Memorias de un niño de la posguerra

En la muerte de Fernando Arbex

El reciente fallecimiento de Fernando Arbex ha supuesto para mí la desaparición de un gran amigo, de una gran persona, y de un hombre que supo hacer del diálogo, la convivencia y la conversación un instrumento eficaz para engrandecer nuestra cultura sabiendo escuchar a grandes personas, hombres y mujeres, que desempeñaron un papel histórico en el  devenir de nuestro país. Y todo ello a través de algo tan enraizado en nuestro ser como la tertulia, el intercambio de opiniones, sabiendo hablar y sabiendo escuchar, haciendo crecer nuestro conocimiento y por tanto nuestra cultura.

Ese amor por la tertulia, que tuvo su época de esplendor en la segunda mitad del siglo XIX, y la primera mitad del siglo XX, la heredé de mi abuelo y de mi padre. En tiempos de mi abuelo, y de las siguientes generaciones, el lugar preferido para las tertulias eran los cafés. En ellos se lucían personajes que ya son parte de la historia, como Valle Inclán o Jacinto Benavente. Mi padre acompañaba en principio a mi abuelo, para independizarse después. Y, ya muy enfermo, quiso llevarme a una tertulia, cuando era un crío de seis o siete años. Fue en el café Rocío, cercano a la Gran Vía. Mi padrino, el gran actor, Alberto Romea, aunque no era un entusiasta de las tertulias, acudía para acompañar a mi padre, su mejor amigo. Y aquella tarde quiso invitarme a café con leche y bollos, pero se encontró con que en Rocío no se daban bollos, sino solamente café y licores, y hubo que acudir a una pastelería cercana.

Pasaron los años, y ya como joven periodista, asistí a una tertulia que se celebraba a primeras horas de la tarde en el café Lyon, en la calle de Alcalá, cercano a Cibeles. A esa tertulia asistíamos los informadores políticos. Y algún personaje como Javier Martín Artajo, hermano del que entonces era Ministro de Asuntos Exteriores, y su nombre sonaba en cada cambio Ministerial para Agricultura, aunque no se cumplieron las predicciones.

Como yo desde el principio practiqué el difícil arte del pluriempleo, no tenía tiempo para tertulias. Hasta que en los años ochenta me invitaron a una tertulia que se celebraba los primeros lunes de cada mes en el Hotel Mindanao con el nombre de TGM (Tertulia Gastronómica Mindanao). Al frente de la tertulia estaba uno de los dueños, miembro de la familia propietaria del hotel, todo un personaje, Fernando Barrera, que ejercía también como periodista, y en ella se integraron, en principio, un grupo de ingenieros de Renfe, y dos empresarios alemanes y alguno español, entre otros.

Entonces se puntuaban los platos. Pero el hotel se vendió, y la tertulia, gracias a los buenos oficios de Álvaro Clemares con el histórico Nuevo Club, del que era socio, se consiguió que fuera sede de la tertulia, que se denominó Tertulia Gastronómica Madrileña. Fernando Arbex fue el alma de la TGM en la última larga etapa, organizando la difícil tarea de conseguir invitados, de controlar los asistentes, hacer las fotos, ocuparse del libro de firmas, de entregar a los invitados el regalo consistente en un cuadrito con temas madrileños…. Una labor sin fallos, que realizó con la misma eficacia que le hizo convertirse en uno de los grandes asesores fiscales españoles, y ocupar la Presidencia de la Asociación de estos profesionales. La lista de invitados de la TGM sería imposible de reproducir por falta de espacio. Baste decir que allí acudieron dos Presidentes del Gobierno. Dos Presidentes de las Cortes, dos ponentes constitucionales, numerosos políticos, varios Ministros, periodistas destacados, escritores, artistas, empresarios, toreros, deportistas… El libro de firmas es un documento histórico cuya importancia se acrecentará con el paso del tiempo. Aunque se quiso contar con las nuevas generaciones para su incorporación a la Tertulia, ha llegado su triste final.

Quisiera, por último rendir un inolvidable recuerdo a los tertulianos que fueron desapareciendo: Antonio Lago, Luis Losada, José Luis Martín Tomas, Pelayo  Martínez Regidor, José Luis Martínez Peñalver Ricardo Goytre, Álvaro Clemares—y como escribo de memoria,  quizá falte alguno

Un hijo de Fernando Arbex se casó con una hija del Embajador Raimundo Bassols, también tertuliano, que se prepara a cumplir cien años con una inteligencia privilegiada. Y ahora se nos acaba de ir al Cielo Fernando, donde le espera su esposa Alicia y creo que estará preparando una nueva tertulia con sabor de eternidad.