LONDRES
Some guys have all the luck, some guys have all the pain
Rod Stewart
Septiembre aún es verano, pero llega siempre con esa mezcla agridulce entre la nostalgia de lo vivido y la anticipación de lo que está por venir. Es un billete de ida hacia los propósitos de vida, que estrenamos entreverados con el comienzo del curso escolar y la vuelta a la rutina.
Entre esos propósitos, ahora que la nueva temporada de exposiciones en galerías y museos nos llena el inbox del correo electrónico con boletines y recomendaciones de la flamante nueva oferta, se me viene a las mientes esa exposición pendiente de realizar que tengo en el pensamiento del legendario artista británico Tim Behrens.
Metiendo en la mochila los libros que me han acompañado durante el verano, en este momento en que los días comienzan a acortarse, y el mar, se despide hasta la próxima con olas – aún - más frías, no puedo evitar pensar en las historias que me llevaron a la desconectada quietud que busca la inspiración serena.
Entre esas lecturas y relecturas veraniegas, disfruté especialmente atacando la historia del Punk de Phil Strongman, que me regaló un buen amigo, coleccionista y melómano, en mi cumpleaños a finales de junio.
Y con la mirada curiosa, a ritmo de jazz, revisité la novela iniciática Absolute Beginners, la segunda de la célebre Trilogía de Londres, del irrepetible Colin Macinnes.
Me interesan estas dos publicaciones, que no tienen nada en común, por las instantáneas que nos ofrecen de Inglaterra en diferentes momentos de la segunda mitad del siglo pasado.
En la historia del punk de Strongman, la secuencia de los hechos es referida por quien estuvo allí.
En los años setenta, el autor tenía diecisiete años, y nos deja unas cuantas crónicas memorables de los míticos recitales que tuvieron lugar en el número 100 de Oxford Street a cargo de unos entonces desconocidos Sex Pistols.
En todo su viaje subyace el resplandor apagado de una nación en transición, con la resaca memorable de la fiesta sesentera, poblada siempre de luz y color.
En Principiantes, una narración de culto para comprender los antecedentes inmediatos de la década prodigiosa, encontramos los preparativos para esa fiesta sesentera: un canto a la juventud y a la creatividad frenética de una generación que empieza a sacudirse la pesadumbre austera de la posguerra, con retazos coloristas del incipiente Swinging London.
Timothy John Behrens (1937 – 2017), protagonista en este a contrapelo - columna a la que sucederán próximas entregas – tiene veintiún años recién cumplidos en ese caluroso verano londinense de 1958 en el que se desarrolla la acción de Principiantes.
Hace tiempo que Behrens ha tomado la determinación de convertirse en pintor, y al año siguiente exhibirá su arte (por primera vez de tres) en la Beaux Art Gallery dirigida por la artista y marchante Helen Lesore. (En palabras del autor, “La única galería sería de entonces en Londres especializada en pintura figurativa”)
Hay una parte de la crítica que se ha acercado a Behrens con frecuencia por el atávico malditismo de la agrupación de pintores bohemios londinenses de las décadas de los 50 y 60, teniendo como consecuencia su exclusión en la trascendencia historiográfica de la agrupación, después del nombre acuñado por kitaj - Escuela de Londres.
(Una etiqueta, que por cierto el pintor detesta, reduciendo el grupo a una pandilla de colegas que se juntaban para beber en el Soho).
Fuera como fuese hoy en día sabemos que la presencia y la adscripción a dicho grupo de Tim, es un hecho incontestable.
Quizá muy a su pesar, a la vista de su corpus pictórico, se nos presenta incluso como un elemento aglutinador y representativo, ejemplar dentro del alegato axial de lo que sería la escuela, ciñéndonos a los preceptos artísticos y de estilo, aun sin tratarse de un grupo homogéneo ni programático.
Habrá tiempo de ahondar en el injusto arrinconamiento con que la historia ha penalizado el carácter contestario y outsider de T. Behrens.
Estamos en los tiempos del internado, war is over. Es la época del existencialismo, y la determinación de nuestro protagonista por ser pintor es ya una pulsión automática del artista total, un transitar tan intuitivo por la vocación, que le hace dar con sus huesos en la prestigiosa Slade School of Fine Arts.
Para convertirse en el alumno más joven de la historia de la institución. Tenía 16 años.
Continuará...