Los Austrias eligieron a Cibeles como diosa protectora de Madrid, y crearon una curiosa mitología para justificar el nombramiento. Más tarde, cuando Carlos III mandó hacer la fuente de Cibeles, los madrileños la asumieron como una referencia fundamental de la ciudad.

En el siglo XVII, España se había convertido en uno de los imperios más grandes de la historia. Pero este imperio tenía una carencia reseñable: no estaba basado en unos orígenes míticos, como el imperio romano. Por eso, los cronistas y eruditos de la corte se esforzaron en crear una mitología acorde con la importancia de la capital. Del mismo modo que los reyes españoles afirmaban tener un origen divino, la capital de su imperio también debía ser mitificada y tener un origen épico. Y si los griegos y los romanos se habían inventado su propia mitología ¿por qué no hacer lo propio en nuestra tierra?
La historia mitológica de Madrid se configuró de esta forma: Fue al término de la guerra de Troya, cuando un príncipe griego llamado Tiberis fundó un reino en la actual Albania. Este rey tuvo dos hijos, uno legítimo, llamado Tiberis, y otro bastardo (con su amante, la adivina Manto) que se llamó Bianor. Para evitar que Bianor reclamara sus derechos sucesorios, se le otorgó una suma respetable de dinero y se le ordenó que se marchara con su madre al norte de la península itálica, para fundar allí una ciudad. Así lo hicieron, y a la nueva urbe le llamaron Mantua, en homenaje a la madre, Manto.
Tiempo después, Bianor escuchó en sueños al dios Apolo, y este le encomendó marchar hacia donde el sol se pone, y fundar allí, en el centro de la península Ibérica, una nueva ciudad. El inquieto joven le contó el sueño a su madre y esta le puso el sobrenombre de Ocno: “el que ve el porvenir en los sueños”. Ocno Bianor no se lo pensó. Mandó formar a sus tropas y emprendió la marcha hacia Hispania. Tras un largo viaje lleno de aventuras, llegaron a las riberas del Manzanares. Acamparon, y durante la noche Apolo le dijo a Ocno que ese era el lugar elegido. Debían fundar una ciudad en honor de la diosa de la tierra fértil, Metragirta, también conocida como Rea o Cibeles. Aquí se inicia la relación entre la diosa y la nueva ciudad, que originalmente se llamó como ella, Metragirta, luego Magerit y por último Madrid. El caso es que aquel lugar no estaba desierto, pues había varias aldeas habitadas por la tribu de los Carpetanos. Ocno les invitó a compartir la nueva ciudad, y ellos accedieron de mala gana. Y ya desde el primer momento, hubo problemas de integración, a raíz de los cuales, los carpetanos y los recién llegados se peleaban continuamente. Bianor, a través de un oráculo, pidió consejo a Apolo, y éste le dijo que para conseguir la paz, tendría que inmolarse, y su cuerpo debía ser enterrado en el centro de Magerit. Bianor mandó cavar una fosa y fue sepultado bajo una gran piedra. Entonces se desató una tormenta, y la diosa Cibeles bajó de los cielos en su carro tirado por dos leones. Cibeles, apiadándose de Bianor, apartó la losa y, cogiéndolo en sus brazos, se lo llevó con ella a los cielos. Con su muerte, Bianor había logrado la paz.
Esta historia mitológica tuvo una gran acogida, ya que situaba la fundación de Madrid antes que la de Roma, y el nombre de Mantua Carpetana se incorporó a los documentos públicos de los Austrias.
En la fuente que diseñó Ventura Rodríguez y que labraron Francisco Gutiérrez y Roberto Michel, allá por el 1782, Cibeles está sentada en un trono colocado sobre un carro. La diosa va vestida a la usanza griega con una túnica llamada quitón y un manto o chal llamado himatión. En la cabeza lleva una corona mural, atributo propio de los dioses que protegen a las ciudades, y en una mano sujeta la llave de la ciudad.
La diosa griega Rea (Cibeles para los romanos) es la diosa de la fertilidad de la tierra, de la naturaleza y de los animales (la diosa que domesticó a las fieras para que tirasen de su carro). Lo cierto es que los griegos se basaron en una diosa mucho más antigua que representaba lo mismo, el dominio de los seres humanos sobre las fuerzas de la naturaleza. Una diosa muy necesaria cuando, allá en el Neolítico surgió la agricultura y la domesticación de los animales, es decir, la ganadería.
Cibeles nos hace mucha falta hoy en día, cuando la naturaleza está desbocada por los efectos del cambio climático. ¡A ver si puedes hacer algo, Diosa, tú que eres la protectora de Madrid! En estos días de verano en que el calor aprieta, Cibeles ni se inmuta, ahí la tenemos, tan fresca, rodeada del agua de la fuente. Tampoco parece preocuparle el intenso tráfico que le rodea, porque ella tiene un permiso especial y único para aparcar en el centro de la plaza.
Imposible imaginar Madrid sin su diosa. Cibeles se convirtió en un símbolo tan querido que, durante la Guerra Civil de 1936, el monumento fue cubierto por una bóveda de ladrillo para protegerlo de los bombardeos. Y desde hace unos años, la fuente es el lugar de cita de los aficionados madridistas para celebrar las victorias de su equipo.