Crónicas de nuestro tiempo

El numerito de Feijóo

Parece que  ya ha despertado/
Feijoo que se hacia el dormido.../
Parece que ya ha perdido/
la fe de poder asociarse/
a su amado Pedro Sanchez/
ambos haciéndose guiños/
buscando sacar adelante/
aquello que a escondidas/
esperaban que ocurriese/
para dividir España.../
y el Feijóo republicano/
y cooperador necesario/
en Galicia presidente.

Tarde ¡demasiado tarde! El gallego que quiso jugar a la ambigüedad ha empezado a hablar claro y genialmente bien, pero ya no convence ni siquiera a los suyos.

Alberto Núñez Feijóo se ha quitado la careta de opositor amable para disfrazarse de combatiente, justo ahora que sabe que ya es tarde, cuando su partido se desangra entre la irrelevancia institucional, la fuga de votantes y la impunidad blindada del sanchismo. ¿Por qué ahora? ¿Por principios? No. Por cálculo. Por desesperación. Por la vieja estrategia de la serpiente: cambiar de piel cuando la anterior ya no le sirve ¡no! lo ha hecho porque sabe que ya no hay margen para tener la opción de cambio. Eso que ha huido desde que sustituyó a Casado por miedo y cobardia a gobernar contra una izquierda que le iba a someter incendiando las calles y despertando a Eta.

Feijóo no es ajeno al régimen: es un cooperador necesario. Nunca alzó la voz contra los indultos. Nunca se movilizó ante los pactos infames con separatistas, filoetarras o comunistas bolivarianos. Nunca defendió con firmeza la unidad nacional, ni llevó a los tribunales al gobierno, como hizo en varias exitosas ocasiones Vox. Nunca intimidó con hostigación en Moncloa, Ferraz, Instituciones, Ministerio, etc., con el pueblo. Al contrario, se pasó años hablando de “desjudicializar” la política, de pactar con el PSOE, una España de autonomías avanzadas contra un Vox ultra que le hacía sombra. votó en la UE junto con el Psoe, para que Ursula Von del Leyen siga siendo la peligrosa presidenta en el escándalo Pfizergate, lo que traducido al gallego de despacho, significa arropar una confederación encubierta. Un Estado débil. Una nación disuelta. Un mapa roto en pedazos... y Galicia al frente como modelo.

Ese es el sueño húmedo de Feijóo: la República Gallega. No lo dirá en público, claro, pero ya lo ha insinuado entre líneas. Quiere un Estado federal sin monarquía, con autonomías blindadas, donde Galicia sea una nación reconocida, con lengua propia, parlamento reforzado y voz diferenciada en Europa. Y en esa República, ¿quién se imagina al frente? Pues él, claro: el tecnócrata ilustrado, el “moderado”, el que se dejó mimar por Sánchez mientras soñaba con un trono de piedra sobre las Rías Baixas. Feijóo nunca quiso una España fuerte: quiso una Galicia independiente y él, su presidente republicano.

Pero ahora, que el monstruo que alimentó se vuelve intensamente contra él, intenta disfrazarse de cruzado contra el sanchismo. Acusa a Pedro Sánchez -y no sin razón- de haber levantado su imperio político sobre el lodo de la prostitución familiar. Habla del suegro putero convertido en empresario modelo; de Begoña Gómez como contable de los puti clubes bajo el manto de saunas para degenerados, y de la red de favores y contratos públicos del propio Sánchez como consorte beneficiado de esos prostíbulos económicos que le pusieron donde ahora está.

Y sí, lanza dardos al hermano David, al títere Ábalos, al intermediario Cerdán, al chulo Tito Berni, y hasta se atreve a mencionar la traición del Sáhara, ese canje geoestratégico con Marruecos que aún nadie se atreve a investigar del todo. Habla de saunas, de contratos, de fundaciones trampa… pero todo llega tarde y suena a excusa.

Durante años Feijóo miró a otro lado. Guardó silencio. Pactó. Se dejó insultar con la historia de Marcial Dorado, el narco con quien compartió más de un viaje y muchas sonrisas. Aguardó que Sánchez lo aceptara como socio menor, como interlocutor válido, como el "pepero bueno" que no molesta. Ha sido, el cooperador necesario para que Sanchez haya alcanzado el poder de la instituciones, y ahora que ha visto que el sanchismo le sigue en corto sin agradecerle su contribución a la macro estructura destructiva de los poderes, y que solo respeta a los violentos y a los chantajistas, se hace el valiente, se disfraza de opositor y quiere liderar ya demasiado tarde, la carga. Pero ya casi nadie le cree, salvo aquellos inocentes que solo ven el peligro cuando ya está encima (.!.) cuando no hay otro margen de maniobra que no sea la rendición o la violencia.

Feijóo ha sido un traidor doble: primero, al pueblo que esperaba una alternativa real al régimen; y segundo, a España, porque su verdadero proyecto no es salvarla, sino dividirla. Su repentina agresividad no es patriotismo: es puro oportunismo. Su nuevo discurso no es rebelión: es un grito de socorro de quien sabe que no llegará vivo a las siguientes porque sencillamente no se celebrarán, salvo que con trampas Sanchez tenga claro que las gana.

Feijóo se ha pasado media vida política intentando ser el Felipe González de la derecha, y acabará siendo el Largo Caballero del galleguismo. De seguir así, acabará defendiendo un referéndum autonómico, un estatus nacional, y una bandera celeste ondeando junto a la estelada y la ikurriña, mientras él proclama su “galleguidad europeísta” desde Bruselas.

Que nadie se engañe: Pedro Sánchez es el jefe de una organización dedicada a la colonización del Estado, y Feijóo fue, durante mucho tiempo, su rehén consentido. Uno saquea y corrompe; el otro calla y se acomoda. La historia los pondrá en la misma página: la de los hombres que traicionaron a España desde trincheras distintas, pero con el mismo desprecio por la verdad.

Si bien es cierto que su réplica fue escandalosamente admirable ¡chapeau!, no es menos cierto que lo hizo a sabiendas que ya nada volverá a ser igual. Su objetivo de marcar a Vox con el desprecio haciendo guiños a quienes nos destruirán capitaneados por Zapatero, solo ha sido una prueba de lo que podía haber hecho y no hizo cuando aún había tiempo para no dejar que el sanchismo llegase donde ha llegado.

Ahora, la ley bolaños y la jubilación, terminarán con esos jueces valientes que  han defendido el honor, la constitución, la bandera y la Patria, pasando posiblemente a ser perseguidos por la Agencia Tributaria y los medios afines al nuevo régimen que ahora comienza.