A Volapié

El optimismo interesado, Iª parte

Fitch, Moody’s y S&P son agencias de calificación de la solvencia de aquellos emisores de deuda, como los estados, que desean salir a los mercados de capitales a financiarse. Recientemente Fitch ha revisado al alza, desde estable a positivo, las perspectivas del rating A- que atribuye al reino de España. La letra A- significa que el riesgo de impago del estado es bajo, aunque es vulnerable al deterioro del entorno económico o financiero.

No comparto el optimismo de esta agencia porque considero que España está en una escala inferior, la BBB, con una perspectiva negativa debido al expansivo pero desequilibrado y frágil escenario macro y a su negativo impacto a nivel microeconómico. BBB es un rating aceptable pues pertenece también a la categoría de grado de inversión, aunque denota un riesgo mayor.

Las agencias cobran de los emisores ya que sin rating estos no pueden acudir al mercado, y cuanto más baja sea dicha calificación, mayor será el riesgo para el inversor, y por lo tanto más elevado será el interés a pagar. Por lo tanto, hay un conflicto de interés que hace que las agencias puedan llegar a tener cierta tendencia a calificar al alza.

Me ha sorprendido moderadamente la lectura tremendamente optimista que de dicho informe han hecho bastantes periódicos, sobre todo porque la prensa vende mucho más con el pesimismo, las malas noticias y el miedo. Es su modus vivendi habitual, salvo cuando se trata de los gobiernos. Al fin y al cabo, con la prensa también hay un conflicto de interés pues muchos periódicos suelen cobrar del gobierno jugosas subvenciones, sin olvidar los ingresos por publicidad institucional. Así pues, salvo en casos de notoria independencia, muchos se tornan milagrosamente favorables a los gobiernos, no vaya a ser que pierdan sus beneficios caídos del cielo.

El reciente artículo del periódico económico El Economista acerca del informe de esta agencia de calificación me parece excesivamente optimista y carente de suficiente espíritu crítico. Basándose en dicho análisis, este medio nos dice que España vive un momento dulce (sic), aunque luego añade, al menos en lo que a indicadores macro se refiere. El periodista parece ser consciente de que la realidad micro, la de los ciudadanos y la de las pymes es muy distinta, y más bien amarga en vez de dulce.

Lo primero que leemos es que superamos en crecimiento a la mayor parte de los países de la UE. Sin embargo, esto solo es verdad en el corto plazo, pues si analizamos la cuestión desde el 2019 la realidad es otra. Somos uno de los países que menos se ha recuperado económicamente de la última crisis, a pesar de estar entre los que más fondos han recibido de la UE y del BCE.

Veamos las evidencias. Entre 2019 y 2023 el PIB español ha crecido un 20% nominal, mientras que Francia y Alemania han crecido un 16% y un 19% respectivamente. Sin embargo, España ha acumulado una inflación del 18% en dichos años, por el 16% de Francia y el 17,7% de Alemania. En términos reales hemos crecido un 2%, contra el 0% de Francia y el 1,3% de Alemania. Parece entonces que lo hemos hecho mejor, pero no es así porque este crecimiento está impulsado por la elevada inmigración que recibimos. Hay pues que descender al nivel de la renta per cápita.

En términos reales, desde 2019 nuestra renta per cápita ha caído un 1,5%, mientras que la de Francia y Alemania han decrecido ambas un 1,3%. A la vista está que nuestro cohete no tira y por lo tanto no somos los primeros de la clase. Nuestro vecino portugués también nos gana y por goleada. Su PIB nominal ha aumentado en un 24,7% y un 9,3% en términos reales, o 4,7% en cuanto a la renta per cápita. Lo mismo sucede con varios países de Europa del Este o del norte. En crecimiento real estamos pues a la cola de Europa, y lo que es peor, somos de los que más se han endeudado.

Entre 2019 y 2023 la deuda pública española ha crecido hasta el 105% del PIB, es decir 7,4 puntos porcentuales (pp) más. La de Alemania sólo aumentó 3,3 pp hasta un modesto 63%, mientras que la de Portugal se redujo en 18 pp, hasta un 98%. Con un gobierno también socialista, nuestro vecino peninsular ha crecido mucho más a la vez que ha reducido notablemente el peso de la deuda pública. Queda claro por lo tanto que el actual gobierno no está gestionando bien la economía.

Los otros enfermos de Europa, Francia e Italia han visto su ratio de Deuda/PIB alcanzar el 110% y el 135%, es decir +11,8 pp y +1 pp respectivamente. Tanto los fondos europeos como la enorme deuda emitida se han canalizado principalmente hacia el sector público, pero no para hacer inversiones, como sería deseable, sino puro gasto corriente que además se ha convertido en estructural. Esto es mala noticia porque es lo que explica que, creciendo, tengamos un déficit público de más del 3%. Deberíamos estar en superávit, como es el caso de Portugal. Es fácil imaginar lo que sucederá con el déficit y la deuda cuando llegue la próxima crisis, que llegará, como vienen las gotas frías, inevitablemente.

Esta supuestamente excelente evolución macroeconómica no se ha traducido en mayor renta para los españoles, sino en menos, y casualmente el artículo de El Economista no dice nada de esto. En términos reales, somos más pobres que en 2019, pero también más que en 2007. Si un dato es representativo es que desde 2017 hemos perdido más de 4 pp respecto de la renta per cápita media europea.

El gobierno, y parte de la prensa, pretenden darnos gato por liebre. El crecimiento de nuestra economía no solo es menguado, sino que tiene las piernas muy cortas. Se apoya en gran medida  en un gasto público enorme y en el sector turístico. El turismo seguirá dando alegrías, a pesar de los gobiernos, pero el crecimiento a base de deuda tiene poco recorrido adicional, especialmente porque los fondos tomados no se destinan a la inversión, como podemos ver por ejemplo con el hundimiento de Renfe o en las recientes inundaciones de Valencia, agravadas por la falta de inversiones.

Si al menos la mitad del incremento neto de la deuda pública se destinara a inversión en la formación del capital humano, en infraestructuras, I+D y tecnología, entonces la renta nacional crecería mucho más gracias a la mejora de la productividad y a la creación de empleo privado de más valor añadido. Si esto se hiciera así, una calificación de A estaría mucho más justificada, pero no es el caso. Esta expansión del estado está sirviendo para crear una economía subsidiada y muy poco productiva, lastrada por lo público y condenada a la mediocridad, cuando no a la pobreza como nos lo indica el número de hogares en riesgo de pobreza o los 5 millones de personas con carencia material severa.

Los próximos años creceremos nominalmente algo más que Europa debido a que seguiremos viviendo de la deuda, así como por el estancamiento que sufren los países más industrializados por causa de la equivodada política europea en materia energética, automovilística, etc... Este sorpasso será breve y modesto, y desde luego con escaso impacto en la ciudadanía en términos de renta real disponible.

Nuestros gobernantes han conseguido desligar la macro de la micro, es decir que el crecimiento de la economía no se vea reflejado en una mayor prosperidad de los ciudadanos, especialmente los de las clases medias y bajas, sino todo lo contrario. Esta verdad incómoda no gusta ni al gobierno ni a algunos medios de comunicación, ya sea por ideología, por conveniencia, o por falta de espíritu crítico.