Es evidente que necesitamos el anzuelo de algo que nos motive y entusiasme para impulsar la vida. Las personas se mueven guiadas por el deseo de conseguir algún propósito. Del mismo modo que las empresas plantean sus objetivos y alrededor de ellos organizan y planifican sus trabajos diarios para alcanzarlos, de la misma forma cada individuo debería tener su hoja de ruta personal para lograr aquello que ronda en su cabeza. El problema surge cuando no hay nada en la cabeza, cuando no hay motivación para algo concreto y nos dejamos llevar por la rutina y el paso del tiempo.
Mientras estamos con edades en las que el día a día está cubierto con el trabajo, la familia, los amigos, el ocio y otras cuestiones, no cabe duda de que nuestro cerebro está ocupado con ideas, proyectos y planes, para ir haciendo frente a todo aquello que se nos va presentando. En muchos casos, llegamos a padecer estrés y deseamos cierta paz y poder disponer de algo de tiempo. Sin embargo, cuando los años pasan y se acerca el momento de dejar atrás el trabajo profesional, consolidado ya nuestro proyecto familiar, cuando llega el momento de la jubilación, son muchos los que se enfrentan al problema de no saber qué hacer con su tiempo libre.
Aparentemente, este asunto puede parecer incomprensible para muchos, sobre todo para quienes están en la situación de tener muchos frentes que atender, bien por trabajo, hobbies, o cualesquiera otras razones, a ellos les digo que en el mundo hay mucha gente y que no todos afrontan las cosas de la misma manera, ni con la misma vitalidad para resolver sus cuestiones.
Por mi trabajo profesional, hace ya algunos años tuve una experiencia que me resultó interesante desde el punto de vista humano y sociológico, de ella saqué algunas conclusiones y sobre ella he reflexionado de vez en cuando. La cuestión trataba de una persona que a sus sesenta y cinco años podía jubilarse en la empresa, aunque era alguien obstinado en sus deseos de seguir trabajando. Le expuse todo tipo de argumentos sobre la libertad que conseguiría de su tiempo, le hablé de la posibilidad de viajar, leer, ocuparse de todo lo que no había podido hacer hasta la fecha, de las buenas condiciones económicas en que quedaría, en fin, todos los razonamientos posibles para hacerle comprender lo absurdo de su decisión. Sin embargo, él no lo entendía.
Después de una larga charla, conseguí que me dijera el motivo de querer trabajar sin tener la necesidad de hacerlo. Su decisión estaba motivada precisamente por lo que comento en este artículo… no sabía a qué destinar su tiempo libre. Le atemorizaba la circunstancia de no saber qué hacer cuando se retirara. Francamente, la verdad es que no creo que haya alguien que esté falto de deseos; creo que todos tenemos sensibilidad por cosas que nos atraen, aunque sea una sola, en mayor o menor grado siempre habrá algo que nos gusta y por lo que sentimos alguna inclinación. También es verdad que algunas veces está escondida entre los ocultos vericuetos de nuestro cerebro.
Con este criterio, seguí hablando con mi interlocutor y, después de más de una hora, llegamos a la conclusión de que le atraía todo lo relacionado con la Historia de España. Obviamente, este fue el hilo del que tiré del ovillo. Como resumen diré que se jubiló y años más tarde me enteré de que había cursado estudios de Historia, terminando la carrera con muy buenos resultados y una especialización en la Historia de América.
He llegado a la conclusión de que el problema para estas personas que en un principio tienen miedos a enfrentarse al tiempo libre, por supuesto en estas etapas de la vida, es que estos miedos están motivados por la incertidumbre que supone lo desconocido, el no saber cómo explorar nuevos caminos para ocupar su tiempo. Cuando descubren otras alternativas son capaces de superar su desasosiego y su inseguridad sin trauma alguno.
La fábula del búho asesor ilustra bien cuando expongo. Me contaron que vivía en el bosque un búho dedicado a aconsejar a los animales sobre sus problemas. Su sabiduría ayudaba a todos los que se acercaban a escuchar sus opiniones de día o de noche; a él acudían todos en la búsqueda de cómo solucionar asuntos complejos, dudas y cualquier clase de preocupación. Tuvo unos años de intenso trabajo porque eran muchos los que acudían a su consulta diariamente. Sin embargo, pasó el tiempo y poco a poco se fue quedando sin trabajo, ningún animal se presentaba ante él buscando su consejo, tal vez porque iban a otro consejero. El caso es que por primera vez en mucho tiempo se despertaba con todo el día libre para hacer lo que quisiera. Se inquietó mucho, la preocupación de no saber qué hacer le deprimía, pensó que no servía ya para nada, que su vida no tenía sentido, y llegó al extremo de enfermar con una depresión.
En esas estaba cuando un espabilado conejo —que le conocía por haber buscado sus consejos— le dijo:
—¿Amigo búho, qué te pasa? Te veo muy cabizbajo. Tú eras un búho sabio y ahora estás dormido en todo momento. ¿Qué te ocurre?
—Me he pasado la vida ayudando a los demás y ahora que tengo tiempo para mí, me siento inútil, no sé qué hacer con mi vida. —Le contestó.
—El avispado conejo tomó de nuevo la palabra: Cuando se te ha acabado un camino, es el momento de explorar otro. Prueba cosas nuevas, vuela, mira a tu alrededor y disfruta, fíjate en lo que ves en otros. Aprende por placer y no por necesidad. Déjate llevar. Que no te dé miedo lo desconocido.