Opinión

El fracaso de la Complutense: cuando el grito sustituye al pensamiento

La universidad es, o debería ser, el templo del conocimiento, el espacio donde las ideas se confrontan con argumentos, donde el respeto y el pensamiento crítico guían el aprendizaje y el debate. Sin embargo, lo ocurrido en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid con la cancelación forzosa de la charla de Iván Espinosa de los Monteros es la enésima muestra de cómo una parte del alumnado ha olvidado por completo cuál es la esencia de la institución a la que pertenecen.

Lo que presenciamos no fue una protesta legítima ni una expresión democrática, sino un boicot coordinado por varias decenas de estudiantes que, con la cara tapada, los gritos por bandera y la ausencia total de argumentos, impidieron que un ponente invitado pudiera hablar. No hubo diálogo ni réplica, solo ruido, intimidación y una demostración más de que el sectarismo ha conquistado algunas facultades.

La traición a los valores universitarios

La universidad no es un refugio ideológico ni un club exclusivo para el pensamiento único. Es, o al menos debería ser, un espacio abierto donde todas las voces tienen cabida y donde las discrepancias se dirimen con razonamientos y no con vetos. Lo ocurrido en la Complutense no solo atenta contra la libertad de expresión de un político invitado, sino que lesiona el derecho de todos aquellos estudiantes que sí querían escucharle, formarse una opinión y, llegado el caso, rebatirle con argumentos sólidos.

Porque aquí no se trata de si Espinosa de los Monteros tiene razón o no, si su discurso es más o menos acertado. Se trata de que, en un entorno universitario, cualquier persona debe poder exponer sus ideas sin que una turba de intolerantes autoproclamados guardianes de la moral decida quién puede hablar y quién no. Si la universidad renuncia a su misión de ser un foro de debate, si se rinde ante los que solo saben imponerse con gritos, entonces deja de ser una universidad y se convierte en un espacio de adoctrinamiento donde el pensamiento crítico es sustituido por consignas coreadas en masa.

El peligro de la espiral de la censura

El precedente es peligroso. Hoy han impedido hablar a un político de derechas, pero mañana pueden impedirlo a cualquiera que no se alinee con su dogma. Si este tipo de actuaciones se normalizan, la universidad española se verá cada vez más cercada por un clima de intolerancia en el que solo una ideología tenga cabida. La pluralidad y el disenso son esenciales para la formación académica; sin ellos, no hay aprendizaje, solo imposición.

Y todo esto ocurre con la connivencia de quienes deberían garantizar la libertad de expresión dentro de la universidad. ¿Dónde estaba el rectorado? ¿Dónde estaba la dirección de la facultad? ¿Cómo es posible que en un centro que presume de formar a futuros politólogos no se respete el debate político?

De la protesta a la censura

Es legítimo no estar de acuerdo con las ideas de un invitado, es lícito manifestarse y mostrar oposición. Pero lo que vimos en la Complutense no fue una protesta pacífica ni una crítica razonada. Fue censura en su expresión más burda: impedir físicamente que alguien hable. Porque el problema de quienes recurren a la fuerza en lugar de al argumento es que evidencian su propia incapacidad para el debate. Gritan porque no saben razonar, vetan porque temen confrontar sus ideas con las de los demás.

Pero si la universidad cede ante estos comportamientos, si permite que el sectarismo se imponga sobre el diálogo, entonces habrá fracasado en su misión fundamental. Y lo que es peor, estará formando generaciones de estudiantes que confunden la intolerancia con el pensamiento crítico, el veto con la argumentación, la imposición con la democracia.

Y eso sí que es un verdadero fracaso.