LA MIRADA DE ULISAS observa con preocupación cómo la historia está destinada a repetirse si no se toma en cuenta las consecuencias y secuelas que dejaron en el pasado. Esa mirada que indaga realidades ve que aquel “nunca jamás” pronunciado por Europa, con la fuerza de su momento, ha caído en la desmemoria. Naciones que actualmente quieren volver a empezar con lo mismo: repetir el ciclo del antisemitismo a ultranza para darle espacio y peso a la inmigración, que expresa abiertamente su judeofobia. El único fin de tales políticas es conseguir votos, ya que el número cuenta. La aprobación de los gobiernos ya sometidos a otra cultura obedece a otros mandatos que dictan nuevos comportamientos y actitudes. Imponen otra visión. Se precipita cuando el mundo va mal y se precisa culpar a alguien para hacerse, según parece, a la “buena conciencia” con inventadas convenciones para enfrentar la vida bajo la influencia de tantos ismos y tendencias que olvidan la sana convivencia. Seguramente para obtener el mismo resultado: dolor y más dolor con sangre inocente llevada a la muerte. Y el presente arriba con manifestaciones y pancartas palestinas abrazando una causa que no compete a tantas personas ajenas al conflicto del Medio Oriente, pero la posición tomada les ayuda a canalizar rabias y frustraciones a muchos individuos que ni siquiera saben por qué abogan. Se revive el viejo odio ya reconocido y condenado por gente pensante, que no tolera la ignorancia de tantos revoltosos, quienes hallan en esa nueva causa una falacia. Se llenan de mentiras con falsos discursos que justifican con aparentes derechos humanos, los mismos rígidos por el wokismo y por movimientos que han dañado sociedades al aplicar un enfoque errado. Un antisemitismo liderado por la izquierda moderna, cuyos militantes ni siquiera pueden ubicar donde se halla Gaza ni el mar ni aún el río del que hablan. Se llenan de eslóganes vacíos de conocimiento y acusan a Israel de genocida, sin nisiquiera conocer los alcances del término, que no responde para nada con la actitud de Israel, país que curiosamente debe defender a sus enemigos de la hambruna y del abandono en que los dejan sus propios dirigentes, sin el menor interés de proteger a sus pares. Los ponen como carne de cañón y evidencian sus muertes para obtener el beneplácito y la propaganda buscada en los seres que condenan la defunción de niños, ancianos y mujeres. Con razón, pero hay que buscar a los culpables. La gran pregunta con dos dedos de frente salta a la vista: ¿quiénes son los verdaderos responsables por no proteger a su población civil? Obligan al ejército más “moral” del mundo a realizar una labor que no les corresponde. ¿Qué guerra exige que a los del otro bando se les premie con beneficios? La responsabilidad de la atención y cuidado de un pueblo debe recaer sobre aquellos que representan la autoridad, como debería ser la de Hamás. Descuida y compromete la suerte de sus compatriotas con tal de denigrar la imagen de Israel, pero en realidad por una conciencia más elevada Israel asume funciones que no le corresponden. ¡Vaya ironía! Sin embargo, se le acusa de genocida. ¿Quiénes son los verdaderos genocidas con su propio pueblo? Es la gran pregunta que muchos se deben hacer, y yo con la mirada que anhela restablecer la justicia, también me la planteo. Se tiene que instaurar la objetividad para desnudar los macabros fines de los terroristas. Les apetece seguir fomentando el antisemitismo sembrado en los corazones. Aberración que se revive con ahínco cuando el mundo va pesimamente mal, como es el caso de tantos países gobernados por dirigentes poco eficientes. Buscan motivos para desviar la atención de sus pueblos al responsabilizar a otros del mal que los avasalla. Resulta un manejo con un mecanismo de defensa que se fundamenta en el sofisma de distracción. Los culpables son los otros y no se miran sus propias carencias. Es vergonzoso que hoy las izquierdas que mantenían valores y principios humanísticos creen coaliciones con el islamismo más radical, donde se ubican las ideas del Medievo, que Occidente repudia por contener una civilización que imposibilita a la brava que la diferencia exista, que la mujer se libere y que los disidentes tengan voz y voto. Aliarse con esos preceptos es negar los fundamentos de las democracias y es fundirse con un mundo oscuro que no permite evolucionar. El judío siempre ha defendido el progreso con su ejemplo, acogiéndose a la ciencia y la vanguardia. Es de cuestionarse ¿el por qué cada vez que el mundo cae en desgracia el judío lleva del bulto para poder silenciar la verdadera problemática o la causa del malestar? Europa prometió no repetir su historia. Por lo visto, está refrendando las mismas acciones para tropezarse con la misma piedra. ¿Será que ese pedrusco se le devolverá como tantas veces lo ha comprobado la Historia? Resalta la permanencia del único pueblo que subsiste desde la antigüedad, a pesar de haber sido perseguido sin cesar. El antisemitismo o la judeofobia no representan una opinión sino el conjunto de sentimientos que reflejan el odio y la discriminación hacia el semejante. Y la mirada de Ulisas algo confundida se interroga: ¿acaso el judío no es un ser humano? Los musulmanes adoctrinados por el Corán repiten que el judío no vale nada y hay que exterminarlo, como lo pretenden con sus numerosos actos de barbarie. Según los preceptos de Mahoma se les premia por tal motivo con numerosas vírgenes que los esperan en el paraíso. Y la atónita mirada de Ulisas se interroga si lo mismo ponderan los países que se han visto beneficiados por la presencia de los judíos. O quizá prefieren caer en la amnesia, que se le atribuye a un mundo que va de peor en peor y precisa de otros derroteros que puedan salvarlo de la negrura en la que ha caído, al ser incapaz de sacudirse de las influencias que lo quieren opacar. Tiempos de enfrentar la realidad con lentes y versiones que señalen los errores y los atropellos. Un “nunca jamás” que sea auténtico y legítimo.
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