Fray Guillermo de Baskerville es un personaje de ficción, protagonista de la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco (1932-2016), espléndida obra literaria que encierra una gran cantidad de secretos y la posibilidad de ser leída bajo múltiples prismas. Fue llevada al cine, con notable éxito, encarnando al fraile franciscano el actor Sean Connery. El relato, ubicado temporalmente en el siglo XIV, tiene por objeto una investigación criminal, derivada de una serie de muertes de diversos religiosos en una abadía italiana; las pesquisas son llevadas a cabo por Fray Guillermo, junto con su pupilo el novicio benedictino Adso de Melk.
La figura de Guillermo de Baskerville no es sino el traslado al ámbito literario del filósofo medieval Guillermo de Ockham, quien, precisamente por hacer primar la razón sobre el dogma fue considerado herético, cuestión que posteriormente se corrigió para ser respetado como uno de los más grandes filósofos de la historia, recibiendo el apodo de Doctor Invencible. Como es conocido, se debe a este filósofo la aplicación del método científico, estrictamente racional y lógico, para llegar a la única solución posible: la denominada “navaja de Ockham”, esto es: la posibilidad discursiva más sencilla, partiendo de una serie de premisas, es la que lleva a la verdad, en detrimento de aquellas otras más complejas o que dependan, en algún momento de su devenir, de algún tipo de hipótesis o de conjetura. Tanto la novela como la película constituyen un auténtico tratado sobre la forma de llevar las investigaciones penales en las que la prueba de indicios determina la conclusión sobre la atribución de unos hechos a su autor. Fray Guillermo es un racionalista, un científico, y así consigue desvelar el misterio de aquellas muertes. Discrimina todo lo que pueda llegarle revestido de dogmatismo, de penumbra, de tintes supersticiosos o de opiniones de unos y de otros y consigue llegar a la conclusión. En este camino su método será públicamente enfrentado al contrario, a la Santa Inquisición basada en lo prospectivo y en argumentos metafísicos, y ésta no prevalecerá. Así, la novela se erige en un canto a la razón como único medio que debe guiar cualquier tipo de actividad de investigación, y a la necesidad de una absoluta independencia en el ejercicio de tal empresa, marginada de injerencias de toda naturaleza (ya sean políticas, religiosas o dogmáticas) que sólo pretenden desvirtuar el resultado y obtener uno hecho a medida, es decir: falso.
Se ha considerado que Ockham era un nominalista, atendiendo a su concepción científica de lo filosófico. Pero no debe confundirse el nominalismo con el positivismo, desde un punto de vista jurídico. El nominalismo implica que cada ser lo es en sí mismo, con exclusividad, y por ello está dotado de su propia esencia, sin recibirla de una entidad global. Esto no significa que a través de cada concreto ser, en su individualidad, no sea posible, precisamente a través del método deductivo, la extracción o puesta en común de una serie de valores que atañen al interés de todos los individuos, dando lugar a un acervo de principios ajenos a lo temporal y a lo material que son propios del ser humano, como la igualdad o la justicia. Aquí tenemos aquello que sirve de base al sistema jurídico positivo: un Derecho Natural fundamentado en la razón humana, el iusnaturalismo racionalista. Por lo tanto, el método científico en absoluto es incompatible con un sistema metajurídico de valores que nace de la propia naturaleza racional del ser humano y por ello se erige en su mismo fundamento o base.
Para llegar a esta conclusión es preciso tener una visión intelectual crítica y completa, despejada del dogma, liberada del mito y de las intervenciones del poder. Esta es la segunda gran tesis de El nombre de la rosa.
Sólo con una sólida cultura, con el acceso libre y total a la información, el ser humano podrá razonar y advertir la existencia de los referidos valores supremos, que le son propios y que fundamentan a los ordenamientos jurídicos, para ser reputados como tales y no constituir meras coberturas formales de actos injustos a título general y particular. La novela expresa que las muertes de los frailes de la abadía se debió a que tuvieron el atrevimiento de leer las páginas de un libro que se estimaba prohibido, la Poética de Aristóteles. Ese volumen había sido tintado en sus páginas con un veneno, de modo que los lectores, al humedecerse los dedos para pasar las páginas, tomaban contacto con él y fallecían. Uno de los frailes se había erigido en custodio del saber (que a sus efectos, era un conocimiento prohibido) y guardián de una fabulosa y oculta biblioteca que albergaba todo el conocimiento humano posible. Ese conocimiento era la llave de la auténtica libertad, el desprendimiento del dogmatismo y, en definitiva, la luz en la oscuridad. Sin el acceso a ese saber, la congregación siempre sería dócil, dominable, susceptible de ser conducida incluso a su propia desaparición, con las muletas del miedo y de la ignorancia, en un eterno medievo. Las correspondencias con nuestra sociedad resultan incuestionables: sin una educación y cultura integrales; sin unos sistemas educativos plenos y sin injerencias en sus contenidos; sin un poder que no cribe, censure y tergiverse la información, que debe circular libremente y ser de absoluto acceso a la sociedad; y sin cortinas de humo ni el recurso a la tecnología como fin y no como mero instrumento, nunca la sociedad podrá desarrollar un sentido crítico, un razonamiento propio que le permita llegar a tomar conocimiento de los valores que fundamentan la convivencia, y en definitiva, al Derecho. La sociedad, así, no podrá saber la verdad ni comprender el auténtico sentido del Derecho.
Mucho se ha discutido sobre el sentido del título de novela de Eco. A qué se refiere El nombre de la rosa, quién o qué es la rosa. Para mí, la rosa es la razón, la cultura, el florecimiento del saber, aquello que permite conocer a la sociedad el Derecho Natural que le es propio, y respecto del que siempre habrá quienes, por motivos malévolos, quieran mantener bajo llave, como aquella inmensa y laberíntica biblioteca de la abadía lo estaba.
Sin conocimiento, sin cultura, el poder actuará libre, con impunidad, frente a una sociedad acrítica y moldeada por él a su gusto y conveniencia.
“Mi maestro confiaba en Aristóteles, los griegos y en su sorprendente y lógica inteligencia. Desafortunadamente, mis temores no eran fantasmas de mi joven imaginación.”
“En la sabiduría hay penas y aquel que aumenta su conocimiento aumenta su aflicción también.”
“-El abad y sus colegas creen que el diablo está aquí dentro.
-Lo está.
-La única evidencia que veo del diablo es el deseo de todos de que esté aquí.”
“Nunca he lamentado mi decisión porque aprendí de mi maestro lo que era sabio, bueno y verdadero. Cuando por fin nos separamos, me entregó sus lentes. Me dijo que era joven, pero que algún día me servirían. Y ahora los llevo puestos sobre mi nariz mientras escribo esto. Luego me abrazó cariñosamente, como un padre, y me hizo seguir mi camino. Nunca lo volví a ver ni sé qué fue de él, pero ruego que Dios lo acogiera y le perdonara las pequeñas vanidades a las que lo llevó su orgullo intelectual.”
Diego García Paz
Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid.
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y Escritor