande en EE. UU.) siempre ha sido un lugar de gran trasiego de drogas ilegales.
En España, con el endurecimiento de la vigilancia en el Estrecho de Gibraltar, las organizaciones criminales han desplazado sus rutas hacia el interior del país. El Guadalquivir ofrece una alternativa ideal: su curso, que atraviesa desde Sanlúcar de Barrameda hasta Sevilla, permite a los traficantes mover grandes cargamentos de droga sin los riesgos del mar abierto. Las narcolanchas, con motores de alta potencia, logran evadir a las fuerzas de seguridad en una zona de marismas y canales de difícil acceso.
Las cifras reflejan la creciente preocupación. Tan solo en el último año, las autoridades han incautado más de 20 toneladas de cocaína y hachís en esta región, triplicando las cifras de hace cinco años. Además, el 80 % de los cargamentos interceptados en el Guadalquivir tienen como destino mercados europeos, lo que evidencia la relevancia internacional de esta vía.
La respuesta de las fuerzas de seguridad ha sido contundente, pero insuficiente. Aunque se ha detenido a más de 200 personas vinculadas con estas redes, los grupos criminales se reinventan constantemente, utilizando tecnología de punta y nuevos métodos. El reto para las autoridades no es solo contener la problemática, sino desmantelar las estructuras financieras que sostienen este lucrativo negocio.
El Guadalquivir, que antaño fue símbolo de esplendor económico y cultural, se enfrenta ahora a una lucha desigual contra el narcotráfico. El futuro del río y de sus comunidades depende de ello, mientras las autoridades minimizan el daño y aseguran que son exageraciones.
En México, la historia se repite, aunque en una escala mucho mayor. En días recientes, “El Mayo” Zambada (para muchos, el mayor narcotraficante de la historia de México) fue secuestrado fuera del territorio nacional y puesto a disposición de las autoridades estadounidenses.
Hace una semana, pidió ser repatriado, amenazando que de no hacerlo, las relaciones entre México y EE. UU. se verían afectadas. Su secuestro deja muchas interrogantes y nos hace pensar que su reclamo podría ser cierto, ya que las pruebas apuntan a que el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, estuvo momentos antes en una reunión con “El Mayo”. La presidenta de nuestro país respondió en cadena nacional al día siguiente, asegurando que se le ayudaría como a cualquier ciudadano, pero negando cualquier vínculo con él.
En ambos países huele a podredumbre. La delincuencia está descontrolada y las autoridades intentan negar lo evidente. Como diría Napoleón Bonaparte: “La corrupción huele más fuerte que una cloaca”.