Prisma Internacional

En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo...

España tiene algo de país balcánico, como esas naciones ex yugoslavas que son incapaces de superar la historia y cuando invocan sus gestas épicas y batallas heroicas parecen que episodios de la Edad Media han sucedido hace apenas unos días o semanas, y algo parecido nos pasa por estas tierras con nuestra Guerra Civil. El asunto había dormido en el sueño de los justos durante décadas, sobre todo tras el famoso abrazo del comunista Santiago Carrillo y el ex ministro franquista Manuel Fraga, en un gesto que parecía cerrar un época con la ayuda de un joven Rey, Juan Carlos I, que quería pasar esa página de la historia de España y llevar la nave hacia el futuro sin anclas atávicas ni lastres acerca de la responsabilidad de cada uno de los dos bandos con respecto a esta contienda incivil que nos heló el corazón a todos. 

Pero, en estas estábamos tan tranquilos cuando llegó el peor presidente de Gobierno de la historia democrática de España, José Luis Rodríguez Zapatero, quien resucitó el espíritu guerracivilista, desenterró las hachas de guerra para volver a los garrotazos goyescos, a un lado y a otro, y se inventó ese relato de memoria histórica. Una absurdidad que nos ha costado miles millones, ha vuelto a revivir los odios y las inquinas de ese periodo y ha resucitado unos fantasmas del pasado de los que ya nadie se acordaba. ¿Era necesario después de casi cincuenta años de convivencia democrática desenterrar los restos de Franco y José Antonio, que en paz descansaban desde hacía lustros, para volver a poner en el epicentro de la vida nacional nuestra salvaje guerra?

Así, como si estuviéramos reviviendo la batalla de Kosovo, miles de personas se pusieron manos a la obra a buscar fosas, a levantar muros de división, a reabrir las heridas de una guerra que ya creíamos olvidada y a buscar afrentas gratuitamente con nuestros vecinos. Resucitar toda esta historia, dividiéndonos de nuevo entre vencedores y vencidos, entre los supuestos portadores de los más nobles valores y los criminales más deplorables, no tenía ningún sentido y no  favorece en nada a la concordia entre todos los españoles. La paz civil de la que hemos gozado hasta ahora, como recordaba con mucho tino el ex presidente Felipe González hace unos días cuando le otorgaron el Toisón de Oro, ha sido el mayor logro de nuestra democracia y ha contribuido a que hayamos vivido el período más pacífico en la historia de España en los dos últimos siglos. 

Además, como señalaba recientemente en una genial columna Andrés Trapiello, esta resurrección histórica de nuestra Guerra Civil a merced de la maldita memoria histórica, cuyo hilo ha recogido con poco acierto nuestro actual presidente, Pedro Sánchez, ha tenido un efecto paradójico: han resucitado realmente a Franco, porque ya nadie hablaba del mismo desde hacía mucho tiempo, e incluso lo ha elevado a los altares de cierta glorificación como héroe nacional por muchos jóvenes que hasta ahora no sabían ni quién era el famoso Caudillo por la Gracia de Dios.

Franco, ese personaje olvidado por las nuevas generaciones, entre cuyos jóvenes no sabían ni quién era, revive, como el Cid Campeador del siglo XXI, en su denostación planificada, en ese afán exagerado y desmedido por borrarlo de la historia, han conseguido todo lo contrario: su rehabilitación póstuma. Incluso la muchachada canta alegremente, aunque no sepa ni siquiera su verdadero significado, el Cara Sol, mil veces versionado e incluso remasterizado en todas las redes sociales, pero especialmente en YouTube.com, Instagram y Facebook. El tiro, a la izquierda podemita que quería revivir los mitos de la Pasionaria y el No Pasarán de la defensa de Madrid, les ha salido desde luego por la culata. Y atentos, que la gente joven ya no les vota y la parroquia se está cansando de tanta paranoia antifascista y de tanto Franco hasta en la sopa. La Guerra Civil, al menos para ellos, todavía no ha terminado; siguen viviendo en las trincheras del frente de Aragón.