Prisma Internacional

Vergüenza ajena

En el exterior cada vez nos ven más como una república bananera que como un país europeo serio y creíble. 

Acabo de llegar a Colombia y todos los medios hablan de la corrupción en España, de la trama que atrapa al gobierno español y al partido gobernante. El daño de la corrupción, aparte de sus secuelas en España, tiene una proyección exterior no cuantificable pero que deteriora notablemente la marca país y la credibilidad de nuestra nación. Aquí nos equiparan con una república bananera, un país a la deriva sin norte ni dirección, e incluso señalan que el mal funcionamiento en general de los países latinoamericanos tiene que ver con nuestra nefasta influencia, cuya mejor muestra es nuestra galopante e incorregible corrupción.

Además, hay que señalar que, como ocurre en estas latitudes, la impunidad reina en estos casos y existe la creencia generalizada, que los tozudos hechos corroboran, que finalmente los corruptos no pagan sus delitos. Los valores morales y éticos que deben regir con rectitud las acciones de los funcionarios públicos pasan a un segundo plano y se impone por encima de todo una cultura delincuencial que desacredita a los Estados como garantes de la confianza que depositan los ciudadanos en los mismos. El oficio público que debería tener como finalidad el servicio a la comunidad es prostituido por los corruptos, mancillado vilmente, y, entonces, la desconfianza en las instituciones cae a mínimos y el contrato entre los representantes y los representados se quiebra. Se erosiona irremediablemente.

En América Latina, la mayor parte de los ciudadanos piensa que casi todos los políticos y funcionarios públicos se dedican a esos dos oficios para enriquecerse a su paso durante el ejercicio de sus responsabilidades y vivir el resto de su vida de los dineros mal habidos y de las suculentas pensiones que se embolsan el resto de su vida. Algo de eso es cierto, pues no hay presidente latinoamericano que a su paso por el ejercicio de gobierno no salga con sus arcas bien repletas, una buena pensión vitalicia garantizada de por vida y jugosos y bien remunerados cargos en consejos de administración, bancos, multinacionales y universidades de renombrada fama internacional. Por ejemplo, casi todos los presidentes mexicanos y colombianos tienen impresionantes mansiones y casas en Madrid de precios absolutamente astronómicos e inaccesibles incluso para las clases más pudientes. Cuesta mucho creer que con un sueldo presidencial a base de ahorro hayan podido comprar dichas propiedades.

Las puertas giratorias, que tanto criticaba Pablo Iglesias -que ahora trabaja en una docena de sitios-, están al orden del día cuando nuestros políticos abandonan sus cargos, tanto en España como en América Latina. Nuestros países no se libran de esa lacra e incluso es vista con normalidad. Ese es el verdadero problema, hemos normalizado la corrupción, les hemos dado patente de corso a nuestros políticos y dirigentes para que nos roben y disfruten de las dádivas obtenidas de una forma ilícita o rayanas en la ilegalidad. 

Viendo estos días las imágenes de Ábalos, Cerdán y Koldo, el trío calaveras de las filas socialistas, en los medios de comunicación nacionales e internacionales, fumando puros o paseando con prostitutas, el que suscribe estas líneas no solamente siente vergüenza ajena, sino asco de pertenecer a la misma nacionalidad que semejantes golfos. Con estas informaciones salpicando el mundo mundial, en una época en que todo se transmite con vertiginosa rapidez, España se empequeñece, pierde toda su credibilidad y el daño en la escena global es irreparable. 

Seguramente, en otras partes del mundo hay corrupción, pero la forma burda, vulgar y desvergonzada de comportarse de algunos de nuestros políticos en España nos retrotrae a otros tiempos pretéritos, como  si fueran personajes sacados de la novela de Rinconete y Cortadillo o El Lazarillo de Tormes. Son rufianes en el peor sentido de la palabra y actúan con un descaro preocupante, sin mácula de vergüenza, y se pasean por nuestras calles como si no hubieran roto nunca un plato. En fin, visto este espectáculo desde Colombia, solamente puedo desearles a todos mis conciudadanos que ¡bienvenidos al tercer mundo!, cada día que pasa parece que nos alejamos más de Europa y nos acercamos a África. Preocupante.