Pedro Sánchez, el goliardo, es un mercader de la palabra que trafica hasta con su verbo. Su ética es tan deshonesta como mudadiza y lo arrastra sin remedio a una caída que, a cada instante, se torna más acentuada. Es tan él, que a nadie sorprenderá en este instante si proclamo que es un presuntuoso, un traficante de promesas, un tipo sin ética ni moral. Pedro es la definición clara que señalaba Ortega y Gasset en aquella sentencia que decía: La peor forma de gobierno es la que más se acerca a la perfección en su estructura, pero está en manos de hombres ineptos. Sin duda, José Ortega era un adelantado porque ya advirtió sobre la escombrera del socialismo y la arrogancia de un líder que vive con la seguridad de que nunca será juzgado más que por sus gestos.
La vida del goliardo Pedro —según los mentideros del Congreso— se manejó entre casas de masajes y coches cargados de machos sudorosos —incluido el portero de puticlub— Las malas lenguas dicen que los chicos del Peugeot presidencial eran buenos sementales que anhelaban poder, dinero y, por supuesto, grandes tetas, culos firmes y vicios de todo orden ¡Qué seríamos sin ellos! Cuentan también que los salones de masajes eran templos del vicio gestionados por Begoña y que se ofrecía el conocimiento del más viejo oficio. Allí, entre caricias y confidencias, se custodiaba información, se tejían alianzas y se desnudaban más secretos que cuerpos.
Con todo, el socialismo que antaño pudo ser ideología de obreros y soñadores, hoy se ha mudado en un espectáculo tan obsceno que tan solo sirve para una audiencia empobrecida que aplaude feliz, porque aunque el pan escasee el circo se ha convertido en un burdel.
Pero algo se mueve. El goliardo Pedro, aunque protegido por el partido y su corte de aduladores, empieza a sentir el suave murmullo de la crítica. Comienzan a ver a un pueblo que suma a la definición de socialismo sinónimos como mentirosos, golfos, malhechores, ladrones, puteros, delincuentes y dictadores. Los sufridos obreros y sindicalistas, después de mil aprietos y constantes prohibiciones, parecen querer despertar, aunque sea lentamente.
Así es que al infamante Sánchez lo van pillando. Está enfurecido porque le salpican todos los asuntos turbios de su familia y amigos, y ni siquiera en Lanzarote encuentra refugio —él disfrutando del sol en una isla y, entretanto, su buen amigo Santos Cerdán en un atolón madrileño— Pero es que es tanta la mentira, el desprecio al ciudadano y la desfachatez de Pedro, que este año la canción del verano lleva su nombre. No la ha escrito ningún “reguetonero”, sino el hartazgo popular, por eso en salas, discotecas, conciertos, fiestas grandes y pequeñas, ayer, hoy y mañana, todos corean con alegría el estribillo más “top del verano”: ¡Pedro Sánchez, hijo de puta!
Entretanto, los bendecidos y millonarios noticiarios no mencionan el sobresaliente laurel popular que ensalza el nombre del presidente, casi tanto como ocurrió en tiempos con Barrabás. La prensa, siempre diligente en su sumisión, gasta los estrechos minutos desviando la atención con Trump, la agenda 2030, el cambio climático y las olas de calor con temperaturas que son absolutamente normales —un nuevo día, una nueva noticia— Buscan al pueblo entretenido y alejado de los escándalos domésticos, buscando que queden en el olvido hasta los más gloriosos y presuntamente delictivos personajes: Begoña investigada, hermano investigado, Fiscal General investigado, los chicos del Peugeot (con uno en prisión), el Tito Berni desaparecido, el Constitucional oscurecido, y por si fuese poco, invasiones, violaciones, asesinatos, ocupaciones, guiños a terroristas y un larguísimo etcétera.
Por todo, en nombre del pueblo y del buen gusto, me permito rogar a Pedro: ¡No te vayas! Quédate, por favor. No te vayas, porque el pueblo es ágilmente olvidadizo. Quédate hasta que la dictadura del proletariado —que solamente trae miseria, hambre, asaltos, terror e intranquilidad— abra los ojos y contemple la gran obra del socialismo, que puedan ver que es un mal endémico. Quédate hasta que puedan avergonzarse —con razón y sin ningún miedo— de haberse llamado socialistas. Pedro quédate, porque hasta el mismísimo esperpento tiene su final.