El suicidio de la izquierda se constata elección tras elección y España no será una excepción, tal como pronostican todas las encuestas y estudios de opinión.
Elección tras elección, paulatinamente en un proceso casi imparable, la izquierda pierde votos, gobiernos y representantes, en una sangría interminable que no se detiene en ningún país de Europa. Los socialistas han desaparecido en Italia, Francia, Europa del Este y están en crisis en casi todos los países nórdicos -menos Finlandia aparentemente-, donde antaño fueron fuerzas gobernantes y determinantes, mientras que en Alemania, Austria, Portugal y los Países Bajos han pasado a la irrelevancia política superados por la extrema derecha. El trasvase de votos de los votantes decepcionados de la izquierda lejos de ser hacia el centro o la derecha moderada, como cabía esperarse, es hacia la extrema derecha.
Luego está otro fenómeno imparable: el voto joven es de la extrema derecha en casi todo el continente, donde en el tramo entre los 18 a los 45 años domina esta tendencia política y la izquierda es un referente ya marginal, lo que hace presagiar que en un futuro no muy lejano estas fuerzas dominarán la escena política. Mientras los socialistas y los socialdemócratas se hunden o desaparecen, las fuerzas a su izquierda, como Sumar y Podemos en España, están en vías de extinción, tal como reflejan las encuestas, o rozando la marginalidad política. ¿Qué es lo que está ocurriendo para que se esté produciendo esta grave y casi irreversible crisis de la izquierda en todo el continente?
En primer lugar, la izquierda tiene puesto el foco en cuestiones que no interesan a la ciudadanía y que no constituyen per se elementos movilizadores del electorado, como la defensa de la cultura woke, la causa de los transexuales, la persecución de la matanza de los cerdos, el multiculturalismo y la ideología de género, por citar solamente algunas de las chorradas en las que andan perdidos los progres. Mientras en Europa la mayor parte de la ciudadanía está preocupada por la inmigración ilegal, la falta de seguridad en sus calles, la carencia de viviendas, la precariedad laboral y los bajos salarios para los más jóvenes, entre otros asuntos, la izquierda ha perdido el polo a tierra y está abstraída en debates baladíes, ausentes de la realidad y fuera de la diana del interés general.
La izquierda en Europa, pero muy especialmente en España, ha hecho del feminismo radical una suerte de fundamentalismo que ya exaspera a su propio electorado y que está agotado en sí mismo como elemento de movilización social y electoral, sino que sus radicales propuestas ya han sido asumidas por la sociedad europea (y, por ende, española) hace tiempo sin necesidad de caer en la redundancia retórica y en el permanente victimismo femenino desfasado. Tanto discurso hueco, repetitivo y poco sujeto a las demandas y necesidades sociales, sobre todo a las de los más jóvenes, ha calado en nuestras sociedades y ha hecho que el mismo no sea atractivo en términos políticos porque carece de pasión y credibilidad sobre todo,; suena a pura cháchara buenista y políticamente correcto sin arraigo con la realidad ni sustancia.
Viven en el mundo de Yupi
Luego está la incoherencia en los comportamientos de muchos de sus líderes, que demasiadas veces y en numerosas ocasiones caen en los usos sociales de los que supuestamente abominaban. El caso de Pablo Iglesias e Irene Montero, atacando a la riqueza de los poderosos, para después acabar viviendo una urbanización de lujo en un casoplón rodeado de policías es un mero detalle de un sinfín de comportamientos cuando menos torpes, por no decir otra cosa. Iglesias, que supuestamente iba a acabar con las “puertas giratorias” en España, desde que terminó su abrupto mandato en el ejecutivo -tras su estrepitosa derrota frente a la “fascista” Isabel Ayuso en unas elecciones libres- ha trabajando en más de una veintena de lugares, al mismo tiempo, demostrando que una cosa es el deseo del cambio y otra la cruda realidad de la inercia de un sistema en la que casi todos los ex políticos acaban cayendo en los mismos vicios (irrefrenables). Iglesias, en sí mismo, es una puerta giratoria que de tanto girar hasta quizá algún día se dé de bruces con el mundo real, no con el Yupi donde él habita.
Por último, para desmenuzar su lista de desatinos que les llevan al abismo electoral y a la marginalidad política, está su discurso anti OTAN y antinorteamericano, un asunto que la sociedad no comprende bien porque adora a los Estados Unidos y se muere por pasar sus vacaciones allá, y también porque para la mayoría de los españoles nuestros aliados son los europeos y los socios de la OTAN y la UE. Los españoles no son tan tontos para creerse que Venezuela, Cuba y Nicaragua son “paraísos” socialistas y no quieren saber nada de esos bodrios hediondos. El asuntos es puro cinismo, pues tanto Pablo Iglesias, Yolanda Díaz y los acosadores sexuales Iñigo Errejón y Juan Carlos Monedero saben que la vida en estos países en una mierda y que más allá de posar con carteles del Che Guevara y hacerse fotos con el gorila de Caracas su compromiso nunca iría más allá de tales gestos.
Por no hablar del antisemitismo militante de la izquierda, asunto no baladí que dejó para otra ocasión, que les equipara y les pone a la misma altura que al régimen iraní -que, por cierto, financió Podemos en sus orígenes- y les aleja nuestros aliados y amigos, como Alemania, Canadá, Francia y los Estados Unidos. En definitiva, los líderes de nuestra progresía local han hecho mucho mejor el trabajo que Franco para destruir de una vez por todas a la izquierda, ¡enhorabuena, sois unos cracks!