Prisma Internacional

Venezuela, una tragedia interminable

La Venezuela socialista es una farsa que no se cree nadie, ni siquiera los chavistas y mucho menos nuestra izquierda local, cuyos líderes no vivirían nunca en semejante infierno en la tierra.

Ni los agoreros más pesimistas, entre los que me encuentro, ni los más recalcitrante optimistas, que veían en la supuesta revolución bolivariana el comienzo de la prosperidad socialista y el fin de la pobreza, nunca habrían sido capaces de profetizar el triste destino de esta patria boba, hundida, arruinada y sumida en la miseria más absoluta. Al menos los cubanos, esperando en la cola de la historia mil años a que alguien venga a rescatarlos de la hecatombe a las que les llevó la maldita revolución cubana, tienen seguridad en sus calles, aunque sea a costa de pasar hambre, no tener ni agua ni luz en sus casas y pasarlas canutas todos los interminables días de su vida. Regresaron a la prehistoria de un día para otro y huir era la única posibilidad existencial para millones de desgraciados atrapados en esa gran ergástula en forma de isla en el corazón del Caribe.  Los venezolanos, para su desdichada existencia, no tienen ni siguiera seguridad, pues el hampa, la violencia y el crimen campan a sus anchas en el nuevo paraíso socialista construido a sangre y fuego por los Chávez, Maduro y compañía.

Los defensores de la satrapía venezolana, entre los que destacan en nuestro país los acosadores sexuales Iñigo Errejón y Juan Carlos Monedero y el inefable Pablo Iglesias, alegan y aseguran que el país sufre un brutal bloqueo por parte de sus implacables enemigos, como los Estados Unidos y otros aliados de su país. Pero obvian lo fundamental: el sistema de economía planificada al estilo cubano nunca ha funcionado ni funcionará. Una característica fundamental de la izquierda cavernícola en todo el planeta, desde Cuba hasta España pasando por Colombia, Brasil, Venezuela y Nicaragua, es echar las culpas de todos sus males, desgracias y fracasos propios a los demás, bien sea el “imperio”, los Estados Unidos, la Cia, el Papa, los huracanes o la Santísima Trinidad, vaya a saber Dios.

El problema de su tragedia, bien sea la de Venezuela o Cuba, es inherente a su fracasado sistema de economía planificada que nunca funcionó ni funcionará, como bien saben los chinos y los vietnamitas, que hicieron el camino inverso, es decir, desde el socialismo al capitalismo. Al final ha resultado, en contra de la lógica de los filósofos y pensadores marxistas y postmarxistas, que el socialismo es el camino más largo hacia el capitalismo. Paradojas de este mundo cambiante y volátil que no entienden ni quieren entender nuestros profetas locales que todavía creen que Cuba es Disneylandia, donde aterrizas y el pato Donald te regala un helado nada más llegar.

El  verdadero problema de Venezuela, aparte de que nadie se cree realmente que se esté construyendo el “socialismo del siglo XXI” -ni siquiera los mismos chavistas-, es que el saqueo de la industria petrolera y de los escasos recursos del país ha sido inmenso; la corrupción ha sido monumental y ha impregnado a todos los sectores productivos del país. Se calcula que entre 600.000 y 800.000 de millones de dólares han sido saqueados por la élite del régimen en estos más de veinticinco años de satrapía chavista, primero bajo Hugo Chávez y luego bajo Nicolás Maduro, y la mayoría de ese dinero se encuentra en el exterior, como el que poseen los familiares de Chávez. Una hija de Chávez, María Gabriela, es una de las mujeres más ricas del mundo -más de 5.000 millones de dólares, según la revista Forbes-, sin haber tenido que trabajar nunca ni estudiado nada de nada, y viviendo hasta la llegada de Trump en Estados Unidos viviendo a todo trapo.

Hay decenas de ex altos cargos del régimen en el exterior con grandes fortunas en bancos foráneos y pasándolo de lo lindo, viviendo en el lujo desmedido y gozando de la vida loca, mientras el pueblo llano se muere literalmente de hambre. O agonizando en los hospitales sin medicinas ni medios. Ni siquiera hay anestesia en Venezuela para las operaciones. O perdiendo la vida en las largas colas mendigando para que los verdugos les premien con un mendrugo de pan o algo de harina para hacer arepas. La infinita tragedia venezolana, que no tiene fin ni epílogo, parece infinita y nadie sabe a ciencia cierta si algún día acabará esta pesadilla.