Colombia atraviesa un momento de profundo desconcierto político e institucional. El país se acerca a un ciclo electoral decisivo en medio de una fragmentación marcada, tensiones entre partidos y una ciudadanía que observa con incertidumbre el rumbo que tomará la nación. El escenario, lejos de ofrecer claridad, plantea una serie de preguntas fundamentales sobre el destino político, económico y social del país en los próximos años.
Por un lado, el panorama electoral revela un desbalance que podría inclinar la balanza en direcciones inesperadas. La centro derecha presenta un universo de 104 precandidatos, una cifra que, más que mostrar fortaleza, evidencia una dispersión sin precedentes y que con mayor preocupación observa uno que en lugar de disminuir hasta hace tres días aparecieron dos más. En contraste, la izquierda, con seis precandidatos ya hizo una consulta, avanza hacia una definición más compacta y estratégica que podría culminar en una candidatura única con suficiente cohesión para competir con fuerza. Este contraste hace pensar que, si los partidos de centro no toman decisiones firmes y articuladas, la izquierda podría encontrar una ventana real para regresar al poder.
La atomización de candidaturas en los sectores tradicionales no solo dificulta la construcción de una narrativa común, sino que también debilita las posibilidades de presentar una alternativa sólida frente a una izquierda que aprendió, en ciclos electorales recientes, a aglutinar fuerzas en torno a un liderazgo unificado. El centro, por su parte, enfrenta el desafío de decidir si aspira a jugar un papel protagónico o corre el riesgo de diluirse en medio de la polarización que sigue marcando la vida política del país.
A este escenario interno se suma una situación internacional que tampoco contribuye a la estabilidad. La retirada de la visa americana Presidente de la República y adicionalmente la inclusión en la llamada lista Clinton —al igual que la de algunos funcionarios de gobierno y familiares cercanos— ha generado inquietudes significativas en sectores económicos, diplomáticos y ciudadanos. Aunque se trata de un asunto con matices jurídicos y políticos complejos, su impacto en la percepción externa del país es innegable. El gobierno de Colombia, enfrenta ahora un ruido adicional en su relación con Estados Unidos y otros socios estratégicos cuando lo que necesita Colombia es fortalecer su credibilidad internacional en un momento de desafíos fiscales relevantes.
La situación fiscal, por su parte, añade otro elemento de preocupación. El déficit sigue aumentando y la sostenibilidad de las finanzas públicas está bajo presión. La combinación de obligaciones crecientes, ingresos fluctuantes y un clima de inversión que se ve afectado por la incertidumbre política obliga a un manejo cuidadoso y responsable para evitar un deterioro mayor. En este contexto, el año 2026 se perfila como un período particularmente complejo.
El país inicia este año con tres debates electorales proyectados, consultas populares en distintas regiones, la discusión sobre una posible asamblea constituyente y un ambiente en el que cada sector político intenta posicionar sus prioridades frente a una ciudadanía fatigada, pero expectante. Esta confluencia de procesos e iniciativas, lejos de ser únicamente un ejercicio democrático rutinario, constituye un punto de inflexión en el que los colombianos deben reflexionar sobre cuál es el verdadero rumbo que desean para la nación.
La pregunta que subyace en el debate nacional es profunda: ¿hacia dónde vamos? ¿Cuál es el proyecto de país que estamos dispuestos a construir y defender? En tiempos de desconcierto, las decisiones tienden a ser más reactivas que estratégicas, más emocionales que racionales. Pero justamente por eso es indispensable elevar el nivel de la discusión pública, promover un debate informado y exigir claridad a quienes aspiran a liderar el país.
Colombia inicia el 2026 con expectativas altas, preocupaciones fundadas y una ciudadanía que, pese a las dificultades, sigue buscando señales de estabilidad, cohesión y futuro. En un entorno tan incierto, la responsabilidad de los partidos políticos, de los líderes y de los ciudadanos es mayor que nunca. La historia reciente demuestra que la falta de decisiones claras tiene costos elevados; hoy, más que nunca, se requiere lucidez, firmeza y visión.