La luz del sol ha sido celebrada desde siempre como símbolo de vida, salud y alegría. “La luz es como el agua: hay que saber cuándo dejarla entrar... y cuándo cerrar el grifo”, escribía Gabriel García Márquez en uno de sus cuentos, y con razón: se cuela por todas partes, alumbra, calienta y nos hace sentir bien. Pero también, como el agua, puede volverse peligrosa si no se respeta. Especialmente cuando en nuestro organismo hay sustancias que no se llevan bien con ella.
No se habla mucho de que hay medicamentos que pueden convertir una exposición solar inofensiva en una experiencia incómoda o incluso peligrosa. No es una exageración: ciertos fármacos, al combinarse con la luz ultravioleta del sol, pueden provocar reacciones en la piel que van desde una quemadura intensa hasta un sarpullido persistente o una pigmentación difícil de eliminar. A esto se le llama fotosensibilidad inducida por medicamentos, y conviene tenerla en cuenta, sobre todo en verano.
Existen dos tipos principales de reacciones: la fototoxicidad, más frecuente, que aparece cuando el medicamento reacciona directamente con la luz y daña las células cutáneas. Y la fotoalergia, menos común, pero más imprevisible, donde el sistema inmunológico reacciona como si el sol hubiese transformado el medicamento en un enemigo.
Los fármacos implicados son más comunes de lo que se cree. Por ejemplo, los antibióticos del grupo de las tetraciclinas, como la doxiciclina, ampliamente usados para infecciones respiratorias o del acné. También los antiinflamatorios tópicos como el ketoprofeno, o algunos diuréticos como la furosemida, habituales en tratamientos para la hipertensión. Incluso medicamentos muy usados para evitar las arritmias, como la amiodarona, tienen este efecto indeseado. La lista es larga, por lo que siempre conviene leer el prospecto, o preguntar.
Una simple caminata bajo el sol o una mañana en la playa puede convertirse en una experiencia incómoda si la piel, cargada con uno de estos compuestos, reacciona más de la cuenta. En algunos casos, las lesiones pueden tardar semanas en desaparecer. En otros, dejan manchas que recuerdan por largo tiempo lo que parecía una inofensiva jornada al aire libre.
¿La solución? No es dejar de tomar el medicamento sin consultar —eso nunca—, sino protegerse con inteligencia. Los fotoprotectores solares son aliados útiles, siempre que se usen bien: es decir, con un factor alto de protección - 50 o más -, aplicado en cantidad suficiente y renovado cada dos horas, sobre todo si hay sudor o agua de por medio. Pero no debemos confiarlo todo a una crema: la sombra, la ropa adecuada, los sombreros de ala ancha y las gafas de sol siguen siendo la mejor defensa.
El sol no es un enemigo, pero tampoco un aliado incondicional. Lo sabía bien Góngora cuando escribió: “el sol, que siempre en su cenit se muestra, a veces abrasa donde antes alumbraba”. Es decir: lo que da vida, también puede dar quemaduras. Y si la piel está más sensible por la acción de un fármaco, hay que tratarla como un jardín recién plantado: con cuidados, sin abusos y protegida del mediodía.