Ella. Una hora. 07:30. Un autobús. 2. Una última parada… y, después, a esperar. 08:00. Otro bus. 25. … Pero con más ganas lo espera. A él. Y allí está. Él. Junto a la marquesina de otro transporte. 52. Mónica lo mira. Mucho. Como cada día. «Amor, si tú pudieras leer mi mente, mis pensamientos te contarían una historia», escucha en la canción de Gordon Lightfoot que guarda en su iPhone. … Y, por buscada casualidad, los ojos se encuentran. Y ella sonríe. Y él sonríe. Y, de repente, crea en sí misma una fortaleza en una frontera desconocida. Y desde entonces, con más deseo, la mujer llega ante esa parada para verlo, para recitarle en silencio las oraciones que inventa la noche anterior, como un rosario de una desconocida fe. Cree que él hasta sabe interpretar cada espacio entre sus insonoras adjetivaciones y sus mudos sustantivos, los huecos entre esos vocablos silentes como partes también básicas de una gramática personal. Y así todas las mañanas. Todas las mañanas. Todas. Las. Mañanas. Sonrisa de ella. Sonrisa de él. Durante una semana. Durante un mes. Durante tres meses. Hasta que un día, como sucede en los maravillosos duelos galantes, se arma de valor y decide que su ventura se convierta en conquista. Escribir en un papel su nombre y su número de teléfono se transforma así en primer episodio de una futura narrativa. Su empresa sentimental, en unos dedos y un bolígrafo.
Y llega esa mañana. 07:30. 2. 08:00. 25. 52. Números que marcan una extraña cuenta atrás. Y ahí está ella. Y ahí está él. Sonríe ella. Y sonríe él. Y es en ese momento cuando la joven se acerca. Y al tiempo que el chico sube a su bus, ella le toca un poquito el hombro. Solo un poquito. Lo justo para no molestarlo. Lo justo para que sienta curiosidad, se gire y la mire. Y él toma ese papel.
…
Tras entrar en su oficina de abogados, no deja de mirar su móvil ¿Por qué no suena? Él siempre la sonríe. ¿Qué razón hay para que no contacte con ella? Esa mañana, sin comunicación por parte de él. Y esa tarde, nada.
…
Un nuevo día. Otro. Y otro. «¿Por qué hoy tampoco has aparecido en tu parada?».
…
El viernes ha quedado con Ignasi y con Tomàs para comer y darles el informe que tanto esperan. Al pagar su parte en el restaurante, topa con un papel en su bolsillo. ¡Dios mío…! ¡La ruina! En ese momento su reloj interior no tiene horas. ¿Pero no había entregado a ese chico la lista de su compra de fin de semana?