La historia de las grandes potencias siempre ha estado marcada por su capacidad de producir, comerciar y, en última instancia, dominar mercados estratégicos. Sin embargo, Estados Unidos parece haber llegado a un punto de quiebre en esta guerra comercial que ha emprendido con el mundo. En esta partida de ajedrez, la Unión Europea mueve sus piezas con precisión quirúrgica, golpeando donde más duele. Y, en una ironía del destino, uno de los efectos colaterales más simbólicos es que el país del águila calva se ha quedado sin huevos.
Mientras que España, con un 14% de la producción total de huevos en la Unión Europea, ha logrado mantenerse firme sin reportar un solo caso de gripe aviar, Estados Unidos enfrenta una crisis interna en su abastecimiento. Los aranceles y las restricciones al comercio han derivado en un incremento en el precio de los alimentos y en la inestabilidad del sector agrícola, lo que, en tiempos normales, sería una preocupación menor.
No es casualidad que Francia haya salido con firmeza a declarar que la Unión Europea no cederá ante las amenazas de Donald Trump, quien ha advertido sobre la imposición de un arancel del 200% a las bebidas alcohólicas del bloque. En respuesta, la UE ha tomado represalias estratégicas, endureciendo las cuotas de importación de acero en un 15%. La jugada es clara: evitar que el acero barato inunde el mercado europeo y proteger a su industria. Pero, más allá del acero y el bourbon, la batalla tiene implicaciones políticas profundas.
El mensaje es directo: los aranceles europeos se han dirigido a los estados republicanos, los bastiones que han mantenido a Trump en el poder. Luisiana, hogar del presidente de la Cámara de Representantes y cuna de la soja estadounidense, se encuentra entre los principales afectados. Nebraska y Kansas, con su producción cárnica, están en la línea de fuego, mientras que Kentucky y Tennessee, donde el bourbon es una parte esencial de la identidad cultural y económica, están viendo cómo sus industrias sufrirán los efectos de esta guerra comercial.
México, por su parte, no ha salido ileso. Con el 51% de sus exportaciones fuera del T-MEC, los aranceles impuestos por Estados Unidos han golpeado con fuerza su economía, ya que solo están exentos los productos dentro del tratado.
El regreso de Trump al poder no pasará desapercibido. Su presidencia promete ser un torbellino de cambios, tensiones y conflictos comerciales que afectarán a México, España y, en general, a toda la comunidad internacional. Sin embargo, en este tablero de juego, la Unión Europea se prepara para jugar su propia partida. Y mientras Estados Unidos enfrenta una crisis de abastecimiento de huevos, queda claro que, en esta batalla económica, la solidez de un país no solo se mide en acero o bourbon, sino en su capacidad de resistir los embates de una guerra comercial que apenas comienza. En este escenario, Estados Unidos ha planteado el inicio de la guerra comercial, la Unión Europea ha decidido seguirla, y México observa la distracción con la esperanza de salir beneficiado.