Hay gente cenizo que no sabe ver la realidad de las cosas, se altera y proclama hecatombes a la primera de cambio y, como además gustan de atacar a quien sea, pues ahora la han tomado a un pobre ministro de Valladolid —como el Pisuerga—, por el tonto al que dar las bofetadas. Aunque lo cierto es que este exalcalde pucelano, hoy elevado al rango de señor ministro, amigo de twitter, jaleillos y cositas sin importancia, da mucho juego para tertulias, artículos de opinión y columnas serias y rigurosas, como la presente.
¿Y qué culpa tendrá el hombre de que los trenes se le averíen, no quepan en los túneles asturianos y cántabros, se le descarrilen con alguna frecuencia, las puntualidades se hayan ido al guano, y el colapso sea casi total, día sí, día también?. Porque, pienso yo, un ministro ni conduce máquinas, ni arregla vías, ni se pone el gorro de jefe de estación, ni cambia catenarias ni, mucho menos, puede garantizar que no le roben los cables de cobre, que tanto encandilan y con ansia pretenden a algunos europeos de los Cárpatos que por aquí nos honran con su presencia.
Hablamos de Oscar Puente, digámoslo con rotundidad, ¡el hombre!, un político de raza, vocación y entregado —como corresponde a un fiel subalterno— a la causa del «puto amo» y convertido en un verdadero paladín de… lo que le manden.
Y hoy, dentro de esta columna, que no pretende otra cosa que reparar algo del injusto trato que otros le dispensan, quiero dejar muy patente que este humilde escribano comparte con el señor ministro la frase que dijo el otro día, bien alto y con su habitual temple torero y chulapón: ¡terminarán diciendo que con Franco estábamos mejor!
¡Sí, señor ministro, ahí la ha clavado usted! Les dio, como diría un mexicano, «en toda la madre» a esos de la fachosfera, homofóbicos, heteropatriarcales, negacionistas y nostálgicos de tiempos pasados. ¡Muy bien, señor ministro, muy requetebién! Aún en la distancia, espero le llegue el calor de mis sinceros aplausos, en alabanza de su rotunda frase.
Le apoyo íntegramente porque, en el fondo, «esos», no son otra cosa que franquistas resentidos. Vamos… lo peor.
El problema fue que a renglón seguido presté atención a una noticia que bombardea noticieros últimamente, relativa al problema de la vivienda en España. Que si la ocupación, los impagos, el costo elevado de alquileres, las hipotecas que arruinan a las familias y, en definitiva, la casi imposibilidad de los jóvenes para acceder a una vivienda.
Y no sé por qué ni de qué manera pero, como una extraña iluminación, me vino a la cabeza la idea de indagar sobre el asunto y fue, tirando de hemerotecas y redes, a las que el señor ministro es tan proclive, cuando me enteré que fue precisamente el General Franco —dictador oprobioso—, quien congeló el alquiler y promovió viviendas sociales para los españoles ¡Coño…!
¿A ver si ahora va a resultar que un régimen dictatorial también tenía aspectos sociales? —me costaba creerlo—, y desde un absoluto escepticismo, me puse a recabar más datos e información.
Y empecé a observar que aquel régimen, de formas de gobierno claramente autoritarias, practicaba al mismo tiempo una especie de socialismo en materia económica, propiedad privada y anticapitalismo.
Primero me froté los ojos para comprobar que no eran malas fiebres que me estuvieran afectando el cerebelo en estos tiempos de gripes y virus. Pero es cuando leo y analizo lo que supuso la promulgación de la Ley de Viviendas de Renta Limitada de 1954 y la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1964, cuando mi sorpresa se hizo oceánica.
Con aquellas leyes —prácticamente anticapitalistas—, desapareció el mercado del alquiler pues propició que los españoles se pusieran a ahorrar para comprarse el «pisito». Y a consecuencia de las políticas implementadas por el oprobioso dictador, casi el 77 por ciento de los españoles se convirtieron en propietarios de su propia casa ¡Coñooooo, pero si esto es lo de la actual Constitución de «vivienda para todos»!
Y, para profundizar aún más en esa línea y en mi confusión y sorpresa, leo también que el oprobioso dictador creó el Ministerio de la Vivienda para desarrollar una política de viviendas sociales que se inició ya en 1939. Y fue el Instituto Nacional de la Vivienda el organismo franquista que puso en marcha un plan de «viviendas protegidas», de «viviendas bonificables» y de «viviendas de renta limitada», supongo que oprobiosas también. Y con esos mimbres lanzó el II Plan Nacional de la Vivienda (1961-1975) donde se llevó a cabo la construcción, en una primera fase, de cuatro millones de casas, que pasaron a casi ocho millones con el plan de viviendas de 1960, a 10 millones en 1970 y 14,5 millones de viviendas al comienzo de los 80. Casas que, por cierto, la mayor parte de los españoles consiguieron, pagando cuotas durante 8 y 10 años tan solo. ¡Coñoooo, lo que hoy quisieran todos..! Bueno … menos los okupas… que no pagan, pero también la disfrutan.
Y para más sorpresa y en beneficio de aquellos que, con todo, no habían podido adquirir vivienda, leo que el dictador, —oprobioso, claro—, impuso la congelación de las llamadas rentas antiguas, que frenaba incrementos en los alquileres y obligaban a la prórroga indefinida de los contratos. ¡Pero… coño, si esto mismo es lo que piden hoy los de Podemos!
Bueno, pues mi desmayo fue absoluto —por tanta medida socializante de manos del mentado y manoseado Franco—, cuando leo y compruebo que todo ese acervo de medidas creadoras de vivienda para los españoles y congelación de alquileres, se suspendieron con la llegada de Felipe González a la Moncloa, pues fue el decreto Boyer 2/1985 de 30 de abril, el que supuso la liberalización del mercado de alquileres y el fin a las medidas proteccionistas.
¡Recoño!, pero entonces ¿a ver si la pregunta del señor ministro llevaba intención y —con lo de la vivienda al menos—, claro que estábamos mejor?
Pues ya no lo sé. Pero en momentos de duda, como este, de nuevo acudo a los clásicos.
Y como Hamlet: “that is the question”.