Este es el porcentaje de población en edad de trabajar que se estima que España tendrá en 2050, un 22% inferior al de 2024. Contando con el flujo de inmigración actual, la población total podría reducirse un 8% hasta los 45 millones, lo que significa que vamos a pasar de 32 a 24 millones de personas en edad de trabajar.
Actualmente tenemos unos 21,9 millones de cotizantes, de manera que si se mantiene constante la tasa de actividad en el 67%, dentro de 25 años sólo tendremos 16 millones. Por lo tanto, el PIB va a decrecer de forma significativa salvo que incrementemos dicha tasa, la productividad, y la jornada laboral. El resultado de esto es que vamos a disponer de menos recursos para hacer frente a las crecientes necesidades de financiación del sistema de pensiones y del estado del bienestar.
Terminamos 2024 con 9,2 millones de jubilados, lo que quiere decir que tenemos 2,3 cotizantes por pensionista, y aun así no es suficiente puesto que el déficit del sistema de pensiones excede los 60.000 millones al año.
Se estima que hacia 2050 el número de jubilados aumentará más de un 50% hasta los 14 millones, lo que significa que sólo habrá 1,3 cotizantes por cada pensionista, un 48% menos que en 2024. Los que creen que las pensiones no van a sufrir recortes deberían reconsiderar esta cuestión. Si no se limita el gasto en pensiones y se aumentan los ingresos del sistema (sin deuda), el déficit superará los 180.000 millones de euros en 2050. Como diría un amigo alemán “Kaputt”.
Tampoco se puede sostener el sistema emitiendo más deuda pública en un escenario de renta per cápita casi estancada, un PIB decreciente, y un endeudamiento a la griega. Aunque se equivoquen las estimaciones y la población no decrezca sino que alcance los 50 millones, el déficit de las pensiones seguirá siendo enorme, unos 150.000 millones, algo simplemente insoportable para las finanzas del estado y la economia española.
Si lo enfocamos desde el lado de la renta nos encontramos con que desde hace 25 años el PIB per cápita crece de media un 1,1%, siendo la aportación de la productividad un 0,6%. Se estima que el envejecimiento restará 0,8 puntos porcentuales al año hasta 2050. Esto nos deja en una situación de cuasi estancamiento (+0,3% anual) y una menguada población activa. Siendo esto así, es fácil comprender que no vamos a poder generar los recursos necesarios para cubrir las crecientes necesidades de financiación del sistema de pensiones y de la sanidad.
Llegados a este punto, la cuestión es qué se puede hacer para remediar o mitigar esta grave situación. No me quiero repetir en demasía porque este tema ya lo he tratado en otros artículos, pero básicamente hay que apostar por la libertad económica y las políticas de oferta para aumentar el crecimiento y la productividad, además de reducir de forma notable el peso y el intervencionismo del estado.
La economía es el arte de asignar de la forma más eficiente posible recursos escasos que tienen usos alternativos. Siempre hay un coste de oportunidad de manera que privilegiar y engordar al estado como se está haciendo desde hace años sólo es posible a costa del sector privado. Esto tiene como contrapartida un crecimiento per cápita anémico, el empobrecimiento de grandes capas de la población, el agravamiento del déficit de las pensiones, además de un endeudamiento gigantesco que pone en peligro la supervivencia del estado del bienestar.
Necesitamos cambiar el modelo económico drásticamente y reformar con valentía el sistema de pensiones, aunque no me hago ilusiones. Los políticos y burócratas no moverán un dedo porque son los principales beneficiados de este estado de cosas.
Cuando la democracia cae presa de populistas, y la ciudadanía renuncia al buen juicio y a la razón, suceden cosas como votar el vil asesinato de Sócrates o la catastrófica e insensata expedición a Siracusa que supuso el inicio del fin de la democracia ateniense.
Embaucados por nuestros modernos demagogos navegamos ignorantes y felices en nuestra particular expedición a Siracusa. Estamos a tiempo de cambiar de capitanes y de rumbo si tomamos conciencia colectiva de la situación y nos armamos de responsabilidad y coraje para rechazar los cantos de las sirenas, por muy bellos que sean.