El de Pedro Sánchez fue un viaje iniciático —que dirían los románticos— en el interior de un Peugeot, acompañado por tres entrañables amigos y confidentes. Sin duda fue el escenario que inspiró al insubstancial Sánchez a escribir su magna opus: Manual de resistencia. Aquel periplo le reveló las virtudes y maravillas ignotas de España, generosas obras ciclópeas erigidas con el sudor de generaciones pretéritas, y —faltaría más— también salivaban viendo las riquezas ajenas, mirándolas con aquel brillo de ojos tan habitual en quienes sueñan sin pagar.
El manual de resistencia se convirtió en un viaje catártico, como los que emprenden los chavales en sus experiencias del Interrail. Bien parece que a todos les confiere la errónea sensación de haber alcanzado la cúspide de la autosuficiencia, porque los chicos del Peugeot regresaron endurecidos, envalentonados y convencidos de ser supervivientes de su propia fantasía.
La obra —aunque de dudosa tinta intelectual— fue una creación colectiva, un completo evangelio redactado al calor de la camaradería y el amor. Es probable que la providencia de su destino bendijese aquella cofradía de nombres propios —Ábalos, Koldo, Santos Cerdán, y el siempre presente Pedro Sánchez—, quienes con disciplinada pluma y una retórica de taberna, forjaron los doce capítulos del texto sagrado.
Destacaría de esas páginas tres actos capitales, que son la caída, la decisión y continuar la historia. La caída es la que contemplamos día tras día, donde el castillo se va desmoronando con supuestas licitaciones y algunas que otras mordidas. La decisión, que es el noble arte de una meditación discreta, el mutismo prudente y dejar que el silencio —como alguien dijo— no contradiga lo que la palabra no puede defender. Y por último, la férrea consigna de que, suceda lo que suceda, pase lo que pase, la historia debe continuar. El jefe como jefe y los demás, ahora, despreciados y traicionados, ocupando el lugar que Su Señoría tenga a bien procurarles.
Pero ¡ay!, que entre tanto enredo e invocación a la resistencia, el insigne Pedro olvidó —quizá embriagado por la grandilocuencia de su égida— incluir un apéndice imprescindible para los infantes del Peugeot. Dejó a un lado el capítulo dedicado a la reeducación. Hoy el camarada Santos Cerdán, fiel a su papel de adelantado, disfruta de unos días en la villa veraniega de Soto del Real. Sin duda, entre muros y barrotes, disfrutará de una coqueta zahúrda equipada con todo el lujo, tal que ofrece la hospitalidad penitenciaria española del siglo XXI.
Empero, resistir requiere también de una metodología, y aquí es donde nace el “Manual de resistencia. Segunda parte”. Es un tratado indispensable para nuestro galán Santos Cerdán, y he querido estructurarlo por etapas clave, aderezándolo con pautas casi diría, monásticas.
Para la primera etapa es necesario procurarse una Guía de supervivencia en las duchas. Aquí se compendian marcas, posturas y consejos dignos de un Diógenes ilustrado. Y debe de tener presente que el jabón resbala y que la donosura en ese instante es la única dignidad que no se esfuma por el desagüe.
Otra es la importancia de sumarse a un Club de lectura. Es un espacio que sirve para el recogimiento y en donde puede encontrar buenas obras como: ¿Tú también, Bruto? Una hermosa novela que narra sobre la traición política y los puñales, entre togas y birretes. También puede decidirse de la otrora, “Del congreso al agujero”, que habla sobre la felonía y la deslealtad.
Ni que decir tiene la importancia de la gestión protocolaria de los vis a vis. Aquí puede recibir buen asesoramiento de su colega Ábalos y abrazar visitas dentro del decoro que se exige a todo caballero tras las rejas, porque buen anfitrión hay que serlo siempre, aunque sea entre barrotes.
Y por último, al filo de la noche, cuando se apagan las luces y que es cuando la conciencia parece que despierta, es cuando llega el momento de la introspección, ejercer un examen de conciencia, abstraerse, recapacitar y pedir perdón. Para ello es recomendable tener una selección de oraciones ad hoc; en cambio, para los agnósticos temerosos, cabe una especie de liturgia íntima que navegue entre la fe improvisada y el arrepentimiento escénico.
Así pues, querido Cerdán, que disfrutes de esta estancia y que el jet-lag carcelario no perturbe tu sueño. Y no temas por tus compañeros del Peugeot, porque ellos, más pronto que tarde, también harán las maletas.