Cuando mi madre falleció, Dios la tenga en su gloria, en el reparto de sus bienes me correspondió medio piso de la que era su vivienda habitual, en el muy céntrico y prestigiado barrio de Justicia. La otra mitad ya era mía, así que pude disponer del piso para mi libérrimo albedrío. Siempre me he sentido imbuido por un impulso hospitalario. El alojamiento de personas, la dignidad de los aposentos, el recuerdo que produjese una atención exquisita en los eventuales visitantes, me seducía de forma poderosa.
Así que decidí dedicar aquel piso a piso turístico. Su ubicación, en el centro de Madrid, lo hacía posible. Su configuración, en una finca de 1873, con una vivienda por planta y cuatro alturas (el mío era el 1º) solo añadía ventajas. Y su amplitud, con cuatro dormitorios, tres de ellos dobles, permitía una asistencia de hasta 7 personas.
Eso sí, desde el principio decidí alquilarlo completo: Nada de camas calientes, ni gentes que se cruzan en el pasillo sin conocerse, ese no era mi estilo: familias, grupos de amigos, viajeros que acudiesen a Madrid y que deseasen un piso amplio y confortable para compartir con los suyos. Me adherí a la plataforma Airbnb, una empresa americana pionera en estas transacciones. Su funcionamiento era excelente. Fotografías tu piso, le pones un precio, explicas las cuatro cosas que hay que saber y ellos buscan los clientes, reciben el pago, te lo hacen llegar y llevan un riguroso control de calidad, con comentarios de los huéspedes sobre el anfitrión y del anfitrión sobre los huéspedes.
El pudor debería impedirme reproducir los comentarios que mis visitantes fueron desgranando: “Magnífico piso”, “Muy cuidado, ordenado y limpio, decorado con gusto y encanto”, “la máxima puntuación en todo”, “This apartment is a real find”…y omito los escritos en ruso o chino… Al cabo de un año me había convertido en “Perfect Host” la más alta categoría en el escalafón de Airbnb.
Configuré los cuatro dormitorios por colores: blanco, verde, teja y malva. Así, las toallas reproducían el color de cada habitación, como los complementos renovables. En la cocina tenían, al llegar, 3 kilos de naranjas, leche, café y té; y en la mesa del comedor bollos, pastas y bombones.
Un plano del barrio con todos los servicios (policía, ambulatorios, metros, supermercados, etc.) reposaba a la vista en el hall. Recordado ahora, en una cierta distancia, el piso era magnífico y mi trato con ellos, muy gratificante.
Así que satisfice mi yo hospitalario, haciendo patria y luciendo Madrid. Franceses, ingleses, americanos del norte y del sur, australianos, rusos, chinos, españoles de casi todas las comunidades, moldavos, armenios…pasaron por el piso. Yo me preguntaba (porque ya entonces la cruzada contra estos pisos se había orquestado) cómo era posible que las cadenas de ropa no se erigiesen en nuestra defensa. Comprendo la fobia de los hoteles. Si yo cobraba 150 euros por noche para 6/7 personas, en un hotel de la zona no habrían bajado de 500/700 euros. Es un odio de sencilla explicación. Pero ¿y las tiendas? Cada vez que un grupo salía, bolsas de ZARA, de CAROLINA HERRERA, de H.M o de LOEWE se amontonaban en el hall, testigos mudos de que lo que no se gastaban en hotel se lo gastaban en ropa.
El tormento de la sábana bajera.- No hay rosa sin espinas. Tras salir un grupo, me pasaba un par de días reponiendo aquella perfección. Colada de todo, plancha y sustitución. Recuerdo con horror el planchado de las sábanas de abajo, con sus gomas de auto ceñido en las esquinas. Imposibles de plegar; si tirabas de un lado se encogían del otro; si la sujetaba con el pico de la tabla, brincaban y se escapaban; al doblarse formaban bultos… llegué a bautizarlo como “el tormento de la sábana bajera” y a sentirme tan mísero como “La planchadora” de Picasso. No menos de 600 sábanas planché en el año y pico que mantuve el piso.
La “pijotadita” de Hacienda.- Contribuyente ejemplar, declaré todos mis ingresos en IRPF. Pero, estando el piso dedicado a vivienda turística, me deduje los consumos de luz, agua, gas…invertidos en su mantenimiento. Pues no. Hacienda me hizo una paralela porque esos consumos sólo podían deducirse en prorrateo de los días ocupados. Si en un mes el piso se había ocupado 12 días, solo podía deducirse un 12 sobre 30, menos de la mitad. Fue vano que explicase que tras salir un grupo, los consumos de luz iban necesariamente ligados al mantenimiento del negocio. Inútil.
La persecución de Carmena.- Cito a la entonces alcaldesa porque era la que ostentaba el mando, pero la persecución de los pisos turísticos se predica de todo regidor que se precie. Está claro que el dinero de los turistas debe ser exclusivamente para los hoteles: “Solo para hoteles, no para cualquiera”, lema que debería presidir el frontis de la consejería de Turismo. De aquella época fue la norma, inaudita, de que para dedicar un piso a alojamiento turístico debería tener “salida independiente a la calle”. Cielos ¿Cómo tal cosa podría ser posible? ¿Qué piso tiene salida independiente a la calle? Pero véase cómo, años después, la gente tomó buena nota y ahora se cierran comercios pequeños y se convierten en viviendas “con salida independiente a la calle” para dedicarlos al alquiler turístico. ¡Gran lamento del vecindario, nos quedamos sin tiendas! Se quejaban entonces, se quejan ahora y se quejarán siempre que algún particular pretenda meter la cuchara en ese negocio. Porque la pasta ha de ser “solo para hoteles, no para cualquiera”.
Acosado por Carmena, incomprendido por Hacienda y atormentado por la sábana bajera, puse fin a mi experiencia de “super host” al cabo de año y medio. Tampoco ganaba dinero, porque al mantener mis principios de alquilar solo a familias o grupos consolidados, mi nicho de mercado era limitado. Los fines de semana, a tope; el resto de la semana, vacío. Entre diez y doce jornadas al mes, que no alcanzaban casi un alquiler normal.
Dejé el piso en administración a una agencia, para arrendamiento como vivienda habitual. Gano ahora el doble que entonces y ni conozco a los inquilinos. No he vuelto a poner una lavadora ni a dar palo. Soy un ejemplo para la sociedad porque ofrezco un piso en el escaso mercado del arrendamiento. Hacienda no solo no me toca los c… sino que me desgrava un 60% de los ingresos. El “lobby” hotelero me bendice. Y como no me he comprado una autocaravana (el segundo motivo de persecución para los hoteles) vivo plácidamente.
Pero no puedo olvidar que, después de años, unas señoras de Cataluña me llamaron porque deseaban volver a Madrid y a mi piso. O cómo podía entenderme, sin hablar palabra, con rusos y chinos; o cómo cada nueva salida, cada nuevo comentario, era un remache en mi patriotismo madrileño, al que estuve entregado en aquel tiempo…
Si en España van a entrar al año 100 millones de turistas, más del doble de sus habitantes, alguien debería regular, con sentido y cabeza, ese inmenso flujo. Se precisará el concurso de la sociedad, no solo de las cadenas hoteleras o los fondos más o menos buitre. Pero esa es otra historia, la de la política, de la que nada debemos esperar. Hoy me limito a recordar, no sin nostalgia, que “yo tenía un piso turístico”. Y que estoy orgulloso de ello.