Siempre he creído en la trascendencia del llamado cuarto poder: la prensa. Lo que nunca imaginé es que, en estos tiempos de redes y pantallas, una columna modesta como la mía pudiera provocar tanto revuelo. Y, sin embargo, ahí está: amigos que me felicitan, lectores que me confiesan que mis palabras les devuelven escenas de su infancia, y otros que me envían historias colaterales que me abren nuevas líneas de investigación.
El último artículo, dedicado a los militares españoles que tras la guerra de Cuba decidieron no regresar a la península y buscar otros caminos en América —en concreto, los que emigraron a México— ya ha tenido sus secuelas. Parece que la conciencia, o al menos la memoria de alguna instancia competente, empieza a removerse ante el olvido sistemático en que se ha tenido a aquellos soldados que murieron cumpliendo su deber en tierras lejanas.
Ayer recibí una llamada que me llenó de alegría. Era un viejo amigo, coronel en la reserva cuando le conocí. Con él compartí hombro con hombro la tarea de recuperar la identidad —y por tanto la memoria histórica— de esos servidores de la Patria olvidados por el mundo. Yo me centré en Cuba, pero él, Laureano (no revelo sus apellidos porque no le he pedido permiso), asumió la titánica misión de recopilar y ubicar a los militares españoles fallecidos y sepultados por todo el planeta. Durante su tiempo en la reserva dedicó cuerpo y alma a esa tarea, y también me ayudó a completar la mía, que acabaría convertida en tesis doctoral.
Laureano me llamó desde el Instituto de Historia y Cultura Militar del Ejército de Tierra, en Madrid. Me contó que, aunque lleva nueve años en el retiro, lo habían requerido para revisar la situación de aquellos listados de caídos españoles en Cuba. Yo le informé de que seguimos actualizando los datos en la Asociación Regreso con Honor, transmitiéndolos a familiares y descendientes que nos lo solicitan. Además, le adelanté que estamos a punto de concluir nuestra base de datos sobre los combatientes en Filipinas: fallecidos, recompensados, repatriados… Un trabajo que esperamos se convierta en una herramienta magnífica para conocer las vicisitudes de nuestros soldados en las guerras ultramarinas de finales del XIX.
Tras enviarle un fuerte abrazo y darle el parte, como marcan las ordenanzas, me cuadré —telefónicamente hablando— y me puse a las órdenes de usía. Porque en esto de la memoria histórica, uno nunca deja de ser soldado: aunque sea de la pluma, del archivo y de la palabra.