Sostenía Jean-Francois Revel que ‘la mentira es la principal fuerza que mueve el mundo’. Sin negar tal aserto, lo adaptaría al mundo cotidiano: ‘el engaño es el regidor de nuestra convivencia’. No es casual que Homero, el arquitecto de nuestra civilización, diera a Odiseo/Ulises el papel del héroe más inteligente y justo. Lo llamó ‘maestro del engaño’ o el de ‘las múltiples tretas’, y lo situó por encima del Héctor o del propio Aquiles.
Vivimos envueltos en el marketing, la forma moderna del engaño, práctica que consigue el mayor rédito en nuestra sociedad. Dejemos aparte a los políticos, la zona más oscura e inmoral del marketing, y centrémonos en el mundo de los negocios. Vuelvo al principio, no hablo de mentiras sino de sutiles engaños, o medias verdades, algo mucho más sofisticado. No daré ejemplos personales, por motivos obvios, por más que pueda dar vergüenza ajena lo que se puede ver cada día en Linkedin, sin ir más lejos.
En nuestro mundo digital residen hoy la mayoría de los engaños. Muchas apps nos empujan a darnos de alta en cualquier cosa, una publicación, el seguro de un vehículo, un buscador de vuelos baratos, pero, ay, cuando pretendes darte de baja empiezan los problemas, particularmente para los que no son muy expertos en estos menesteres digitales. ¿Por qué aceptamos resignados este mundo de falsedades?
La razón es obvia, porque todos practicamos el autoengaño en nuestra esfera de competencias, personal o profesional. Peor aún, vivimos en una perenne hipocresía en la cual no aceptamos nuestra ignorancia y errores, en la que no queremos reconocer nuestras debilidades, enfermedades y cercana finitud. La mayor prueba de ello es que usted, paciente lector, negará en su caso todo lo antedicho. Cada vez que oigo lo de ‘es un penalty de libro’, el autoengaño futbolero, me entra la risa.