Nadando entre medusas

Su majestad: Coco Chanel

Biológicamente, todos somos únicos. Laboralmente, todos somos prescindibles. Pero artísticamente, sólo unos pocos son irremplazables. 

A comienzos del siglo XX, Coco Chanel tuvo un romance con un señor que duró varios años. Cuando la prensa se enteró de que él había compartido lecho con otras mujeres, un periodista, con la más venenosa de las intenciones, le preguntó a ella: “¿Qué se siente cuando te enteras de que tu novio te ha sido infiel con tu mejor amiga?”. Y la diseñadora, en vez de romper a llorar, suspiró: “Que tu novio te sea infiel con tu mejor amiga, es algo malo. Pero hay otra cosa peor: que, al final, por culpa de esa traición, todas tus amigas acaben enterándose de lo poco con lo que sexualmente te has conformado”. 

A los doce años, después de haber sido abandonada por su padre, Coco, cuando todavía se llamaba Gabrielle, se crió en un orfanato. Pero como la vida de costurera que habían diseñado para ella no le seducía, decidió seguir el consejo de Oscar Wilde: "Sé tú mismo, porque en esta comedia que es la vida, el resto de papeles ya están cogidos". Por eso, en vez de estudiar para ser algo, empezó a luchar para ser alguien. “Cuando decides mostrarle tu talento al mundo, no has de ser exigente con los demás: has de ser implacable contigo misma”, repetía. Y vestir a las mujeres fue su manera de conquistarlo. El objetivo: que gracias a sus diseños, la elegancia de ellas fuera aún más alta que sus tacones. La estrategia: que el diseño de sus vestidos fuera una expresión de su refinada inteligencia.

Coco nunca fue una mujer bella, pero siempre fue una luchadora astuta. Cuando llegó a la conclusión que en este mundo no hay mujeres feas, sino mujeres vagas, consiguió devolver la esperanza a todas esas señoras que, al igual que ella, no habían sido tocadas con la varita mágica de la belleza. El fundamento de dicha esperanza era: “Puedes ser preciosa a los treinta, encantadora a los cuarenta e irresistible durante el resto de tu vida”. Quienes la trataban de cerca aseguraban que cualquier cosa podía irritarla, pero había una palabra que la enfurecía especialmente: la humildad. “Admiro a las mujeres ambiciosas, porque son las únicas que tienen la posibilidad de escapar algún día de sus suegras, de los pañales y de esa cárcel que ha sido siempre la cocina”. Y para demostrar su lucha contra la esclavitud femenina, en sus diseños rebajó el peso de los sombreros, acortó la longitud de las faldas y eliminó los accesorios superfluos, con el fin de que las mujeres gozaran de un mayor y más cómodo movimiento. No contenta con esto, fue la primera diseñadora que osó lucir pantalones, y para acabar de revolucionar el mundo de la moda, hizo algo inaudito en aquella época: liberó a todas las mujeres del corsé, esa prenda que venía apretando sus cuerpos durante siglos, como si llevaran una faja de cemento.

Otra palabra que le sacaba de quicio, era la vulgaridad. Para ella, ésta iba sospechosamente unida al progreso. De ahí que tuviera tan clara la diferencia entre ser rico y tener dinero. “No es la apariencia: es la esencia. No es el dinero: es la educación. No es la ropa: es la clase”. También estaba convencida de que la inteligencia de una mujer no se mide tanto por la inteligencia que tiene ella, sino por la inteligencia de los amigos que ella tiene. Gracias a esta forma de pensar, o mejor dicho: gracias a esta forma de vivir, Mademoiselle Chanel consiguió ese toque de distinción que la hizo única. Mientras los ricos se sentían orgullosos de poder comprar obras de artistas famosos como Dalí o Picasso, esos artistas se sentían orgullosos de que Coco Chanel les invitara a cenar en su casa. También consiguió enamorar al gran duque de Rusia, Dmitri Pavlóvich, uno de los únicos Romanov que sobrevivió a la sanguinaria masacre bolchevique. Años más tarde, también tuvo un romance con el famoso y multimillonario duque de Westminster. Pero cuando los periodistas le preguntaron por qué al final no aprovechó para convertirse en duquesa, Coco respondió: “Duquesas de Westminster podrá haber muchas, pero Coco Chanel sólo hay una”. Sin embargo, a pesar de moverse en los círculos más altos, tanto políticos, intelectuales, como financieros, Coco Chanel nunca presumió de tener grandes amigos. "Prefiero tener imitadores –decía-, porque estos son los que se encargan de confirmar mi grandeza”. Y respecto a sus enemigos, cuando despreciaba a alguien, en vez de insultarle, le clavaba un adjetivo con la misma precisión, y la misma elegancia, que clavaba una aguja de coser en sus magníficos trajes.

“El perfume de una dama anuncia su llegada y alarga su despedida”, decía. Y convencida también de que una mujer sin perfume es una mujer sin futuro, su curiosidad le llevó al mundo de las fragancias. “Una mujer debe usar su perfume justo allí donde anhela ser besada”, sonreía pícaramente, demostrando con ello que sabía muy bien de lo que hablaba. Y entonces creó ese mítico perfume que Marilyn Monroe universalizó, cuando admitió que unas gotas de éste eran las únicas prendas con las que se metía cada noche en la cama. 

Por desgracia, el éxito de su vida afectiva siempre estuvo muy por debajo del de su vida profesional. Mientras su imperio de la alta costura crecía como los rascacielos, su vida sentimental empequeñecía al ver cómo sus amantes siempre acababan casándose con otras. “Las mujeres necesitamos la belleza para que los hombres nos amen, y la estupidez para que nosotras amemos a los hombres”, suspiraba. Pero ante el fracaso amoroso, ella nunca se amilanaba: “Cuando te han abandonado y sientes que ya nada tienes que perder, es justamente cuando tienes todo que ganar”, añadía. Por eso, después de que una vez le preguntaran por qué nunca se había casado, respondió: “Con los años he descubierto que la única manera de no tener que soportar a las amantes de tu marido, es seguir siendo la amante oficial de los demás”.

Hay mujeres que han aprendido a soltar lágrimas en público sin tener motivos para llorar, pero también hay otras que han aprendido a llorar en soledad, sin poder soltar una lágrima. Al final de su vida, Coco Chanel nos enseñó que una mujer no triunfa en el amor cuando consigue casarse con los hombres que ha amado. Una mujer triunfa cuando, muchos años después, todos esos hombres siguen enviándole cartas de amor para confesarle que, a pesar de los esfuerzos que han hecho, no la han olvidado.