Aquiles, el de los pies ligeros, entró en cólera porque el rey de Micenas, Agamenón, le arrebató una concubina, Briseida, parte del botín de los muchos pillajes que los aqueos perpetraron en el impasse de la guerra de Troya. Agamenón era el comandante en jefe del contingente griego, el mandamás, a quien todos debían obediencia. Sin embargo, Aquiles, nieto de Éaco, hijo de Peleo y Tetis (nereida inmortal), con ese prurito de saberse el mejor de los guerreros, explotó de ira al verse humillado por el orgullo estéril de un fanfarrón, y, arrebatado de furia, decidió no participar en la batalla; ni él, ni los suyos, los valerosos mirmidones.
El pueblo español ha entrado en cólera. La manifestación convocada por el PP de Feijóo, a quien Sánchez ultraja con sus constantes ademanes totalitarios, es producto del hartazgo anímico de soportar la iniquidad que practica el sanchismo. Sánchez no es Agamenón, es un cobarde, de haber asistido a la guerra de Troya, se habría escondido bajo las faldas de Helena, la bella mujer que fuera detonante del conflicto. Su rapto motivó la guerra. Paris, hijo de Príamo, hermano del noble Héctor, se la arrebató a Menelao, hermano de Agamenón, y, a la sazón, rey de Esparta.
En la gesta por recuperar el poder y la normalidad democrática, Alberto Núñez Feijóo ejerce el papel de un Aquiles (permítaseme el anómalo parangón), que no ha entrado en cólera, ni debe entrar si desea, como clamaba en la manifestación de la plaza de España de Madrid, mantenerse en la centralidad. Ha sido ultrajado, como todos los españoles de bien, pero debe fijar una postura vertebradora y transversal, aunar voluntades, pescar votos en mares de procelosas consignas; desoír los cantos de sirena de los extremistas, escuchar la voz de quienes practican la firmeza desde la moderación.
Sánchez solo es una mala réplica de Febo Apolo, dios de la luz, porque el presidente del Gobierno solo ocasiona apagones; sobre todo, de orden intelectual. Tiene el extraño don de apagar la mente de aquellos sin capacidad de reflexión. Su fórmula, retorcer la realidad para convertirla en un relato de política ficción, le está dando resultado. Bien es verdad que, sin la colaboración necesaria de las fuerzas del mal (ya saben, la caterva de los odiadores de España), hace tiempo que Apolo Sánchez estaría yaciendo en el Hades virtual de los réprobos.
Hacia Troya partieron innúmeras naves, se dirigían a una guerra producto del azar, del capricho de los dioses, de la estupidez de unos jóvenes enamorados, de la tozudez de un cornudo y su hermano, Agamenón, rey de hombres. Hacia la plaza de España fue la gente que defiende la integridad del Estado, del país que desean libre de perturbados metidos a dignatarios, la conciencia de una nación que hila la urdimbre de su bandera, de sus principios, de un modo de convivencia amable, sin reproches.
Llegados a este punto de la historia y de la legislatura, tenemos mucho más que ganar que de perder (ya hemos perdido bastante). Necesitamos Aquiles sin cólera, Patroclos prudentes, los consejos de Néstor, la astucia de Odiseo. En la lucha contra el sanchismo la virtud es más necesaria que nunca. Sus huestes corruptas fuerzan el desmoronamiento de una manera torticera de gobernar. Actuemos desde la centralidad, con el equilibrio de los estadistas que buscan el bien común, y no el propio. Toca remangarse y procurar seguir la máxima de Platón: “Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro”.