Los impuestos son un mal necesario porque hay que financiar un estado que como mínimo nos defienda de la anarquía y el crimen y además provea ciertos servicios públicos. El problema es que como en las constituciones no hay límite alguno al tamaño del estado, este lleva décadas creciendo sin control. Esto es así porque el principal objetivo de la casta política y burocrática que gobierna es enriquecerse y multiplicarse de la mano de los grupos de presión o colectivos que le son afines
Este enorme crecimiento se financia mediante un endeudamiento insostenible y la opresión fiscal. Lamentablemente, impuestos extractivos, como los que soportamos en España o Francia, están inversamente correlacionados con la prosperidad, la libertad, y la justicia social. En un artículo del año pasado ya vimos cómo las evidencias demuestran que el enorme crecimiento del estado y de los impuestos en Francia, Italia, y España no ha venido acompañado de una reducción de la pobreza ni de la injusticia social, sino todo lo contrario.
Es importante distinguir entre tasas impositivas y recaudación tributaria. Cuando los impuestos dejan de ser moderados y pasan a ser muy elevados, una subida adicional de las tasas impositivas no produce un aumento proporcional de la recaudación, e incluso en muchas ocasiones esta se contrae. Esto es así porque los excesos fiscales generan incentivos negativos que provocan una menor inversión y generación de empleo, así como la disminución de la propensión al trabajo, y en muchos casos, el cambio de residencia fiscal.
Por lo tanto, impuestos muy elevados tienen una eficiencia recaudatoria baja, y es por eso por lo que las estimaciones de recaudación casi nunca se cumplen, como ocurre con la tasa Google, la tasa Tobin, el impuesto sobre el patrimonio, o el sucesiones y donaciones etc...
En 2008 Maryland aprobó un tipo impositivo confiscatorio a las rentas superiores a un millón. Como consecuencia de esto el número de millonarios residentes se redujo en un 25%, lo que produjo una caída de la recaudación de 106 millones en vez del incremento de 257 millones que había previsto la administración local. Aunque muchos lo niegan por empecinamiento ideológico, la curva de Laffer funciona muchas veces, especialmente cuando la carga fiscal que soportan ciudadanos y pymes se convierte en confiscatoria.
En 1997 la tasa impositiva sobre las rentas del capital pasó del 28 al 20% en EE.UU. Los estatistas pronosticaron un desplome de la recaudación fiscal, y sin embargo, los ingresos del estado por este concepto se dispararon hasta los 372.000 millones en cuatro años, muy por encima de los 209.000 millones estimados con un tipo del 28%. Impuestos moderados recaudan más porque generan una mayor inversión y potencian la actividad económica, lo que se traduce en una mayor base imponible. Además, los incentivos para la optimización y el fraude fiscal disminuyen, y los que votan con los pies escogen quedarse.
En los años 90 la India, después de décadas de socialismo empobrecedor decidió apostar por algunas de las instituciones del libre mercado y una menor presión fiscal. El resultado fue que la recaudación por impuestos directos aumentó más de un 50% en cinco años.
A lo largo de los años 90, Islandia redujo el impuesto de sociedades de forma gradual desde el 45% hasta el 18% y gracias a esto la recaudación por este impuesto se triplicó.
En los EE.UU los recortes de las tasas impositivas sobre los rendimientos del capital aplicados en 1978, 1997 y 2003 generaron notables aumentos en la recaudación de este impuesto. Esta es la realidad de los impuestos que tantos se niegan a aceptar, quizá por soberbia, quizá por extremismo ideológico. Pese al uso habitual de la falsa y demagógica frase “recortes de impuestos para los ricos”, la mayor parte del incremento de la recaudación vino de las personas con ingresos más elevados.
En 1980, cuando el tipo marginal del IRPF alcanzó el 70%, el 5% de los contribuyentes más adinerados de Norteamérica aportaba el 37% de todos los ingresos tributarios. Después de que Reagan y sus sucesores redujeron el tipo marginal más elevado al 35%, no sólo la recaudación se disparó al alza, sino que el 5% de mayores ingresos aumentó su aportación a más del 50% del total recaudado, 13 puntos porcentuales más que con tipos el doble de altos. Con tipos impositivos moderados los ricos pagan más impuestos, aportan más dinero a la caja del estado. Lo que importa es que la recaudación sea elevada, no que los tipos sean altos. Parafraseando a Clinton, “ ¡es la recaudación, estúpidos!”
Hay docenas de ejemplos en multitud de países, incluida España. Tanto la Comunidad de Madrid como la Andaluza han conseguido mayores recaudaciones reduciendo las tasas de la imposición directa. El único motivo por el que hay paraísos fiscales es porque hay infiernos fiscales, especialmente en Europa. Cuando el estado parasita a los contribuyentes, la fuga de capitales es inevitable, tanto el económico como el humano deciden emigrar.
Hasta un icono de socialistas y socialdemócratas como Keynes sostenía que “los impuestos pueden llegar a ser tan altos que nieguen su mismo propósito” y también que, “dando tiempo suficiente para recolectar los frutos, una bajada de impuestos tiene mayores probabilidades de equilibrar el presupuesto que un aumento”.
Los impuestos, cuando pasan de moderados a elevados producen siempre nefastas consecuencias, la eficiencia recaudatoria se resiente, y no pocas veces los ingresos fiscales se contraen. En el siglo XVIII, las colonias inglesas en Norteamérica se rebelaron contra el gobierno británico debido a sus abusos, especialmente los impositivos. La opresión fiscal británica desencadenó el motín del té de Boston, y finalmente la guerra de independencia.
Bajar impuestos hasta alcanzar una carga fiscal moderada para todos es justo y necesario porque es eficaz, eficiente y refuerza tanto al estado como a la economía. Esto es compatible con el socialismo democrático y la justicia social ya que es la mejor manera de maximizar la recaudación fiscal y de que los más pudientes aumenten su contribución.