El amor platónico es aquel que consigue aumentar los pulsos del corazón ante la presencia, o incluso la ausencia del amado.
No hace falta conocerle, a lo mejor basta con solo intuirle viéndole en ese momento en el que su imagen se superpone a cualquier otra, y por encima de los demás.
Es un amor idealizado y seguramente inalcanzable, pero precisamente por ello imperecedero en el recuerdo.
Porque la convivencia es quizás lo más difícil en una pareja, lo más desmitificador que existe de cara al amor físico. Puede aumentar el cariño hasta los más altos niveles y complicidad para ambos, pero indefectiblemente, si no se conserva un algo de misterio en la relación, esta se consume más o menos rápidamente.
En contrapartida, el amor platónico no se degrada, se siente o deja de sentirse para sustituirlo tal vez, por otro igualmente profundo y hermoso.
Y tú, querido Robert Redford seguramente fuiste el amor platónico de miles y miles de personas que te disfrutaron, desde la pantalla, reflejado en las historias que transmitías con tu interpretación.
Nos quedamos sin aliento en “El Golpe”, nos abrazamos a ti en “Memorias de África”, nos dejó sin respiración tu elegancia en “El gran Gatsby”, consideramos hasta la saciedad tu “Proposición indecente “, e incluso hubiéramos deseado ser caballo, para que nos susurraras al oído en “El hombre que susurraba a los caballos”.
Da igual en qué situación o en qué film, porque salvabas con tu presencia cualquier guion de los muchos (cerca de 40) que se filmaron y nos dejaste como legado.
Y eras además de director, y actor, inteligente, generoso y amigo, muy amigo de los tuyos, profundamente guapo, guapo, guapísimo, uno de los guapos oficiales del cine, una de las referencias obligadas al hablar de los elegidos a quienes también amaba la cámara.
Pero a pesar de ello no trascendieron escándalos acerca de tu vida.
Apenas conocimos nada de ella salvo que amabas la naturaleza, el contar historias y el dibujar.
Que eras budista, que estuviste dos veces casado y tuviste cuatro hijos.
Te has marchado de la manera más discreta, mientras dormías, mientras soñabas seguramente en otra historia, en la más bella jamás contada.
Gracias Robert por haber compartido con nosotros tu existencia, tus preciosas obras cinematográficas. Gracias por haber sido nuestro amor platónico, siempre puro, siempre ideal, resucitado cada vez que te asomabas y te asomaras a la pantalla.
Has subido a los cielos y seguro que allí, como en aquella película que rodaste con Jennifer López, te espera “Una vida por delante” , o mejor dicho, una eternidad por delante en la que cualquier ángel puede ser tu doble.