Con el encuentro de dos mundos, a partir de los viajes de Colón, unos aventureros europeos llegaron al camino de la serpiente y terminaron embelesados con el paisaje del color de la esperanza, la fragancia propia entre mágicos amaneceres de colores, la explosión de tonalidades al final del día y el concierto de ruidos de la noche.
Se alimentaron de los mitos y leyendas en esa tierra oculta, de imágenes bravías dormidas entre los rayos que se filtran en la selva y forman conos grises donde las flores exóticas apagan su semblante, mientras que nubes doradas acarician en claroscuro el fuego de la tarde y los insectos parecen plumillas de oro flotantes de topacios y diamantes.
Las rutas para llegar a “El Dorado” se difunden entre conquistadores y expedicionarios, que recorren largos trechos, atraviesan ríos, surales, matas de monte, para continuar el ascenso por sierras, riscos y montañas buscando la planada.
A diferencia de quienes con ansia persiguen el tesoro, esos inquietos aventureros siguen el dicho de algunos nativos, que les indican pueden llegar al río grande que los conduce a un Imperio con cimas verdes donde silba el viento, y cuyo legado se refleja, en los saberes que consignan en cuerdas de colores de algodón o lana, y en unas construcciones que custodian unas aves de alas gigantes que vigilan su particular mundo desde el firmamento.
Aquellos <<locos aventureros>> desafían el destino y escuchan de un mundo fantástico en esa ruta exuberante donde encuentran la esencia del ser en la vida misma. Por ese camino de agua en el enmarañado verde, hallan paredes de piedra pintadas con símbolos y dibujos de animales, que para los habitantes ancestrales del territorio, constituyen junto a las líneas que terminó por destapar finalmente el tiempo, el testimonio fidedigno del encuentro con seres de otros mundos.
Los aventureros respetaron siempre las creencias nativas en esas comarcas agrestes, y en cambio, les transmitieron sus creencias que terminaron en nuevos mitos.
Finalmente, el Paso del Casiquiare les impidió continuar la ruta del Orinoco al Amazonas. Después del regreso lleno de vicisitudes, y al paso de centurias terminaron por plantar su semilla en esas tierras inhóspitas que rompió sus pensamientos, su prole se estableció en parajes donde sintieron la libertad del viento y la cercanía al silencio.
Allí, conquistaron corazones con firmeza y pasión, para formar unas generaciones que por la vía del Orinoco se extendieron por los llanos de Venezuela, cruzaron el Apure, el vibrador Arauca de planadas mágicas entre confines del cielo, y llegaron al Casanare entre un verde de encantadora belleza, para tocar adelante el Pauto desde las estribaciones cordilleranas hasta bordear abajo el río Meta y volver al Orinoco, donde bajo la luz de lunas de vientre gordo, jorobadas, de hamaca, y la de plata, algunos escuchan ruidos, otros ven sombras o divisan luces, que son las almas virtuosas y misteriosas de los patriarcas que deambulan para proteger todo lo que amaron y quisieron…