El plan de paz de 28 puntos auspiciado por el presidente norteamericano Donal Trump para lograr la paz entre Ucrania y Rusia, definido por Marco Rubio como una “lista de deseos” rusos, ha puesto en marcha a la diplomacia europea, sobre todo a los tres socios más activos, Francia, el Reino Unido y Alemania, que intentan retocar el boceto inicial y evitar la capitulación de Kiev. Como era de esperar, el Kremlin ya ha expresado sus dudas con respecto a las pretensiones europeas y pretende negociar solamente sobre la base del plan original de Trump, evitando retoques y consolidando por la vía diplomática sus avances sobre Ucrania -el 20% del territorio- y la no inclusión del país en la OTAN, dos de los grandes objetivos del presidente Putin en esta guerra. No cabe duda que el presidente ruso ha encontrado un gran aliado en el presidente Trump, experto en golpear a los débiles, como a Ucrania, y satisfacer al fuerte, al agresor en este caso, Rusia.
El problema radica en que no queda mucho tiempo, ya que Trump ha impuesto a Ucrania un ultimátum para que acepte el plan antes del jueves 27, y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, lo tiene realmente difícil para aceptar las condiciones del mismo ante su pueblo y ante la historia. Entregar el 20% del territorio del país a Rusia, dejar en el limbo geopolítico a Ucrania a merced de Moscú para siempre, renunciar a la integración en la OTAN de Ucrania y casi desarmarse unilateralmente, entre otras demandas, son condiciones inaceptables para Zelenski, pero, como asegura cínicamente Trump, el máximo líder ucraniano “no tiene cartas para jugar”, ni un plan alternativo en las actuales circunstancias.
Trump ha estado planificando este plan sin haber contado ni con Ucrania ni con Europa -mucho menos con la Unión Europea (UE), a la que desprecia- y solamente una futura cumbre con Zelenski podría suavizar la dureza de las medidas que se pretenden implementar para alcanzar la paz, aunque el margen de maniobra de los ucranianos, dada su debilidad política y militar en estos momentos, es escaso o nulo.
Los riesgos para Europa de ser aceptado este plan son evidentes, pero especialmente para la periferia postsoviética de Rusia y los países bálticos. Georgia y Moldavia, dos países ya viviendo bajo la ocupación de algunos de sus territorios a manos rusas, quedarían en el punto de mira de Rusia, que nunca ha ocultado su ansias imperiales sobre los mismos y cuya soberanía es considerada “limitada” por Moscú, y Polonia, Letonia, Lituania, Estonia y Finlandia se convertirían en el escudo protector de la OTAN ante un previsible ataque ruso que nadie desea pero que algunos creen que será inevitable en el corto plazo.
Las provocaciones y ataques a Europa de Putin
Sin embargo, como ha ocurrido con el plan de paz de Trump para Gaza, hay serias dudas de que el mismo vaya a ser la panacea que resuelva la definitiva inserción de Rusia en la arquitectura de seguridad europea y el final de su guerra híbrida contra Europa, que combina métodos convencionales (como el uso de la fuerza militar) con tácticas no convencionales (como ciberataques, desinformación, propaganda, presión económica y operaciones psicológicas) para alcanzar sus objetivos. Las provocaciones rusas a Europa, bien sea mediante ataques con drones, violaciones del espacio aéreo y marítimo, envío de oleada migratorias descontroladas a sus vecinos, ataques cibernéticos e incluso violación de las fronteras internacionales, han estado al orden del día en los últimos años y la lista de países atacados abarca desde Rumania hasta el Reino Unido, pasando por Estonia, Polonia, Finlandia, Suecia y Lituania.
Mientras los europeos tratan de acompañar a Ucrania en la defensa de su soberanía territorial y su integridad nacional, el tiempo corre en contra de Ucrania y Rusia, conocedora de su posición de fuerza en estos momentos, sigue ocupando territorios y avanzando sobre el terreno. Tanto en la política como en el campo de batalla, las realidades se imponen sobre el terreno y los rusos quieren tener en sus manos el mayor territorio ucraniano de cara a una negociación con Kiev.
Todo ello en medio de una gran confusión, en la que se entremezclan la negativa de Kremlin a aceptar interferencias europeas -Putin solamente quiere entenderse con Trump, ya que ambos hablan el mismo idioma-, una supuesta contrapropuesta europea “diseñada” por Francia, Alemania y el Reino Unido para mitigar las condiciones que se pretenden imponer a Ucrania, la oposición creciente en medios ultranacionalistas rusos al plan de paz y la creciente presión militar rusa en las zonas calientes del frente, pero sobre todo en las emblemáticas ciudades de Pokrovsk y Mynohrad, cuya caída todavía no se ha completado y que han resistido durante 41 meses al asalto ruso. No cabe duda que en estas horas cruciales, Europa se está jugando su futuro más que nunca y una victoria rusa, aunque fuera pírrica, tendrá fatales consecuencias para los europeos, cada vez más distanciados de unos Estados Unidos que han puesto al borde de la ruptura el vínculo transatlántico que durante décadas unía a América del Norte con Europa garantizando paz, seguridad y estabilidad. Ahora, con Trump, todo ha saltado por los aires. Veremos qué pasa en los próximos y cruciales días.