Este artículo no es publicidad. Es la crónica de una buena experiencia en sastrería. De aquellas en las que me he visto envuelto, como cliente misterioso, haciéndome olvidar que estoy comprando un producto. Ha sido entrar en un juego de inmersión, de esos que son tan idílicos que excitan. Ha sido estar con un buen amante, que me ha hecho olvidar la existencia del mundo. Ha sido seducción pura y dura, de manual. He aquí mi experiencia.
La primera impresión siempre es primordial. Nos encontramos con el equipo de Seligra en un hotel de Madrid. Esta cita fue para conocernos y para explicar la idea que tenía clara en mi mente. ¿Cómo sería la experiencia sin tener ninguna idea? Llegar a Seligra a ciegas y sorprenderse, incluso, de uno mismo. Me lo apunto para una próxima ocasión. Quiero saber cómo Adrián y su equipo me guían en esa otra aventura.
En la segunda cita revisamos las materias primas y hablamos de tejidos, así como de los distintos servicios ofrecidos. Me explicaron en qué consistía cada opción, así como de las tarifas de cada alternativa. Entonces, me dieron la opción de efectuar el primer abono para el pago, lo que es normal al efectuar un encargo, porque la sastrería ya invertiría en adquirir el tejido. En este punto, yo quería que me tomaran las medidas, pero era demasiado pronto. La expectación sube, quería que llegara pronto la siguiente cita.
En la tercera cita, vi los tejidos elegidos. Maravillosos. Un nuevo hito sensorial. Visualizas el traje. De alguna manera, lo vistes por primera vez, aunque sea en la mente. Entonces, recién, me tomaron las medidas como nunca antes me las habían tomado. Cada parte del cuerpo importa. Luego, llegó el turno de elegir las particularidades del traje. Lo quería de tres piezas, muy estructurado, en el estilo característico de la sastrería. Solapas importantes. Una verdadera armadura. El pantalón de tiro alto, con doble pinza. En el chaleco nos detuvimos para analizar opciones: ¿con solapa o sin solapa? Adrián me dio sus puntos de vista y me habló de lo bueno y malo de decidirme por una u otra opción. Decidí chaleco con solapa.
Fueron claros en decirme que, desde ese momento, no me podían dar fecha clara de cuándo me llamarían para una primera prueba, pero que, por la carga de trabajo que tenían, estimaban que me llamarían en agosto (en ese entonces, faltaba un mes). Me insistieron: no podemos asegurarte la fecha, pero te avisaremos apenas se pueda hacer la prueba. Ese detalle práctico me conquistó. Me di cuenta de que, para ellos, es más importante ser claros y honestos, antes que generarme altas expectativas y una agradable experiencia momentánea que se acabará cuando no puedan cumplir lo prometido. Eso es ser profesional.
Todavía no se cumplía el plazo estimado y me contactaron para decirme que el traje no estaba listo para la prueba, pero sí que lo estaría pronto. Llegó el momento de agendar la prueba.
El día más esperado llegó: la primera prueba. Estaba todo impecable, de acuerdo a cada detalle elegido por mí el día de la toma de medidas. Excepto por un punto. No todo puede ser perfecto, ¿o sí? El chaleco tenía el forro trasero a la vista, cuando habíamos dicho que no lo estaría. Adrián, ¿qué pasó? Yo no terminaba de preguntar al respecto cuando Adrián me estaba respondiendo: no te preocupes, que, tal como acordamos, no irá a la vista, esto es porque no está terminado. Ese fue un indicio suficiente para darme cuenta de que me escucharon y consideraron lo pedido. No estaban intentando hacerme encajar cualquier cosa. Me respetaban como cliente. No me estaban tomando como idiota.
A las pocas semanas se hizo la segunda prueba. El traje estaba listo. El momento de probarse un nuevo traje y verse al espejo siempre es una gran experiencia personal. Es volver a ser un niño, al abrir un regalo la mañana de Navidad. En este momento, saber que ese traje es tuyo, pero que lo tienes que entregar para arreglar uno que otro detalle es complejo (quítenle un juguete a un niño y sabrán de qué hablo). En este caso, sólo era necesario limpiar milimétricamente la espalda, pero, de todas formas, implicaba quitarme el traje y dejarlo en las manos de los profesionales.
A los siete días me avisaron que el traje estaba listo, dándome la opción de enviarlo a mi domicilio, o bien, hacer la entrega en el hotel donde siempre me recibieron. Opté por el envío a domicilio, por una cuestión de tiempos. Llegó sin problema. Y luego de la entrega, siguieron en contacto para saber cómo iba todo. ¿Ya lo había estrenado? ¿Cómo me sentí? Pues, de la única manera como me podría sentir cuando la experiencia y el producto merecen cinco estrellas: privilegiado. Ojalá todos pudieran conocer un servicio de excelencia, porque, estoy seguro, subiríamos los estándares y no nos conformaríamos con cualquier cosa.
¿Lo mejor? La coherencia que existe entre la marca, el servicio, el producto, el trato. El respeto a mi inteligencia. Sé que hubiese sido lo mismo que me atendieran aquí, o en Valencia. O que me atendiera Adrián, Enrique, o cualquier miembro del equipo. No hay una sucursal mejor que otra. No hay un dependiente mejor que otro, son un equipo. Y, de seguro, si existiese un error, respondería Seligra, como un todo, no se responsabilizaría a un integrante del engranaje. La experiencia es buena en todas partes. Eso debería ser lo normal: la coherencia.