Nigeria, nación ubicada en el noroeste de África, se convirtió de repente en el centro de atención de la literatura mundial, cuando en el año 1986 en Estocolmo se le otorgaba por vez primera el Premio Nobel de Literatura a un escritor africano. Este justo reconocimiento a la literatura africana se le confirió a Wole Soyinka, nigeriano nacido en Abeokuta, dramaturgo, novelista y poeta, que ha concebido su vasta obra como un valiente testimonio de aquellos aspectos de su realidad nacional y regional inaceptables para su conciencia, un cuestionamiento de las ideologías y la libertad dentro de la cosmovisión de África.

En la ceremonia de entrega del Premio Nobel declaró que este galardón era una prueba de que se reconoce la identidad de su cultura, que no siempre ha sido reconocida. El mundo negro -el Caribe, Australia, Polinesia, África- es algo real, verdadero, no un mundo disperso. Más aún, esgrimía con firmeza una fuerte crítica contra la supuesta negación a África de una personalidad histórica por parte de los antiguos y modernos pensadores al señalar que "algunos de los nombres más respetados de la filosofía europea: Hegel, Locke, Montesquieu, Hume, Voltaire y la lista sería interminable, fueron teóricos de la superioridad racial y radicales detractores de la historia y del ser africanos". En cuanto "a los nombres más eminentes de los teóricos de la revolución y la lucha de clases, mejor será correr un tupido velo de cansancio producido por su propia aberración intelectual, y otorgarles un mínimo de perdón por su visión del término de la explotación de los unos por los otros".

Este hombre que estaba sentado enfrente de mí, en una apartada ciudad del sur de España llamada Mollina, con un poco más de seis pies de estatura, de tez oscura y finos modales, me confesaba que era "renuente a dogmas que encasillen la existencia y que camina por la vida con la enorme responsabilidad histórica de elevar su voz a través de la literatura para la defensa de la dignidad de los seres humanos y la redención de las naciones africanas".
Sus obras son un testimonio de su propia existencia. A Dance of the Forest (1960), pieza teatral estrenada durante la independencia de Nigeria, el 1 de octubre de 1960, llevaba al presente de su patria una simbiosis del mundo de los vivos con el de los muertos, los no nacidos y los engendrados. En esa misma línea de análisis mítico-religioso de los diferentes elementos autóctonos de su raza, donde no se muestra la realidad de la magia, sino la magia de la realidad.

Sus obras más representativas son: The Lion and the Jewel (1963), The Road (1965), The Jero's Metamorphosis (1972), Death and the King's Horseman (1975), Myth, Literature, and the African World (1976), Aké: The Years of Childhood (1981) y You Must Set Forth at Dawn (2006).
En la historia de la humanidad se han sucedido una serie de ideas fundamentales que han caracterizado el pensamiento político, social, económico y cultural de una colectividad en una época determinada, a las cuales se les ha denominado Ideologías. En una especie de juicio de éstas, Soyinka analiza la conducta humana y su reacción ante las mismas, tratando de distinguirlas de la idolatría y advierte que “debemos estar conscientes de que hemos contemplado, durante décadas, la traición a la ideología, siendo la negación de la realidad el problema fundamental de las mismas”.

“Ninguna condición es permanente es uno de los epigramas favoritos nigerianos”, recordaba Soyinka, el cual se exhibía en los laterales los viejos autobuses de pasajeros, como parte de su decoración gráfica y verbal, los cuales transitan por las carreteras del Oeste de África llamados “Mamiwagons”. Esa afirmación sustenta el axioma de que nada es eterno y toda condición humana es transitoria, premisa parecida a la establecida por Heráclito hace milenios de años. La Caída del Muro de Berlín, la Perestroika Rusa y los intentos de desaparición del régimen surafricano del Apartheid, dando paso a la instalación de Nelson Mandela como primer presidente negro de Sudáfrica, son perennes recordatorios de esa verdad de la condición humana.
En una ocasión me correspondió viajar a Abuja, Nigeria, a un evento de la Junior Chamber Imternational (JCI) en mi calidad de jurado como Joven Sobresaliente del Mundo. Previo a mi llegada llamé a su oficina para comunicar que yo iba a Nigeria y quería una cita con Soyinka. Me solicitaron mi itinerario y agenda. Nunca recibí respuesta. Pero cuando llegué al Nnamdi Azikiwe International Airport de Abuja me estaba esperando en la puerta del avión nada menos que un Premio Nobel: "Welcome my dominican friend". Un detalle de humildad y afecto que nunca olvidaré.
En mis conversaciones con este interesante escritor, mi mayor satisfacción fue advertir su enorme sencillez, a pesar de haber alcanzado el más importante galardón literario de nuestros tiempos. Un intelectual que cumple con todo aquello que pregona, reconociendo con sus actuaciones la realidad insoslayable de que toda condición es mutable. Tengo la esperanza de que esta enseñanza de un africano pueda servir de ejemplo a muchos seres humanos, que con el simple hecho de adquirir una pequeña dosis de poder enmarcan sus actuaciones en la esfera de la prepotencia y la soberbia, sin tener en cuenta que todo es transitorio y que hasta la vida misma se disipa en el más leve suspiro.