Recientemente hemos asistido a las sorprendentes declaraciones de un líder de UGT en las que afirmaba que reduciendo la jornada laboral y subiendo los sueldos por decreto se puede aumentar la productividad. Puso como ejemplo países europeos de mayor productividad y salarios donde las jornadas son menores. Obviamente la ministra de desempleo de SUMAR concuerda con esta absurda declaración.
Es un hecho contrastable que los países del norte y del centro de Europa son más productivos, como es el caso de Suecia o Alemania, por ejemplo. Esto es el fruto de distintos factores, pero entre ellos podemos enumerar un capital humano mejor formado, una tasa de inversión mayor, mayores niveles de innovación y tecnología, mayor tamaño de las empresas, mejores accesos al capital y a la financiación, etc...
El resultado de esto es que el valor de la producción por hora de trabajo es mayor, y por lo tanto se genera más riqueza por trabajador que en España, lo que se traduce en mayores beneficios para las empresas. Gracias a esta mayor rentabilidad, las empresas pueden subir los sueldos, o reducir la jornada manteniendo la remuneración, o bien optar por una combinación de ambas cosas.
Por lo tanto, solo cuando aumenta la productividad se pueden aumentar los salarios y/o reducir la jornada laboral, nunca al contrario.
Si subimos los sueldos por decreto y no en base a mejoras de productividad, vamos a producir la misma cantidad de bienes y servicios pero a un coste mayor. Las empresas perderán competitividad y como resultado, dependiendo de la elasticidad de la demanda, unas venderán menos, las que puedan venderán más caro manteniendo sus márgenes, y las que no, verán sus márgenes menguar, lo que significa menos beneficios.
En el primer y tercer supuesto, menos ganancias significa varias cosas, 1) menos impuestos para hacienda, 2) un menor flujo de caja que se traducirá en una menor inversión, lo que a su vez impedirá mejoras de productividad y/o nuevas contrataciones de trabajadores, y 3) en ciertos casos, una inadecuada remuneración del capital.
Las empresas con márgenes estrechos que vean su rentabilidad menguar no solo no contratarán más sino que una parte de ellas recortará empleo. La inadecuada remuneración del capital es obviamente un desincentivo para la inversión.
En el segundo supuesto, es decir el de las empresas que puedan trasladar el incremento de costes al precio de venta, los márgenes y beneficios no sufrirán. Sin embargo, según la magnitud de este fenómeno, es posible un impacto inflacionista dado que los agentes económicos tendrán que pagar más por los mismos bienes o servicios.
Si recortamos la jornada manteniendo la remuneración, la producción de bienes y servicios se reducirá y el coste unitario aumentará. Esto lleva de nuevo a la pérdida de competitividad con los resultados ya comentados anteriormente, sin olvidar el impacto negativo en la exportación de bienes y servicios.
La combinación de ambas medidas producirá un doble daño a la economía y en ningún caso aumentará la productividad. Lo último que necesita una economía estancada, poco productiva y altamente endeudada como la nuestra son medidas que reducen la competitividad, los incentivos a la inversión y el crecimiento del PIB.
En otros artículos he discurrido acerca del problema de la productividad y que medidas pueden contribuir a su mejora. Llama negativamente la atención como aquellos que dicen defender a los trabajadores, y a las clases medias y bajas, no apoyan ninguna medida que objetivamente pueda mejorar la productividad para así poder reclamar con justicia mejoras salariales sin dañar la economía.
La propuesta de UGT es demagógica, una nociva mezcla de ignorancia y de populismo. Poniendo el carro delante de los bueyes no podemos esperar llegar muy lejos, como mucho podremos retroceder.