Dado que muchos ya están opinando o investigando, y así debe ser, sobre la fascinante profesión de la fontanería, y a algunos nos entran ganas de largarnos al monte, como la pastora Marcela, pero sin las consecuencias que tuvo su osadía, felices y contentos cantando baladas de amor bajo la sombra de los árboles, hoy dedicaré esta columna a la figura de la reina de Saba.
Si Alejandro Magno viviera aún, saludaría con una mirada estupefacta esos reinos de Saba que vuelven a iluminar la memoria de los hombres. Sólo él concibió el sueño de dominar todo el mar Eritreo, de avanzar tanto en el desierto y de presentarse en las puertas de la capital del país de los perfumes y las especias, considerada por Heródoto la última de las tierras habitadas. Para el poeta y el artista, el fastuoso encuentro de la reina de Saba, esa novia del desierto, que inspirara a Salomón el Cantar de los Cantares, supone un diálogo místico entre Oriente y Occidente.
Esta reina de Saba, yemení o abisinia, Sheba para los hebreos, Balkis para los beduinos, Makeda para los etíopes, Candance para los nubios, Sibila o reina del Sur en el día de la Resurrección, simboliza un encuentro sagrado de oráculos, profecías y religiones.
¿Es cierto que, en el norte, Alejandro Magno cabalgó en Escitia con Bucéfalo y las trescientas amazonas que salieron a su encuentro? ¿Es cierto que, según cuenta la leyenda, pasara trece noches de luna de miel en los brazos de la reina Talestris, una amazona diabólica y muy rígida al frente de un gran matriarcado? Envuelta en una túnica corta que dejaba al descubierto su pecho izquierdo, el derecho extirpado para poder manejar mejor el arco y la lanza, ¿es cierto que esas mantis guerreras mataban a sus amantes y a su propia descendencia masculina? Al igual que Aquiles y Heracles, Alejandro se convirtió en víctima fascinada de esa seducción.
Llegada probablemente de Yemen o Etiopía, la reina de Saba, seducida por el esplendor de ese reino, particularmente manifiesto en la edificación del templo de Yahvé, visitó al rey Salomón, para competir con él en auténtica sabiduría divina. Para someter a las fuerzas del mal, Salomón habría recogido, gracias a las maquinaciones de su madre, el sello de la ciencia hermética que le entregó el ángel Rafael, un hexagrama con dos triángulos entrelazados. Asimismo, Salomón establecerá, gracias a su potencia militar y diplomacia, alianzas con Egipto, Tiro y Sidón.
Los narradores populares atribuyen la construcción de los palacios sabeanos del templo de la Luna a los djinns enviados por este rey. Estas divinidades imaginarias, tan impersonales como los ángeles, vivían en el desierto y eran hostiles con el hombre.
Y es así como termina, de momento, este paseo imaginario por algunos mitos, personajes y leyendas que recorren el tiempo, voraces, llegando hasta nuestros días.